Mi amigo Nicolás Díaz Durana hizo una mordaz radiografía de Evo Morales, hoy por hoy, protagonista de su propio escándalo diplomático con Europa por haber simpatizado con Edward Snowden:
Evo Morales, ese virtuoso líder latinoamericano cuyo discurso anti-imperialista está entintado de curiosas ideas sobre la ciencia, la enfermedad y la política; por ejemplo, que el pollo consumido en Bolivia está cargado de hormonas femeninas y por eso algunos hombres se ven «desviados en su ser», como quien dice, no comas pollo que te vuelves marica; o que la calvicie es una enfermedad producida por ciertos tipos de comida, en especial aquella consumida en Europa, razón por la cual todos los europeos son calvos y los bolivianos, no; o que los derechos de la Madre Tierra están por encima de los derechos humanos y que las leyes son menos importantes que las decisiones políticas (yo paso decretos inconstitucionales y ustedes, juristas, verán qué hacen).
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A Evo no le gusta leer y se alegra de no haber ido a la universidad. ¿Qué más puede desear uno en un presidente? Los niños bolivianos encontrarán en él una brillante inspiración para, un día, salir de la pobreza y la ignorancia.
Yo habría incluido el desprecio de Morales a la libertad individual y sus pretensiones de censura.