En caso de que una definición gráfica no fuera suficiente para explicar el posmodernismo (o mejor dicho, la antimodernidad), acá tienen una explicación muy sencilla pero completa.
Viene dada por Mauricio-José Schwarz al responder qué es el posmodernismo:
Es una forma de referirse en general a varias expresiones filosóficas más o menos interrelacionadas y que se basan principlamente en el postestructuralismo, una forma alambicada de neorromanticismo que, como el romanticismo (obvio) rechaza la razón, la ciencia, las relaciones causales y de hecho el concepto mismo de la realidad. Las cosas, para los filósofos postmodernistas, no tienen propiedades intrínsecas, sino que las obtienen del discurso social que crean los grupos e individuos. El fuego sólo quema si tu “discurso social” dice que quema. El médico brujo cura cuando tu discurso social dice que cura, pero deja de hacerlo cuando cambia el discurso y dices que no, lo que cura es la medicina basada en evidencias.
Los debates filosóficos más alambicados entre los estructuralistas y los postestructuralistas pueden omitirse. Son dos puntos de vista filosóficos que _creen_ ciertas cosas y las defienden como defienden sus ideas los filósofos, es decir, con argumentos escolásticos y no con hechos, evidencias, pruebas y experimentación. Cosa que por otro lado sería bastante difícil considerando que la filosofía posmodernista rechaza la existencia misma de los hechos y la evidencia probatoria. Y, como con el romanticismo, el posmodernismo ha creado o estimulado ciertas formas de expresión artística interesantes y atractivas, pero como forma de explicar el mundo fracasa estrepitosamente.
Lo relevante es cómo el pensamiento postmodernista (o partes del mismo, allí no se ponen de acuerdo los filósofos) se ha trasladado al público en general. Aunque se presenta originalmente como progresista y de izquierda, dedicado a la crítica de lo occidental y de toda la civilización occidental, en última instancia termina siendo la gran coartada de la ultraderecha neoliberal.
Esta última instancia viene dada por su relativismo original: nada es real, todo es discurso, no hay objeto a interpretar sino sólo sujeto que interpreta, nada es narrado y todo es narratva. Si todo depende del discurso, de la lectura, de la narrativa, no hay derechos esenciales ni asideros efectivos en la realidad. La visión de los talibanes respecto del papel de la mujer en la sociedad es tan válida como la visión de los derechos esenciales y la igualdad de géneros. Vivir con hambre es tan natural como vivir en la sobreabundancia estadounidense, atenderse con el chamán es equivalente a atenderse con las más modernas herramientas de la medicina y caminar veinte kilómetros con una carga de arroz a la espalda no tiene diferencia real con ser una ejecutiva de Wall Street con zapatos de Louboutin y perfume Chanel.
El problema es que los que dicen esto generalmente son los que viven en la sobreabundancia, se atienden con las más modernas herramientas de la medicina y son ejecutivos de Wall Street. La visión posmodernista no tiene muchos adherentes entre los indios que tienen aspiraciones delirantes como comer bien, educarse, tener zapatos, disfrutar electricidad y agua corriente e incluso, ¡vaya osadía! comer pasteles y tener consolas de juegos.
Gran parte del New Age y el ecologismo se nutren de ideas (digámosles así) del postmodernismo. El rechazo a occidente llega a niveles delirantes como asegurar que el cálculo infinitesimal, las leyes de la gravitación y de la óptica no pueden ser reales porque las formuló un terrateniente británico blanco del siglo XVII, y por tanto se deben buscar nuevos discursos, estéticamente más placenteros y provenientes de personas que sí pasen los altos estándares de los postmodernos, para explicar la gravitación o hacer cálculos o negar la refracción y la difracción (sin dejarse en casa las gafas, claro, si no no ve uno nada). La izquierda del anticrecimiento y el antiprogreso juega a eso divinamente: no es sostenible el nivel de consumo de occidente (afirmación discutible), además de que es malo para el planeta (¿y a ti quién te nombró portavoz del planeta y cómo sabes que es malo o cuál es el orden natural de las cosas?) y debemos cambiar el mundo para no seguir creciendo (ni se plantean crecer de otro modo, aprovechar de modo distinto los recursos). ¿Qué quiere decir esto? Bueno, además de romper escaparates de tiendas de McDonald’s implica advertirle a latinoamericanos, africanos y asiáticos que ni de coña se atrevan a soñar en tener el nivel de vida que tienen sus defensores de este lado del asfalto, que los blancos malvados ya se acabaron el pastel y que no debemos hacer más pastel, así que, convertidos en María Antonietas de Mundo Bizarro, dicen “que coman pan, y sin levadura”.
La crítica más obvia al postmodernismo es que pese a asegurar que la realidad se crea con sólo desearlo (que es lo mismo que dice el New Age o ladrillos como “El Secreto“) es que sus proponentes miran a los dos lados de la calle antes de cruzar. Es decir, en los hechos por supuesto que aceptan la existencia de una realidad sólida que no depende de su discurso, de su narrativa ni de otras formas de onanismo neuronal. Y si la realidad existe y es predecible, pues entonces podemos estudiarla científicamente y hacer cosas que funcionen ante cosas que no funcionan. Por ejemplo, aviones y alfombras voladoras. Los posmodernistas nunca comprarían un asiento en una alfombra voladora para su siguiente viaje, y lo sabemos.