Resulta que es otra leyenda urbana, como nos cuenta Luis Alfonso Gámez en magonia:
Hace año y medio, tras enterarse de esta presunta moda adolescente, Danielle Crittenden, responsable de blogs de The Hufftington Post, decidió probar por sí misma, a pesar de no ser precisamente una amante del vodka, que le parece que “sabe como algo que deberías usar para esterilizar una herida”. Utilizó un tampón de tamaño grande, variedad que había comprobado que absorbe unos 44 mililitros de vodka (cantidad que puede llevar un combinado). Cuando llegó el momento, lo colocó “donde se supone que tiene que ir”, no sin antes derramar un tercio del líquido. “¡Chicas, no lo hagáis con vuestros mejores vestidos de fiesta!”, avisa en un divertidísimo artículo titulado “Bartender, a Dirty Martini with a tampon!” (¿Camarero, un Martini Sucio con un tampón!). Y entonces llegó lo peor.
Un escozor “insoportable”
“Sentía como si alguien hubiera arrojado una cerilla encendida ahí. Empecé a dar saltos y respirar a bocanadas rápidas y cortas como había aprendido en las clases de parto, hace mucho tiempo, antes de que me diera cuenta que no necesitaba respirar así si me ponían la epidural”, recuerda la periodista. Tanto de pie como sentada, el escozor era “insoportable”. Crittenden aguantó 10 minutos antes de extraer el tampodka. “Me sentí mejor inmediatamente”. Al día siguiente, probó el método tradicional, y placentero, de tomarse una copa de vodka. Y concluyó que “cualquiera que intente emborracharse mediante un tampón merece el castigo”. Para ella, la mejor manera de acabar con esta leyenda urbana es que las madres animen a sus hijas adolescentes a experimentar, les den una tampón, les faciliten vodka para que lo empapen, se sientan y rían.
“El alcohol es una molécula muy reactiva y, en consecuencia, irritante. Cualquier persona poco acostumbrada a los licores de alta graduación alcohólica notará que le queman en la garganta y el habituado notará lo mismo si el grado de alcohol es elevado. Y estamos hablando de la mucosa laríngea, fuerte para resistir la erosión provocada por el paso de los alimentos y, digámoslo así, acostumbrada a que pasen por ella irritantes diversos: picantes, el vinagre de la ensalada, mostazas…”, ilustra Pérez Cobo.