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Sobre la ‘confianza inversionista’

Uno de los puntos centrales de la política uribestia, eufemísticamente llamada seguridad democrática, era aquella de la ‘confianza inversionista’, eslogan para resumir la obtusa creencia de que todo lo que necesita la economía es que los inversores extranjeros quieran invertir.

Pues el Nobel de economía Joseph Stiglitz tiene unas cuantas cositas que decir sobre la dichosa confianza inversionista:

Keynes peleó en contra de la noción de que si sólo los países recortaran sus déficits, la “confianza” sería restaurada, la inversión volvería y la economía lograría otra vez un empleo total. Bajo la teoría del “FMI“, los inversionistas, viendo al gobierno decidirse a eliminar los déficits, vuelan al país, el desempeño económico se recupera y la política es reivindicada. Los objetivos presupuestarios del gobierno son más que cumplidos. El “dolor” temporal pagó generosas recompenzas.

No conozco ningún país en el que ese escenario haya tenido éxito, pues hay dos problemas clave con esa “teoría”. La confianza es importante, pero no es el único factor. Por ejemplo, incluso si los inversionistas en telecomunicación confían total y completamente en la economía estadounidense, no van a invertir en más fibra óptica debido a la inmensamente excesiva capacidad actual. De forma similar, era poco probable que las industrias de exportación de Argentina atrajeran a los inversionistas, a pesar del déficit fiscal, dada la tasa de cambio sobrevaluada, los bajos precios de exportación y los muchos mercados extranjeros que seguían estando cerrados para los productos argentinos.

Incluso si la “confianza” fuera el único y más importante factor, los déficits no son el único y ni siquiera el más importante factor que determina la confianza de los inversionistas. Un país en recesión o en depresión no inspira confianza. Las políticas contraccionistas sólo exacerban la recesión. En una situación tal, los inversionistas asumen una postura centrada en esperar y ver qué sucede.

Conforme esperan, no les gustará lo que ven. Después de todo, el primer efecto de los recortes del gasto es una mayor caída del ingreso y, con ello, una caída de la rentabilidad de la inversión. Con la caída en el ingreso, las rentas fiscales se reducen y, si el país tiene alguna clase de red de seguridad, el gasto se incrementa. La esperada mejora en la posición fiscal no se materializa. En este punto, el FMI castiga al país por no lograr cumplir con sus compromisos. Pero es el FMI quien debería ser castigado, por presionar una teoría económica que fue rechazada hace mucho tiempo.

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