La Iglesia Católica quiere cambiar la imagen que el encubrimiento sistemático de la pederastia dentro de sus filas le ha conseguido, y para ello estudian un cambio en sus reglamentos internos.
(Al parecer, dios influye en estos cambios de políticas tanto como interviene cuando un sacerdote está violando a un monaguillo.)
Contra todo pronóstico, una de las propuestas tiene sentido:
Para ello, la norma en discusión contempla como uno de sus principales puntos la instrucción de que los obispos pongan los casos de abusos sexuales a menores en conocimiento de las autoridades civiles, con el fin de que estas se encarguen de realizar las investigaciones de rigor y de establecer la responsabilidad del señalado.
Ese es uno de los aspectos más delicados de la iniciativa, pues los jerarcas tendrían que denunciar a los religiosos bajo su cargo, lo que se constituiría en un espinoso pero importante paso del clero en la lucha contra la pederastia.
Todos sabemos cómo acabar con la pederastia. Son dos sencillos pasos:
Uno, acabar con el celibato obligatorio para sacerdotes.
Dos, prohibir el reclutamiento de menores de edad en las religiones.
En vista de que si se hiciera esto, la Iglesia se quedaría sin zombies descerebrados que cumplan sus órdenes y les den todo su dinero, prefirieron buscar una solución en las alternativas que no solucionarán nada.
Por cierto, la violación de un menor de edad es un delito muy serio – ¿por qué es que hasta ahora los curitas están considerando cumplir su obligación ciudadana y denunciar?