Al parecer el tema de Marco Fidel Ramírez sigue dando de qué hablar. Después de huir como el cobarde que es, el debate/lloriqueo en el que él y su compañera de crimen Clara Lucía Sandoval hicieron en el Concejo de Bogotá fue abordado por los columnistas de opinión.
La columna de Lisandro Duque Naranjo resume muy bien el asunto y viene con esta perla:
Es inquietante lo delgada que se ha vuelto la frontera entre la política y la religión. Hasta el punto de que los pecados se traducen en delitos y los ámbitos de lo deliberativo se convierten en templos de culto. Muy pocos fueron los concejales –si acaso seis o siete–, que en el transcurso de ese debate reivindicaron la exigencia constitucional de que las disertaciones se ciñeran a lo estrictamente laico. Y algunos lo expresaron un poco a la defensiva, como intimidados por la ira santa de esos dos Torquemadas distritales. La diversidad no puede seguir entendiéndose como la resignación ante los anatemas que profiere esa mano de poseídos.
A ver si los homófobos dejan de intentar imponer sus ridículas creencias de odio y discriminación al resto de la población.