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Estocada mortal al relativismo cultural

El relativismo cultural es un apartheid jurídico integral, social, intelectual, emocional, geográfico, étnico y civil que ha cobrado mucha fuerza dentro de la izquierda.

Ahora, el periodista científico y campeón del pensamiento crítico Mauricio-José Schwarz lo pone en su sitio, donde se merece:

En 1975 me encontraba yo, con 20 añitos, estudiando antropología en la ENAH de México (cuando todavía estaba en el primer piso del Museo Nacional de Antropología, un lujo) y ya entonces me parecía que quienes clamaban contra la “aculturación” del indígena tenían varios problemas graves. Primero, claro, que ellos disfrutaban de las comodidades, atención médica, lujos y bienestar que despreciaban. Segundo, que su visión de la vida indígena era bucólica, pastoril y clasemediera hasta las lágrimas. Tercero, que al final le estaban haciendo el juego a las instancias de dominación de los indígenas que aprovechaban la miseria, la ignorancia, la enfermedad y la indefensión del indio para controlarlo (los finqueros de Chiapas son un ejemplo de libro) y estaban negándole derechos fundamentales.

La visión general del indígena tipo “buen salvaje” á la Rousseau es propia de todo el movimiento neorromántico y contracultural de los 60-70, que incluyó el revival de la música folklórica latinoamericana -me declaro culpable de haber sido parte de él-, el hippismo, el neoprimitivismo y la neofobia que se han apoderado de la izquierda. Es una visión que considera que toda forma de conocimiento generada por el occidente blanco carece de validez debido a la predominancia político-militar del occidente blanco y sus prácticas colonialistas. La falacia es evidente, los gobiernos de Estados Unidos pueden haber sido tan depredadores como Napoleón Bonaparte, pero ni la ciencia francesa de principios del XIX ni la de Estados Unidos hoy son por ello depravadas ni rechazables ni inherentemente malévolas.

Sin embargo, esta visión permea toda la pose antisistema y contracultural: la medicina es malvada, la ciencia es sospechosa, el plástico debe ser malo, las ciudades son asquerosas, la tecnología nos aliena, nos manipulan, nos controlan… mientras que el indio vive en armonía con la naturaleza, es moral, apacible, sensato y noble, y tiene contrapartes válidas para todas las abominaciones de occidente.

Su único problema es que no es verdad, claro. Ni los logros de la ciencia son despreciables ni malévolos ni el indígena (americano, africano, asiático) tiene tales niveles de sabiduría. Todo el constructo rasta al respecto está fundamentado en una profunda ignorancia de la realidad del conocimiento pero, sobre todo, de la realidad de la vida indígena, idealizada hasta deformarla totalmente.

Sólo por poner un ejemplo, los yanomani que tienen tanto cartel entre los contraculturales blancos tienen una expectativa de vida de unos 37 años, vividos con parásitos intestinales y malaria recurrente. Las mujeres, que son casadas por conveniencia sin tener en cuenta sus opiniones, tienen la menopausia a los 25 años, de modo que entre los 20 y los 25 se intenta que tengan 5 o 6 hijos. ¿Aceptarían vivir así alguna gentil feminista de Equo o un rastacontra que se desgañiita en las asambleas del 15M? Ni de coña. A lo mucho se hace turismo solidario, se va uno a mirarlos con compasión tres meses (previo tratamiento con quinina, claro) y a sentirse “encontactoconlamadretierraylonatural” y luego se vuelve a donde hay agua corriente, electricidad, uvimóviles y frutas sin gusanos.

O sea, vivir como viven “ellos” está bien “para ellos” porque su destino ha quedado escrito en piedra por su accidente geográfico y cultural. Ellos nacieron allí, allí tienen que quedarse. Es su lugar, y no tienen por qué ocupar el lugar del blanco ni tener reproductores MP3, vacunas contra la polio ni conocimientos de física.

¿No suena muchísimo a ese rollo de los racistas blancos estadounidenses de que “los negros tienen que saber cuál es su lugar y no moverse de él”? A mí mucho.

