Nunca entenderé a las feministas antipornografía; me da la impresión de que, no felices con la victoria de la revolución sexual, le han dado una vuelta de tuerca al asunto y han asumido una postura conspiranóica del tema: el ‘patriarcado’ (?) utiliza a las mujeres como objetos.
Lo irónico del asunto, es que le niegan a sus hermanas cualquier agencia sobre su vidas y cuerpos (objetivo básico del feminismo, ¿no?) y toman una postura condescendiente frente a ellas. Vamos, objetificación de libro.
Pues bien, la evidencia empírica no apoya sus reivindicaciones antiporno:
En primer lugar, la afirmación de que la legalización de la pornografía influye causalmente en el aumento de crímenes sexuales, y de violaciones en especial, no ha podido ser probada contundentemente. Una síntesis de la cuestión publicada en 1999 de hecho llegó a la conclusión contraria de que el “incremento masivo en la pornografia disponible en Japón, los Estados Unidos y otros lugares está en correlación con un decrecimiento dramático de los crímenes sexuales y más aún entre jóvenes como perpetradores y víctimas”. Por lo que yo he podido averiguar, en cualquier caso no hay un claro consenso sobre la relación causal entre pornografia y delitos sexuales.
La idea de la pornografía como “explotación” patriarcal de las mujeres tampoco soporta el escrutinio empírico. Un estudio reciente (Griffith et al. 2012), que ha recibido una gran atención en los blogs y la prensa popular, cuestiona seriamente el estereotipo público de que las mujeres, o al menos las que participan activamente en la industria sexual, son “bienes dañados” por la pornografía. Comparadas con el grupo de control, las 177 profesionales femeninas del porno en este estudio no mostraron haber sido más vulnerables a abusos sexuales infantiles, y de hecho informaron de una mayor autoestima personal, sentimientos positivos, apoyo social, “espiritualidad” y satisfacción sexual. Significativamente, resultados similares también se han documentado en profesionales masculinos. Tanto los hombres como las mujeres que se dedican profesionalmente al porno, al menos en su versión más comercial (las cosas podrían ser bastante distintas en formas de porno extremo), parecen ser más “sociosexuales” y tener un mayor grado de satisfacción vital.
Un ejemplo más de cómo algunas feministas anteponen su agenda ideológica a las pruebas. Y bueno, son libres de creer cuanto delirio se ajuste a su visión del mundo, siempre y cuando no deriven en un movimiento prohibicionista.