Esta es una traducción del artículo The Cowardice of the Liberal Press de Nick Cohen.
Imaginen si los racistas blancos en Noruega o Gran Bretaña hubieran hecho su blanco a Deepika Thathaal, la excantante de pop que ha hecho recientemente su primer documental feminista, Banaz: An Honour Killing, que fue mostrado en ITV1 a finales de octubre. Como una brillante y hermosa mujer de 17 años de edad, ella había mezclado las influencias de la música asiática que sus padres inmigrantes conocían con el sonido de Massive Attack y Portishead para convertirse en una de las primeras estrellas asiáticas de Noruega.
Sus oponentes llamaron a la casa de sus padres y bramaron amenazas tóxicas. Irrumpieron en su salón de clases y gritaron que ella era “una perra, una puta, una prostituta”. La atacaron en la calle y tomaron por asalto el escenario durante un concierto en Oslo. Ella se mudó a Londres y se relanzó como Deeyah, “la Madonna musulmana”. Con una ingenuidad conmovedora, pensó que Gran Bretaña sería un país más seguro para trabajar que Noruega. (Ella había visitado cuando era niña y había quedado impresionada al ver mujeres asiáticas en trajes occidentales al aire libre sin hombres que las atacaran.)
Un pensamiento perturbaba su ensimismamiento: “¿Por qué tengo este mercado todo para mí sola? ¿Por qué soy la única mujer musulmana en escena?”
Pronto se enteró. Se vio obligada a contratar guardaespaldas. Fue escupida en la calle y le advirtieron que iba a ser cortada en pedazos. Deeyah no pudo soportarlo. Ella y sus liberales padres estaban viviendo en terror. Ella anunció que iba a abandonar su sueño de ser una estrella, y huir de los horrores de Europa en el 2007 para encontrar refugio en Estados Unidos.
No estoy siendo extravagante si me imagino que si sus atormentadores hubieran sido neonazis noruegos o el BNP, Deeyah se habría convertido en una heroína anti-racista: una Stephen Lawrence musulmana. Los artistas harían de su lucha contra los prejuicios, su lucha. Los políticos la invitarían a Westminster y el Parlamento Europeo. La BBC se encargaría de que nunca estuviera fuera del aire. La sociedad liberal la abrazaría y se definiría a sí misma por su respuesta a los prejuicios y la violencia.
Los hombres que persiguieron a Deeyah en Noruega y Gran Bretaña eran tan prejuiciosos y violentos como los neonazis, pero como suele suceder, se agrupaban bajo la bandera del islam radical en lugar de la esvástica. Una diferencia pequeña, podrían pensar ustedes. Una simple minucia. Pero esa pequeña diferencia hace una gran diferencia en el mundo. Nadie salió en defensa de Deeyah. Ni los políticos liberales de izquierda, ni los compasivos conservadores. Ni la BBC o la prensa liberal. Ni Amnistía Internacional o los artistas “interesados” que toman tantas causas izquierdistas. A nadie le importó. Defender a una mujer asiática de ataques no provocados por hombres asiáticos era para sus mentes retorcidas un acto racista o islamófobo. Sin protección y desapercibida, Deeyah se escabulló a vivir en un suburbio anónimo de Atlanta, y comenzar la larga tarea de recomponerse.
Tras el escándalo de Jimmy Savile, los británicos han mirado atrás en la década de 1970 con autosatisfacción. Es muy podrían nuestros predecesores haber sido tan indiferentes a los abusos en ese entonces, se preguntan. Es muy chocante que una vez ignoraron el sufrimiento y fingieron que no existía. No podría pasar hoy, por supuesto. No, no, no, somos un pueblo mejor y más amable. No cuando se trata de mujeres y niños con piel marrón en lugar de blanca, no lo somos. Cuando una estudiante blanca de 15 años de edad se escapa a Francia con el maestro, la historia llega a las noticias. Cuando los padres de una niña paquistaní sacan a su hija de clase y la obligan a casarse con un anciano del otro lado del mundo – es decir, cuando organizan su secuestro y violación – la buena sociedad se queda tranquila. La mutilación genital de las niñas es un delito en Gran Bretaña, lo que suena como un avance. El único problema es que la policía y la Fiscalía General no harán cumplir la ley, y los médicos y los trabajadores sociales no denunciarán los abusos.
Deeyah se retiró a su asilo en Atlanta. Si eres una mujer, ella iba a escribir más tarde, “no puedes ser quien eres, no puedes expresar tus necesidades, esperanzas y opiniones como un individuo, si están en conflicto con el bien común y la reputación de la familia, la comunidad, el colectivo”. Deeyah no se derrumbó bajo la presión de la violencia colectiva. En lugar, magníficamente, dejó de querer ser una celebridad, y decidió cambiar de marcha y convertirse en una activista feminista en su lugar. Banaz: An Honour Killing es el primer resultado de su cambio de rumbo. Su película (originalmente titulada Banaz: A Love Story) cuenta la historia de Banaz Mahmod, hija de padres kurdos, que vivían en Mitcham, sur de Londres. Ellos la casaron cuando tenía 17 años con un hombre kurdo, que entonces tenía 28 años, a quien apenas conocía. Su marido la asaltaba todo el tiempo. “Cuando él me violaba era como si yo fuera el zapato que él podía usar cuando quisiera”, explicó. “Yo no sabía si esto era normal en mi cultura, o aquí. Tenía 17 años”.
Banaz escapó y comenzó a ver a Rahmat Sulemani, un joven amigo. El amor entre los dos horrorizó a su familia. Su padre, tío y dos primos organizaron y ejecutaron su asesinato.
Deeyah tuvo todo tipo de problemas para convertir la historia de Banaz en una película. Rahmat Sulemani estaba tan asustado que no aparecería en cámara. La hermana mayor de Banaz, Bekhal, que puso su vida en riesgo al dar evidencia en contra de su familia, aparecería sólo trás un velo. Como pueden dar testimonio los espectadores de ITV, el documental es un triunfo debido a la cooperación de la policía. Ellos le dieron imágenes a Deeyah que no les daba ningún crédito. El público ve a una Banaz desesperada diciéndole a los agentes de policía: “La gente me está siguiendo, todavía me están siguiendo. En cualquier momento, si me pasa algo, son ellos”. La policía no hizo nada y vino su asesinato. Igualmente importante, la Metropolitana le dio acceso a Deeyah a la notable Detective Inspectora Jefe Caroline Goode, quien dirigió la investigación por asesinato. Nada podría detenerla de resolver el crimen. Dos de los asesinos huyeron a lo que suponían era la seguridad del Kurdistán iraquí. Goode organizó la primera extradición exitosa de sospechosos de Irak a Gran Bretaña. Debido a sus esfuerzos, la Metropolitana ahora trata a las víctimas de asesinato por igual, sin importar el color de su piel. Tal vez estoy siendo demasiado optimista, pero parece que la policía se mueve más allá de las hipocresías del multiculturalismo.
Si los británicos miran atrás en el 2040 y se preguntan cómo es que sus predecesores “anti-racistas” toleraban la mutilación genital, el secuestro y el asesinato, un cambio para bien se habrá producido debido a la obra solitaria de mujeres como Deeyah y la DIJ Goode, no por nada hecho por esos cobardes pequeños m***s, que se llaman a sí mismos “liberales” hoy en día.
(vía The Prussian)