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Un contrato fáustico a la inversa

En estos días estoy leyendo Joseph Anton, la autobiografía de Salman Rushdie.

El libro gira en torno a cómo cambió su vida tras escribir Los versos satánicos y la subsiguiente fatwa de un ayatolá lunático (perdón por la redundancia). Pues el libro es como para soltarlo -salvo por el hecho de que son más de 600 páginas de narración literaria-.

La reflexión que sigue son los últimos párrafos del capítulo Un contrato fáustico a la inversa:

Cuando un libro abandona la mesa del autor, cambia. Incluso antes de que nadie lo lea, antes de que se posen en un una sola frase los ojos de alguien que no es el creador, el libro queda alterado irremediablemente. Se ha convertido en un libro que puede leerse, que ya no pertenece a su hacedor. Ha adquirido, en cierto sentido, libre albedrío. Realizará su viaje por el mundo y el autor ya no puede hacer nada al respecto. Incluso él, al ver sus frases, las lee de manera distinta ahora que pueden ser leídas por otros. Le parecen frases distintas. El libro ha salido al mundo y el mundo lo ha rehecho.

Los versos satánicos se había marchado de casa. Su metamorfosis, su transformación mediante el contacto con el mundo más allá de la mesa del autor, sería anormalmente extrema.

Mientras escribía el libro, había tenido una nota para sí mismo clavada en la pared encima de su mesa. “Escribir un libro es establecer un contrato fáustico a la inversa -decía-. Para conseguir la inmortalidad, o al menos la posteridad, pierdes, o al menos arruinas, tu vida cotidiana real”.

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