El concepto de “adicción sexual” nació a mediados de la década de los 70, cuando miembros de Alcohólicos Anónimos pretendieron aplicar el programa de los 12 pasos para ‘tratar’ comportamientos sexuales ‘inadmisibles’, como la infidelidad, pagar por sexo o por pornografía, o incluso, tener fantasías sexuales.
Sin embargo, no existe ningún tipo de consenso entre los profesionales de distintas disciplinas, ni entre estas, en cuanto a la “adicción al sexo” o su existencia.
El primer problema, que es explorado por Kingston y Firestone (2008), es que existen una gran cantidad de términos para describir las conductas de ‘adicción sexual’, tales como adicción sexual, compulsividad sexual, impulsividad sexual e hipersexualidad, entre otros.
[Estos términos] han sido aplicados basados predominantemente en los mecanismos psicopatológicos percibidos que guían la conducta. Por desgracia, tal diversidad descriptiva ha inhibido la conceptualización adecuada y las actuales de prácticas diagnóstico, que a su vez, han afectado negativamente el diseño de tratamientos.
Para completar, el modelo de ‘adicción sexual’ trae consigo ciertas limitaciones críticas por lo que el terapista Marty Klein, de la Universidad de Minnesota, no ha dudado en calificar esta ‘adicción’ como un “concepto clínico peligroso” [PDF], por varios motivos entre los que se encuentran que es orientado a la patología, que patologiza comportamientos no problemáticos, que es clínicamente incompleto, que carece de contexto (tanto individual como situacional), que está vinculado a la cultura, y que es un tema que es fácilmente explotado con fines políticos.
Los criterios de diagnóstico de adicción sexual crean problemas a partir de experiencias no problemáticas, y como resultado, patologizan a la mayoría de las personas.
El hecho de que patologiza comportamientos no problemáticos ha sido explorado más a fondo por James Giles (2006), que encontró que la ‘adicción sexual’ no es otra cosa que un mito, subproducto de las influencias culturales y de otra índole.
Los hallazgos de Giles coinciden con los de Levine y Troiden quienes desde 1988 vislumbraron que la ‘condición’ era una manera de proyectar un estigma social sobre los ‘pacientes’, como el show mediático y escarnio de los que fue víctima Tiger Woods a principios del 2010.
Por si quedaran dudas, la American Psychiatric Association consideró que la ‘adicción sexual’ no cumple con los estándares de un desorden mental, por lo que descartó su inclusión en la última edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), un compendio ampliamente reconocido de los trastornos mentales reconocidos y sus criterios diagnósticos, algo que no fue de buen recibo por parte de algunos psiquiatras obstinados.
A pesar de todos los problemas que acarrea el concepto de ser ‘adicto al sexo’, esto no ha impedido que haya quienes se aprovechen de personas ingenuas que creen tener un problema de este tipo y estén buscando ayuda. Resulta diciente también, que aún teniendo un nutrido grupo de proponentes para que sea contada como una enfermedad, entre los defensores de esta postura haya grandes disparidades en cuanto a las propuestas de sintomatología, diagnóstico y tratamiento.