En más de una ocasión he denunciado el coqueteo de Noam Chomsky con el revisionismo histórico. Una de esas veces fue cuando retomé las palabras de George Monbiot, quien denunció las mentiras del libro The Srebrenica Massacre, de Edward Herman, amigo íntimo de Chomsky.
Pues Monbiot ha seguido con el tema y ha cavado más y más profundo, para encontrar que el negacionismo del genocidio hace parte de una facción de la izquierda. Esta es su más reciente columna del Guardian, See No Evil:
¿Cómo es que la negación del genocidio se convirtió en una doctrina de la izquierda internacionalista?
El término genocidio evoca los intentos de matar a todo un pueblo: la matanza alemana de los judíos o los herero, la masacre turca de los armenios, el exterminio casi total de los nativos americanos. Pero la identidad del crimen no depende de su escala o de su éxito: se entiende por genocidio “actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.
Aunque, en 1995, las mujeres y los niños de Srebrenica fueron retirados primero de los campos de la muerte por las tropas serbobosnias y a pesar de que los 8.000 hombres y niños que mataron eran una pequeña proporción de la población bosnia musulmana, eso encaja con la definición. Así que el juicio de Ratko Mladic, comandante de las tropas, que comenzó la semana pasada, importa. Independientemente de lo que uno piense sobre la imparcialidad del derecho internacional, y aunque sigue siendo cierto que hombres que encargaron o causaron la muerte de un mayor número de personas (George Bush y Tony Blair, por ejemplo) no han sido llevados a la justicia y es poco probable que lo sean, cada juicio de este tipo hace del mundo un lugar mejor.
Así que los intentos de minimizar o descartar este crimen también importan, sobre todo cuando surgen del poco probable escenario de la izquierda internacionalista. Estoy usando esta columna para seguir una batalla que podría ser inútil y que muchos de ustedes podrían considerar como oscura. Tal vez me he vuelto obsesivo, pero me parece que es necesaria. Tácitamente en juicio junto a Mladic en La Haya hay un conjunto de ideas: en mi opinión, el caso más inquietante de negación y doblepensamiento de la izquierda desde la negativa generalizada a aceptar que Stalin había diseñado una hambruna en Ucrania.
La primera vez que planteé esta cuestión fue hace un año, cuando critiqué duramente un libro de dos lumbreras de la izquierda, Edward Herman y David Peterson. The Politics of Genocide busca minimizar o descartar tanto la masacre de musulmanes bosnios en Srebrenica en 1995 y el genocidio de los tutsis cometido por las milicias hutus en Ruanda en 1994. Sus afirmaciones son extraordinarias: que la causa de la muerte de la “inmensa mayoría” de los musulmanes bosnios en Srebrenica permanece “indeterminada”; que en lugar de 800.000 o más tutsis que fueron asesinados por las milicias hutus en Ruanda, “la gran mayoría de las muertes fueron de los hutus, con algunas estimaciones de hasta dos millones”, mientras que los miembros de la milicia Interahamwe de los hutus” fueron las “verdaderas víctimas” del genocidio.
Lo que ha cambiado desde entonces es que el movimiento al que pensé que pertenecía ha cerrado filas: contra los intentos de desafiar este revisionismo, contra los hechos, en efecto en contra de las víctimas de estos genocidios. Mis intentos de perseguir esta pregunta se enumeran entre las experiencias más desalentadores de mi vida laboral.
Después de haber cubierto el tema el año pasado, Herman y Peterson escribieron una larga denuncia en el sitio de Znet. Creo en probar cada proposición, por lo que me propuse a descubrir si, como ellos insistían, yo estaba equivocado. Consulté a cuatro de los principales eruditos sobre genocidio del mundo: Martin Shaw, Adam Jones, Linda Melvern y Marko Atila Hoare. Le pedí a cada uno que escribiera una breve respuesta a las afirmaciones que los dos hombres hicieron en Znet. Sus declaraciones, que también he publicado en mi sitio web, son devastadoras. Acusan a Herman y Peterson, de ocultar, distorsionar y tergiversar las pruebas, y de participar en la negación del genocidio.
Para que Edward Herman y David Peterson estén en lo cierto, todo el canon de los estudios serios, investigaciones de derechos humanos, las exhumaciones y declaraciones de testigos tendrían que estar equivocados. Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias. Sin embargo, ellos ofrecen poco más que las afirmaciones recicladas de genocidas y negadores del genocidio, mezcladas con sus propias tergiversaciones.
Pero este descubrimiento no me perturbó tanto como las respuestas de sus seguidores. Le escribí a Michael Albert, el editor de Znet, preguntando si él podría publicar la reseña de Martin Shaw, sobre el libro de Herman y de Peterson (originalmente publicada en el Diario de Investigación del Genocidio) como contrapeso a su artículo. Él se negó rotundamente, y luego pasó a acusarme de una larga lista de creencias aberrantes.
Le escribí a Noam Chomsky, uno de mis héroes, quien proporcionó el preludio de Herman y el libro de Peterson, preguntándole si lo había leído, y si aceptaba las cuentas que contiene del genocidio en Ruanda y la masacre de Srebrenica. Ver a esa gran mente brillante participar en desestimación y distracción prepotentes ha sido muy deprimente. Si bien no respondió a mis preguntas, me acusó de seguir el guión de Washington (he publicado nuestra correspondencia en mi sitio web).
John Pilger, quien escribió un respaldo entusiasta de la obra, ofreció esta respuesta: “Chef Monbiot es una figura curiosamente triste. Todos esos años de noble cruzada verde ahora frustrados por su conversión damascena a las devastaciones venenosas de la energía nuclear y su demostrable necesidad de reconocimiento por parte del establecimiento – un reconocimiento del que, irónicamente, él ya disfrutaba”. La revista izquierdista Counterpunch citó mi artículo como prueba de que soy un miembro de la “policía del pensamiento”, y que el papel del Guardian es “limitar los horizontes de la imaginación de los lectores”.
Así, esta idiotez infecciosa se ha propagado a través de la comunidad política a la que pertenezco. Las personas que critico aquí acertadamente sostienen que los gobiernos occidentales y gran parte de los medios de comunicación occidentales ignoran o justifican las atrocidades cometidas por los EEUU y sus aliados, mientras que magnifican las cometidas por las fuerzas consideradas hostiles. Pero luego parece que crean una imagen reflejada de esta narrativa unilateral, minimizando los horrores cometidos por las fuerzas consideradas hostiles a los EEUU y sus aliados.
Tal vez esto les parezca a ustedes como el tipo de luchas internas esotéricas a las que la izquierda sucumbe con demasiada frecuencia, pero esto me parece que es importante: tan importante como cualquier otro asunto de derechos humanos. Si las personas que dicen preocuparse por la justicia y la humanidad no pueden resistir lo que me parece la flagrante negación del genocidio, nos encontramos en un lugar muy oscuro.
Aquellos de nosotros que buscamos juzgar un caso según sus méritos, no en función de la identidad de las víctimas y los autores, tenemos el deber de defender la memoria de las personas que están siendo desconocidas por Herman, Peterson y sus partidarios. Esto no nos hace apologistas del poder occidental, o lacayos del establecimiento o de la policía del pensamiento. Sólo significa que nos preocupamos por los hechos.
Y mi admiración por George Monbiot aumenta como espuma, ya que a pesar de su inexplicable admiración por el crápula de Chomsky, dejó de lado sus sentimientos y el endiosamiento del que goza este para contrastar con los hechos y, por muy doloroso que le resultó, prefirió los hechos.