Una de las razones por las que hay que acabar con el privilegio religioso (el hecho de que a alguien se le confiera tratamiento especial por parte de las autoridades en razón que suscribe un kit de creencias irracionales) es porque es la base de la discriminación. Y no es sólo con el cristianismo y el islam.
Cualquier líder religioso de cualquier superstición tomará cualquier oportunidad de que sus súbditos sean tratados con deferencia y por encima de las leyes. Por ejemplo, el caso de los menonitas en la ciudad de Filadelfia, Paraguay, en donde explotan a los indígenas nativos:
Aquí se aplican las leyes que los menonitas quieren, laborales y fiscales. Han llegado a tomar el control total de la región, tanto es así que proveen de educación a las comunidades originarias allí donde tienen influencia, impregnando así de valores menonitas a sus habitantes. En 1996 (ha llovido mucho, pero dice mucho también de la mentalidad), en un intento al más puro estilo europeo por ‘limpiar’ la ciudad, en Filadelfia se prohibió dormir en las calles a indígenas ayoreos de las comunidades Jesudi, Campo Loro y Ebetogue (según el informe de Derechos Humanos en Paraguay – 1996).
A pesar del tono antioccidental de la nota, no se puede desechar su contenido: los menonitas han abrazado el modo de vida occidental, el desarrollo y la tecnología, y la única razón por la que conservan el adjetivo de “menonitas” es para poder seguir explotando indiscriminadamente los recursos y tratando como ciudadanos de segunda clase a los indígenas.
O sea, toman lo que más les conviene de cada mundo, perpetuando la discriminación: abrazan el progreso, pero no renuncian a su estatus especial, para que no les apliquen las normas que nos aplican a todos los occidentales y por ende puedan pasarse por el forro los derechos laborales de sus congéneres indígenas y los límites ecológicos que debe tener el desarrollo.
Y sólo queda el ensordecedor silencio de los multiculturalistas.