Decir que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos no ha sido respetuoso con el laicismo es quedarse corto.
Ahora, mientras adulaba a los credófilos de la Misión Carismática Internacional G12, Santos básicamente arrastró la Constitución por el lodo y luego la escupió al querer mezclar -bastante literalmente- la superstición con la política:
Y agregó que “el poder político es diferente a otro tipo de poderes. El poder político es efímero, es pasajero. El poder de la fe es eterno, siempre está”.
En ese sentido, el presidente dijo que “sin el poder de la fe, el poder político no tiene sentido. Sin el poder de la fe, sin creer, el poder político es como una embarcación sin puerto de destino”.
¿El poder de la fe? ¿Y cuál es ese poder? ¿Qué poder se deriva de creerse cualquier afirmación sin exigir pruebas? ¿Cuál es el poder de creerse cualquier ridiculez a pesar de haber toneladas de evidencia en contra?
¿Quiere esto decir que Santos considera que la primera ministra australiana Julia Guillard, atea ella, es “como una embarcación sin puerto de destino”? Porque, señor Presidente, ella lo hace mucho, pero muchísimo mejor que usted.
Por otra parte, no está de más recordar que el ministro de Salud, Alejandro Gaviria es un no-creyente. ¿Nombró el presidente Santos a alguien a quien considera “como una embarcación sin puerto de destino”?
¿Le parece muy divertido al señor Santos, atacar a la minoría más perseguida en toda la historia de la humanidad, reforzando ridículos estereotipos que han servido para que a los no-creyentes nos quemen y persigan en casi todos los lugares, en casi todos los momentos de la humanidad (¡que viva el poder de la fe!)? ¿Podría el señor Presidente aportar un ejemplo -con uno bastará- de una buena acción que un creyente pueda hacer, que un ateo no pueda igualar y superar?
¿Será mucho pedirle al presidente Juan Manuel Santos que deje de tratarnos a los ateos como ciudadanos de segunda clase (sí, eso significa dejar de hacer proselitismo religioso, en caso de que se lo estuviera preguntando)?