Esta semana, en los debates sobre matrimonio igualitario, los creyentes pretendieron equiparar moralmente la homosexualidad con la pedofilia, y decir que ambas son bestialidades y deberían estar prohibidas. Como de costumbre, los cristianos se equivocan.
La homosexualidad es una preferencia sexual, y es tan moralmente válida como la preferencia heterosexual y la bisexual.
La pedofilia es una parafilia – la atracción sexual por niños pre-adolescentes. Es una fantasía de algunos individuos, que está metida en su cabeza y en ese estado no afecta a nadie más.
Por el contrario, la pederastia es un delito, como lo es cualquier tipo de sexo con individuos que no han dado su consentimiento informado – y ahí radica su recriminación.
El Estado no tiene por qué decirle a las personas cuáles pueden ser sus gustos, ni sus fantasías – no existen los delitos de pensamiento. Que a mí me moleste la pedofilia y para los cristianos sea “excremental” la homosexualidad, no significa que recurramos al Estado para imponer nuestros gustos por vía de ley. La ley debe proteger a los demás, no imponerles opiniones ni fantasías.