Cualquiera diría que el mundo musulmán está fuera de control, pero a mí me parece que es todo lo contrario, está bastante controlado.
Es más, todo encaja como ataques coordinados, que en nombre de su superstición, pretenden acabar con la libertad de expresión.
Así, como piezas de relojería, ha aumentado la recompensa por la muerte de Salman Rushdie, una fanática en Kabul mató a 12 personas y dejó a otras nueve heridas, Pakistán amenaza a EEUU con que criminalice la blasfemia o se prepare a perder otro consulado, mientras que YouTube y sus funcionarios se enfrentan a sanciones y encarcelamiento en países de todo el globo, que van desde Brasil, hasta Arabia Saudita, pasando por Rusia.
La ironía de todo esto, es que los musulmanes han dejado patentemente claro, más allá de cualquier duda razonable, de que son tan salvajes, incivilzados, bárbaros, inmaduros y cavernarios como los retrata la película por la cual están amenazando con acabar con la civilización.
Esto es la religión, cualquiera de ellas -en este caso, el islam- en su máxima expresión. Tan poderosa, que ha consiguió que Naciones Unidas le diera la espalda a la libertad de expresión, una libertad que tocó arrancarle de las garras al cristianismo con la Ilustración, y que siempre ha costado sangre proteger. Ahora, la cobardía se ha apoderado de los llamados líderes mundiales.
A pesar de que encuentro que La inocencia de los musulmanes es una película de mal gusto, a mí no me tiembla la mano para defender la libertad de expresión de su productor, Sam Bacile o de cualquier otra persona. Así que, como es tradición en este blog, reproduzco el material que quieren censurar alrededor del mundo: