Como lo advertí en su momento la ciudad pagó el Bogotá Gospel, concierto de música cristiana.
Pues en menos de 36 horas, los Ateos de Bogotá hicimos un llamado a protestar por esta violación del estado laico, la separación entre el Estado y cualquier idea religiosa, e hicimos presencia en el concierto y protestamos de manera pacífica, callados mediante pancartas:
Por supuesto, esto no fue del agrado de los creyentes que estaban allá. Algunos nos decían que por qué no pensábamos (?), y a medida que nos acercábamos a la tarima se fueron poniendo más y más agresivos.
Desde rodearnos para gritar que Jesús nos amaba, fueron pasando a tirarnos agua, lanzarnos basura, botellas de gaseosa y empezaron a poguear, con la clara intención de hacernos daño físico. A uno de nosotros le dieron un puño, incluso. Como nos alejamos de todo este amor cristiano sistemáticamente dirigido hacia nosotros, no vieron otra solución que rompernos los carteles:
Además de eso, trataron de quitarnos las cámaras y evitar que documentáramos su mal comportamiento, las vejaciones de que fueron objeto nuestra integridad y nuestra libertad de expresión… porque dios lo ve todo, pero en su nombre, hay cosas que se le pueden ocultar al público.
¡Pues vaya con el evento “pacífico y no violento“! Es curioso cómo las iglesias son negocios puros y redondos que juegan con el miedo y la ignorancia de sus fieles, pero no les han enseñado a respetar la propiedad privada.
Para el registro, tampoco lo sabe hacer la Policía: en el momento en que la integridad de nosotros corría más peligro, llegaron los agentes de policía del lugar… ¡¡a apoyar a los fundamentalistas!! Uno de estos agentes insistió en que tenía que sacarme del propio parque Simón Bolívar, espacio público donde los haya.
Otro insistió en que tenía que entregarle mi pancarta rota. Creo que el cinismómetro estalló en ese momento. Mientras en la tarima había gente arengando para mantener a los homosexuales como ciudadanos de segunda clase (cuando no llamándolos directamente enfermos), resulta que para estos agentes de Policía lo ofensivo es que yo defienda el dinero ganado con el sudor de mi frente, para que no se desperdicie promoviendo supersticiones particulares en detrimento del trato igualitario que merecemos todos los que no tenemos amigos imaginarios y los que los tienen por fuera del cristianismo.
En vista de mi renuencia a ser conducido afuera del Parque, los policías llamaron al superior del lugar, que insistió en que yo tenía que meterme mi libertad de expresión y mi libertad de movilidad en espacio público, derechos constitucionalmente protegidos, por donde me cupiera. Seguí en mi negativa y hasta le propuse al tipo una solución: me daba una relación de todos los números de placa de los agentes que estaban ahí, incluido el suyo y yo con mucho gusto salía, directo a los tribunales, para ver qué pensaban las cortes de que la Fuerza Pública me pisoteara mis derechos constitucionales. Por supuesto, no recibí nombres, ni nada (sólo un cristianofacho -un tal Daniel- zumbándome en el oído que yo tenía que obedecer a la Policía, algo que le respondí que haría siempre y cuando la Policía no fuera en contravía de mis derechos constitucionalmente establecidos).
Para entonces, alrededor mío se había formado una multitud de cristianos que insistían en tocarme (no les va mucho el concepto de proxemia, al parecer…) y entablé conversación con Paula, una cristiana que me presentó disculpas por el comportamiento abusivo, violento, feroz y hostil de sus correligionarios y por el daño a mi propiedad -la pancarta-.
Ella se mostró realmente interesada en cuál era nuestra preocupación con que se utilice dinero de los contribuyentes para promocionar su creencia particular y admitió que teníamos la razón, que el privilegio religioso del que goza el cristianismo, y del cual el Bogotá Gospel es una buena muestra, está mal.
De hecho, debo reconocer que ella fue muy decente y cordial. Había un señor totalmente paranoico y delirante que decía que yo y mis amigos eramos Satanás y hacía toda la pantomima de la imposición de manos. En algún punto que él estuvo cerca de imponerme sus manos y empezar con todo ese idiota drama, Paula salió a defenderme y le dijo al señor que yo no era ningún demonio, que yo soy un ser humano, como ellos.
Entonces, el tipo se fue contra ella y también la acusó de estar poseída o alguna otra de sus fábulas enlatadas que tienen perfectamente memorizadas para cuando alguien no se comporta según sus fanáticas y sectarias reglas.
Cuando también se fue contra ella, otros correligionarios de ambos alejaron a ese desequilibrado mental de nosotros, y pudimos concluir la conversación con Paula y otros.
Ojalá hubiera más cristianos como ella y como Freddy Rivera -quien también se comportó de manera decente y civilizada, como si no suscribiera ninguna creencia irracional-, creyentes que entienden y aceptan que el Estado no debe promover ni favorecer ninguna creencia particular.
La experiencia fue interesante, algo arriesgada, pero valió la pena y la seguirá valiendo mientras un conjunto de creencias particulares reciba -¡aún más!- privilegios y tratos preferenciales por parte del Estado.