En más ocasiones de las que me gustaría (lo ideal habría sido nunca), he salido en defensa de las libertades civiles ante los embates que la corrección política le hace para instaurar alguna clase de bien común.
Creo que de las cosas que más fácilmente pueden molestarme es que se amputen nuestras libertades o que alguien pretenda, por vía de ley, que el Estado tiene alguna palabra en cuáles deberían ser las preferencias de las personas. Ahora, gracias a Alejandro Gaviria, me entero que los que defienden eso se llaman ipsedixistas:
“Ipsedixistas” llamaba el filósofo Jeremías Bentham a los reformadores sociales que pretenden convertir sus prejuicios personales en imperativos categóricos, en decretos, leyes o mandatos. La palabreja ya se olvidó (con razón). Pero el concepto es ahora más relevante que nunca.