Los indígenas (como los yanomani o yanomamo) se resisten a la invasión occidental porque los depreda, claro, y allí merecen todo el apoyo. Pero resistirían mejor con mejor salud, más conocimientos y mejor tecnología. Y no es que lo diga yo, es que en los años 70-80 un jefe yanomani se hizo famoso por haberse hecho de una cámara de vídeo con la que registraba las promesas de los gobernantes brasileños para que no le salieran con que no habían dicho tal o cual cosa. ¿Tenía derecho el jefe a usar una videocámara? ¿Y tiene derecho a saber de historia, astrofísica, medicina o geología aunque se opongan a sus creencias tradicionales o debemos obligarlo a mantenerse en la ignorancia? ¿Y tiene derecho a querer usar pantalones vaqueros o escuchar a Nine Inch Nails en un iPhone y tomarse una cocacola o eso ya es una frivolidad “en ellos” (en nosotros es natural, claro)? ¿Y sus mujeres (son polígamos) tienen derecho a votar en las cosas de la tribu, a no ser casadas por alianzas políticas, a no follar si no quieren y a follar con quien quieran libremente? ¿O eso sólo vale si naciste en Utrecht y eres del Partido Verde?

Los indígenas no eligen sus tradiciones ni su condición de vida libremente, que es lo menos que quienes tienen conocimiento y una visión moral de los derechos humanos fundamentales deberían luchar por darles, y que hagan con ello lo que _ellos_ quieran. Pero los contraculturales parecen decididos a mantenerlos en esa situación porque se ven tan ecológicos viviendo con taparrabos y matándose en guerras con lanzas (sí, la guerra es parte _esencial_ de las tradiciones yanomamo, pero son más guay que las que hace Estados Unidos porque es tradicional y milenaria) y muriendo de enfermedades prevenibles…

Me recuerdo en febrero de 1986 haciendo unas fotos para una comisión de erradicación del gusano barrenador del ganado. Había estado en la fábrica de moscas estériles de Tuxtla Gutiérrez y en los campos aéreos donde estaban las avionetas que lanzaban las moscas estériles para evitar la reproducción del milenario y tradicional gusano barrenador del ganado. Estaba en una estación sanitaria en el Istmo de Tehuantepec donde se daba un baño insecticida obligatorio al ganado en pie que se mandaba en camiones del sur al norte del país, para impedir que llevaran huevos viables de gusano barrenador. Durante varios días no pasó ningún camión, así que nos aburríamos soberanamente con un clima bastante desagradable, y así pasé una noche hablando con dos vaqueritos, adolescentes indígenas empleados en la estación como única opción para ponerle comida en la mesa a sus familias, emocionadísimos porque podían hablar con alguien de su pasión: la exploración espacial y lo que había pasado un par de semanas antes, cuando estalló el Challenger durante su lanzamiento. ¿No tenían derecho a estudiar astronáutica porque, siendo indios, tenían que desempeñar el papel que les habían asignado los blancos de uno y otro lado?

Yo no tengo duda alguna en que los indígenas tienen derecho al conocimiento y a la libertad, y no veo cómo se puede argumentar que la ignorancia y la esclavitud son derechos superiores y que deban ser defendidos por la izquierda. O por algún ente perverso, ignorante, irracional, anticientífico, pleno de odio y arrogancia que se llama de izquierda por alguna causa que no atino a desentrañar.

Si después de tener el conocimiento y la libertad para elegir, los indígenas optan (cada uno de ellos individualmente, claro, no en asamblea) por mantenerse en la situación infernal en la que se encuentran en la actualidad, es perfectamente respetable, por supuesto. Ni sus opresores ni sus autoproclamados salvadores urbanos (tanto nacionales como transnacionales, por supuesto) les han dado nunca esa libertad, claro.

No lo puedo asegurar, pero creo que los que opten por quedarse como están serán una minoría. Y tampoco lo puedo asegurar, pero me dará mucho gusto que los rastapijos que toman café de Starbucks en Madrid o en París sientan que “esos putos indios los han traicionado a cambio de las frivolidades del asqueroso occidente.

Y espero que los indios, además, les escupan la cara por haber sido instrumentos de su humillación continuada. Yo estaré allí, aplaudiendo.

Touché!

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