¿Recuerdan el dato de que los no-religiosos somos el tercer grupo ‘religioso’ más grande y el cubrimiento que hizo Caracol Noticias?
Pues un tal Jesús Ramón Gómez, un fundalunático católico y columnista de La Tarde hizo una columna asustado porque su secta pierde adeptos y se fue lanza en ristre contra los ateos, dejando una gigantesca estela de ignorancia en el camino:
Lo que es claro, es que ésta es una consigna respaldada por los más poderosos y que es paralela a otras cuyo propósito es emplear el poder mediático para cambiar la forma de concebir la vida.
¿Los más poderosos? ¿Se puede saber quiénes son estos “más poderosos” y a quién le encargaron colaborarnos? Porque no hemos visto ni su apoyo, ni su dinero, ni nada. El presidente Juan Manuel Santos discrimina a los ateos. El presidente de EEUU, Barack Obama terminó su discurso del Estado de la Unión con una invocación a dios.
Así que más le vale a este columnista empezar a señalar a esos “más poderosos” que apoyan nuestra consigna, no sea que terminemos convencidos que no es más que la típica victimización cristiana con delirio de persecución.
Observar lo anterior muestra igualmente la consonancia con mensajes subliminales fríamente elaborados y medidos desde hace 6 décadas, buscando destruir las creencias religiosas o insultando a Dios.
¿La ignorancia conoce algún límite en los creyentes? Supongo que no. Los mensajes subliminales no existen, son un invento, una mentira, una patraña, una estafa… como dios.
La conspiranoia de este peculiar columnista pone de relieve una visión degradante y ofensiva de los seres humanos. Para él, carecemos de un cerebro que hace una recepción crítica de los mensajes, somos entes que hacemos lo que nos dicen, como borreguitos, que es la utopía de la secta católica: personas que no piensen sino que obedezcan. Y es que no es coincidencia que todo el cristianismo se pueda resumir en el vulgar concepto de rebaño.
Semejantes propósitos no son, como puede demostrarse, simples actos altruistas de quienes perdieron la fe, sino la expresión de las diferencias entre dos posiciones, dos estilos de vida, dos concepciones opuestas: La de quienes creemos y la de quienes perdieron o nunca lograron tener fe. En tales criterios opuestos, es necesario decir que la primera condición para aceptar la existencia de Dios es hacerlo voluntariamente, es decir, haciendo uso del libre albedrío.
Eso suena todo muy bonito, y todo (a pesar de la inexistencia del libre albedrío), pero no son más que palabras. Al fin y al cabo, los sacerdotes siguen siendo felices con esas orgías de reclutamiento masivo de menores que son el bautismo, la confirmación y la primera comunión.
¿Qué, un cristiano con dobles estándares? Díganme algo que no sepa.
La segunda condición es que todos nos vamos a morir, ateos y adoradores de Dios, pero bajo el supuesto que Dios no exista todos quedaremos igual, más, si Dios existe –como estamos seguros- los que le abandonaron estarán en muy serias dificultades por toda una eternidad. Alguien oportunista diría que conviene más vivir como si Dios existiera.
De hecho, el oportunista probablemente ya sabría que esto se conoce como la apuesta de Blaise Pascal y que su principal fallo radica en la arrogancia del cristianismo -igualita a la destilada por el columnista-: ignoran el hecho de que su dios no es el único dios adorado, así que no es una apuesta del 50-50, sino una en la que el ateísmo cuenta con el 50% de las probabilidades, mientras que la creencia se divide su 50% entre los 2800 dioses que alguna vez ha inventado el hombre – incluido el impresentable dios católico, al que le correspondería como el 0,017% de probabilidad de existir.
Y teniendo en cuenta la naturaleza celosa y vengativa de los dioses, y en vista de que la amenaza con un lugar termodinámicamente imposible como el Infierno parece ser un chantaje efectivo para los crédulos, yo me iría con cuidado de no elegir un dios falso y mucho menos uno con tan baja probabilidad.
Hay que ser un pésimo oportunista y uno tan arrogante como ingenuo para entrar en este tipo de planteamientos. Y pues… que me amenacen con el Infierno es como si me amenazan con darle un puño a mi aura, así que no, la verdad me importa poco la clase de tortura inhumana y degradante que el ‘amoroso’ dios me tenga reservada. Yo no amo ni adoro bajo amenaza de tortura – lo siento, se me da fatal el sadomasoquismo.
La diferencia esencial entre el creyente con el agnóstico –a quien le da lo mismo si hay o no Dios- y el ateo, estriba en que la religión católica brinda un marco de valores absoluto que hace a las personas mejores cumplidores de sus deberes, hijos o esposos sinceros y fieles, personas que trabajan por el bien común.
Es que derrochan valores: odio, homofobia, machismo, intolerancia, misoginia, facilidad para proteger pederastas, alergia a la igualdad y las libertades individuales, y una increíble incapacidad para no meter su superstición en las leyes laicas de los países civilizados.
Después de las cruzadas, la Inquisición y de que apoyaron los regímenes de Hitler, Mussolini, Videla, Pinochet, Franco y Pavelić -por mencionar algunos-, estoy más que seguro que no quiero tener nada que ver con los ‘valores’ católicos sino para pisotearlos. Después de que pusieran como modelo de mujer a esa arpía albana de Teresa de Calcuta, que se regodeaba en la miseria y cuya hipocresía no conocía límites, gracias, pero me quedo con los valores ilustrados.
En el cuadro contrario todo se vale, pudiendo suceder cualquier cosa.
Vaya cliché tan estúpido – la ética no es patrimonio de la religión. Es más bien al contrario. Si un tipo viola monaguillos y se ‘arrepiente’ en su lecho de muerte, va directo a la Disneylandia celestial. Por el contrario, los ateos sabemos que esta es la única vida, y que debemos responder por nuestras acciones porque nadie más lo va a hacer por nosotros, ningún papito dios va a ponerse a resarcir cuando la embarremos. Por cierto, si el ateísmo es causa de inmoralidad, lo mismo se puede decir de los que no creen en los unicornios y Supermán.
Pero si los verdaderos seguidores de Jesús actúan correctamente, ¿por qué se les quiere disminuir, aislar o recortar los alcances de su doctrina?
Porque existe el libre mercado de las ideas y que a ustedes se les dé fatal vender su superstición no significa que merezcan un privilegio a la hora de hacerle promoción. Esas son las reglas del juego. Ya sabemos que prefieren la horca, pero los tiempos han cambiado. ¡Si no les gustan estas nuevas reglas de juego, no jueguen!