Que los curas y sacerdotes mienten no es un secreto – ¡básicamente es su trabajo!
Y aunque no les guardo ninguna simpatía, dejo que lo hagan. Allá ellos. Cada quién está en su derecho de difundir cuanta idiotez crea. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es que se hagan pasar como mansas palomitas, como lo trató de hacer ver Pedro F. Mercado Cepeda, el Secretario Adjunto de la Conferencia Episcopal de Colombia, en carta a El Espectador:
La Iglesia católica no posee ni añora poder político alguno. Mucho menos pretende “imponer” sus opiniones por fuera del espacio democrático.
¡Eso es una mentira del tamaño de un continente!
Por supuesto que poseen poder político y añoran mucho más. Tan es así que han callado impunemente cuando el procurador Alejandro Ordóñez viola la Constitución y establece una Inquisición en la Procuraduría. Tan es así que recogen firmas afuera de las Iglesias para imponer su apocalíptica y tétrica visión del mundo en el resto de la sociedad.
La Iglesia básicamente es poder político. Tan es así que han obstaculizado todas las iniciativas que se han tomado buscando extender los derechos de las mujeres y de los homosexuales. Tan es así que Rubén Salazar es recibido en la Corte Constitucional. Pues vaya que cuentan con muchísima suerte para no tener ningún poder político.
La Iglesia cree firmemente en la democracia colombiana y en las instituciones, en la sana multiculturalidad y en el sano pluralismo, en la inclusión y en la justicia social.
¿En serio? Porque hasta donde sé, la doctrina oficial de la Iglesia es la de oponerse al relativismo. Y adivinen qué: la multiculturalidad no es otra cosa que relativismo cultural.
Por cierto, yo no lo tengo tan claro: ¿en qué momento es que cree firmemente la Iglesia en la inclusión y en la justicia social? ¿Cuando toma recursos públicos para reparar sus templos? ¿O cuando no paga impuestos? ¿O cuando promueve legislaciones que tratan a los no-heterosexuales como ciudadanos de segunda clase?
Comprendemos bien que algunas de nuestras posiciones puedan suscitar incomprensión y debate.
Ohh, tranquilos, no hay incomprensión. Yo entiendo muy bien de qué van: un siniestro grupo de supuestos vírgenes que viola impunemente monaguillos pretende decirle al resto de la sociedad cómo, con quién y cuándo tener sexo. Y no felices con eso, quieren que toda la población esté sujeta a eso y por eso intentan participar del “proceso democrático” del país, para imponer su visión (una vez más, recordemos, sin pagar impuestos).
Pedimos, simplemente, que no se tergiverse o se condene a priori nuestra opinión y que se tengan en cuenta nuestras razones.
Es que no es necesario tergiversar sus razones. Ellos aman al pecador y lo demuestran intentando que la política pública los discrimine.
Lastimosamente son muchos los prejuicios que, en diversos medios de comunicación, caricaturizan las posiciones de la Iglesia, presentándolas como retrógradas, antipluralistas, dogmáticas, machistas u homofóbicas.
Por supuesto que sus posturas deben presentarse así, pues así son.
Un paso importante que favorecería mucho ese debate público, al que este diario nos invita, sería el nombramiento de un periodista dedicado a bridar cubrimiento de las diversas actividades y pronunciamientos de la Iglesia (porque es difícil juzgar lo que no se conoce sino de oídas) y la asignación de un espacio de opinión en su diario (porque el debate no puede darse sin posibilidad de respuesta).
Ahh, claro. No felices con contar ya con no una sino dos columnas de opinión en El Tiempo, ahora también quieren una en El Espectador. ¿Cuántas columnas más de opinión quieren tener, para seguir infectando el discurso público de odio, prejuicios y discriminación?