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Derrida, el racista

Todavía no acabo Joseph Anton, las memorias de Salman Rushdie de sus años escondido por la fatwa proferida contra su vida por escribir un libro.

Durante esos años, Rushdie tuvo la mala fortuna de conocer a Jacques Derrida. Así fue el encuentro (pg. 477):

Conoció a Jacques Derrida, que le recordó a Peter Sellers en Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando, moviéndose por la vida con una máquina de viento invisible, que le alborotaba incesantemente el pelo. En seguida comprendió que Derrida y él no coincidirían en nada. En la sesión sobre Argelia, él adujo que el propio islam, el Islam Realmente Existente, no podía exonerarse de los crímenes perpetrados en su nombre. Derrida discrepó. La “ira del islam” no la generaba el islam sino las fechorías de Occidente. La ideología no tenía nada que ver con eso. Era una cuestión de poder.

A mí me resulta condescendiente absolver alegremente a los culpables de un delito, insistiendo en que sus perpetradores no tienen agencia sobre sus propias vidas, ni cabe que asuman ninguna responsabilidad por sus actos, que su condición de víctimas (por no haber nacido en Occidente) es una patente de corso para acabar hasta con el nido de la perra.

Es el típico racismo del relativismo cultural.

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