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Un expresidente que no se mantendrá alejado

Esta semana la ultraderecha tuvo agrieras con una columna de Héctor Abad Faciolince publicada en el New York Times en la que le dice a Uribe, de la manera más amable “¿Por qué no te callas?“.

Pues he buscado la columna en español por todas partes y en vista de que no la encontré, me puse manos a la obra y la traduje yo mismo. Aquí está:

Alguien dijo una vez que los ex presidentes son como muebles viejos. Uno piensa en un cofre, venerado por su noble apariencia, pero ya no en uso, comido por las termitas, cayendo a pedazos. Desde que la medicina moderna hizo de la longevidad la regla y no la excepción, los países han ido acumulando estas antigüedades. Cuatro expresidentes están viviendo en los Estados Unidos: el 39º, el 41º, 42º y el 43º; es muy probable que el 44º vaya a ocupar algún rincón polvoriento hasta casi la mitad del siglo 21.

Sin embargo, el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe, se niega a interpretar este papel.

Durante muchos años, la presidencia de Colombia siguió el modelo mexicano: un gobernante monárquico por un único mandato, con la reelección prohibida por ley, como una vacuna contra los caudillos quienes se enamoran del poder. Esta fue una regla sabia, dado que los líderes latinoamericanos a menudo prefieren el sistema electoral del Vaticano: un presidente que se mantiene en el cargo hasta su muerte o, en raros casos, está demasiado enfermo para servir. Fidel Castro es uno de esos casos, y después de manipular las reformas constitucionales para que puedan presentarse a la reelección, Daniel Ortega en Nicaragua y Hugo Chávez en Venezuela (que está luchando contra el cáncer) aspiran a seguir sus pasos.

Colombia se ha movido en esta dirección. Gracias a su éxito en la lucha contra la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o Farc, y el haber restaurado la fe del país en el futuro, el Sr. Uribe fue un presidente muy popular. También le tenía mucho cariño al poder. Por esa razón, promovió una enmienda constitucional que, en el 2006, le permitió presentarse a la reelección y permanecer en el cargo durante ocho años en lugar de cuatro. En el 2010 impulsó un referendo que le permitiría postularse para un tercer mandato, pero -en un acto de dignidad poco común en nuestra región- la propuesta fue declarada inconstitucional por el máximo tribunal del país. A regañadientes, el Sr. Uribe dejó el poder. Lo último que hizo fue elegir a dedo a su sucesor, Juan Manuel Santos, el exministro de Defensa, quien ganó fácilmente el voto.

En ese momento, Uribe debió haberse retirado a su rancho ganadero, irse a montar sus caballos y crear una fundación para la defensa de su legado político. En cambio, decidió vivir, supuestamente por razones de seguridad, en un cuartel de la policía en la capital, Bogotá. Allí, él puede reunirse con oficiales, entre los que siempre ha sido popular por su postura dura contra la guerrilla, y lanzar críticas a su sucesor.

Entre las principales causas de queja de Uribe están los llamados “presos políticos” – los partidarios de Uribe que han sido encarcelados por cargos de corrupción, o por participar en las grabaciones ilegales a jueces de la Corte Suprema, o por vínculos con grupos paramilitares, o por asesinatos extrajudiciales. Admirablemente, teniendo en cuenta su relación con el expresidente, el Sr. Santos ha perseguido estos casos, y el Sr. Uribe no lo perdonará por ello.

El Sr. Uribe nunca ha escrito mucho, no es una persona que goce el desarrollo de un argumento a través de las páginas de un ensayo. Sin embargo, él es adicto a Twitter (@AlvaroUribeVel tiene 1,3 millones de seguidores) y ama las frases cortas: lemas, más que pensamientos. Pasa su tiempo, día y noche, disparando contra (él mismo usa este verbo: “disparar”) el presidente Santos y sus supuestos actos de “traición”. El Sr. Santos vendió su alma a los terroristas y a Hugo Chávez, dicen los tweets, y está conduciendo al país al caos. La paz duramente ganada en Colombia, según el Sr. Uribe, se derrumbará en un resurgimiento de la violencia guerrillera financiada por la droga.

Su furia ha llevado a algunos militares retirados a ir tan lejos como para hablar de la necesidad de llevar a cabo un golpe de Estado contra el presidente. Un golpe de estado no es muy probable, pero otra reforma constitucional, permitiendo que el mesiánico Sr. Uribe se lance de nuevo en el 2014, es posible; sus partidarios ya están presionando para ello. En caso contrario, lo que podemos esperar es la creación de un nuevo partido de derecha, con una figura como candidato presidencial, y el Sr. Uribe como el verdadero líder. Esto significa que en dos años no vamos a estar avanzando, sino retrocediendo: las elecciones serán un plebiscito, una vez más, a favor del señor Uribe o contra él.

Los antiguos griegos tenían una venerable institución para defender la democracia contra la tiranía: el ostracismo. Según Plutarco, el ostracismo -que consistía en la expulsión de la ciudad-estado durante 10 años- no era un castigo sino una medida de protección, una manera de hacer al eminente humilde de nuevo. Es una mejor respuesta al problema de la sucesión que algunas otras.

Hay muchos de nosotros en Colombia, a quienes les gustaría ver a nuestro vigoroso expresidente dando clases de auto-mejoramiento en el extranjero o de consultoría para alguna corporación extranjera. Desafortunadamente, él prefiere ser una molestia en Colombia, escribiendo tweets problemas y sembrando y regocijándose cada vez que las Farc intentan asesinar a una figura política o ponen una bomba. Cada derrota militar del señor Santos es un triunfo para el Sr. Uribe: para él, el país ha estado dirigiéndose al abismo desde que ha estado fuera de sus manos. Pero nunca en las últimas décadas las cifras económicas (la inflación, el desempleo, el crecimiento) han sido tan buena. Y si la situación de seguridad continúa siendo difícil, las tasas de homicidios no son más altas de lo que eran bajo el Sr. Uribe. De hecho, todavía están cayendo.

Esta es la razón por la que muchos colombianos soñamos con algo parecido al ostracismo y deseamos que un mueble viejo, llamado Álvaro Uribe dejara de estorbar a todo el mundo en el centro de la sala de estar.

Por supuesto, el capataz con ínfulas de dictador no pudo aguantarse esto y salió, previsiblemente, a responderle a Héctor Abad por Twitter. Y el escritor le ripostó muy bien, poniéndole todos los puntos sobre las íes.

Ahora bien, en cuanto al artículo original, yo matizaría algunas de las afirmaciones de Abad Faciolince – Uribe no fue duro con la guerrilla. De hecho, él liberó a Granda y creó ese adefesio jurídico llamado Ley de Justicia y Paz, que garantiza la impunidad para los terroristas (que Juan Manuel Santos, siguiendo sus pasos, amplió en el también pésimamente llamado Marco Jurídico para la Paz).

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