En más de una ocasión he sentido envidia de no haber nacido en una familia atea. Creo que las personas que tienen esa oportunidad, son afortunadas y me gustaría que más y más personas, cada vez, fueran así de afortunados.
Al respecto me encontré con un artículo de Kazim, uno de los chicos de The Atheist Experience, que me pareció simplemente fenomenal. Así que lo traduje:
Estuve muy interesado al leer el reciente post de Greta Christina, “¿Será el ateísmo más fácil?” en el que pregunta:
Y si llegamos a nuestro ateísmo más o menos por nuestra propia cuenta -si llegamos a la comunidad atea después de dejar ir a Dios, y no antes- tuvimos que reinventar la rueda. Yo ciertamente pasé por eso. Cuando solté mis creencias espirituales, yo no estaba familiarizada con una gran cantidad de filosofías ateas y humanistas y escépticas y seculares de la vida y la muerte. La muerte en especial fue una lucha para mí -como lo es para muchos creyentes que están dejando ir sus creencias- y yo prácticamente tuve que ensamblar mis propias formas de hacer frente a una vida en la que la muerte es real y verdaderamente definitiva. Y no soy la única. Otros ateos que han abandonado la religión reportan luchas emocionales y filosóficas similares: sobre la muerte, sobre el significado, sobre la responsabilidad personal, acerca de las preguntas realmente importantes que enmarcan nuestras vidas.
Pero me pregunto si eso va a ser menos cierto para la próxima generación.
Es una pregunta interesante para mí porque yo soy esa próxima generación, por así decirlo. Nunca he tenido que llegar al ateísmo por mi cuenta. Mi padre es un ateo, sus padres eran ateos, y el interés de mi madre en el judaísmo siempre me pareció que era sobre todo ceremonial.
No vacilo en responder a la pregunta de si es más fácil crecer sin el bagaje de la religión, porque nunca pensé que el ateísmo fuera difícil en lo más mínimo. Desde la primera vez que me encontré con la oposición de mis compañeros de jardín infantil, nunca fui tímido para declarar mi opinión, y pocas veces he sentido una gran ansiedad acerca de si vale la pena vivir la vida.
Claro, ser ateo ha sido difícil a veces porque me hace una minoría y me pone en conflicto con otras personas. Ha causado la molestia ocasional con compañeros de clase, vecinos y compañeros de trabajo. Afortunadamente, los grandes conflictos han sido relativamente raros para mí, y la respuesta ha sido generalmente reunirme con mejores personas o evitar los temas que causan peleas. En conjunto, sin embargo, nunca he sentido mucho de esa reevaluación masiva de prioridades y valores de las que le dan un vuelco a la vida que los ex-teístas parecen experimentar, o perdido una gran cantidad de sueño preocupándome de que no haya un sentido.
Siempre he encontrado fascinantes las historias de deconversión de otras personas, y por el contrario, siempre he considerado un poco aburrida la historia de mi propio ateísmo. El conflicto interno masivo y la búsqueda del alma es algo que hace una buena narrativa – un viaje heroico atractivo, si se quiere. Pero eso no quiere decir que haya algo malo con saltárselo.
Con disculpas por la sobreutilizada analogía: Mi hijo nunca ha creído en Papá Noel. Incluso entre los ateos, esto es tomar una posición controversial, ya que muchos padres ateos razonan de esta manera: “Yo creí en Papá Noel, y trajo magia y maravilla a mi vida hasta que me enteré de la verdad. ¿Es justo negarle lo mismo a mi hijo?” Creo que es absolutamente justo usar una muestra de tamaño uno. Ben se encuentra aún en una época en que muchos de sus compañeros creen en Papá Noel, y le he preguntado desde hace varios años, “¿Sientes que te perdiste algo, porque no creíste en Papá Noel?” Él siempre inmediatamente insistió en que está contento de nunca haber creído en él. Él no parece disfrutar menos de la temporada de vacaciones (dice que son sus vacaciones favoritas), y parece que nunca se ha sentido decepcionado por el hecho de que recibe regalos de sus padres en lugar de un personaje de cuentos.
Hablando de mi hijo, él es otro ateo de toda la vida, y parece tener un momento aún más fácil del que yo tuve. Al igual que yo, él no oculta sus opiniones de los demás estudiantes. Al igual que yo, eso a veces causa un pequeño conflicto con los verdaderos creyentes. A diferencia de mí, él parece haber recopilado un buen número de amigos ateos en cada escuela y guardería a la que va. Le doy el crédito a la voluntad cada vez mayor del movimiento ateo de decir lo que piensan y hacer el ateísmo socialmente aceptable. Estoy bastante seguro de que los niños de la generación de Ben crecerán con una mayor exposición a los ateos y menos temor hacia ellos que cualquiera de nosotros.
Desde luego, no quiero decir que nunca me enfrenté a dilemas filosóficos. Los cristianos me han desafiado toda mi vida a pensar en sus puntos de vista y justificar mi rechazo a sus creencias. He devorado la apologética, tanto histórica como moderna, en forma de libros y programas religiosos de radio y televisión y asistencia a la iglesia en vivo y (por supuesto) en debates en línea y en persona. He experimentado dudas, seguro – hubo un período en el que le di una mirada a la apuesta de Pascal y me pregunté si realmente hay una razón para temer consecuencias eternas. Obviamente, llegué a la conclusión de que no la hay.
A medida que me he ido haciendo mayor, me he preocupado sin duda en muchas ocasiones acerca de mi propia mortalidad. He leído mis viejos artículos del colegio y entradas de blog y sentí un poco de tristeza existencial de que el “viejo yo” no volverá a existir. He, incluso, una o dos veces, reflexionado sobre el destino de la vida los últimos seres humanos. ¿Cómo será cuando el legado de toda la raza humana termine, pues los recursos se agotan, o se congela el planeta, o el universo entero se derrumba? Esas son cosas tristes sobre las qué reflexionar.
Pero en ningún momento he pensado seriamente que habría sido mejor no haber vivido en lo absoluto. No sólo alego en abstracto que no se necesita ningún Dios para dar sentido a mi vida. Trato de apreciar lo que tengo y disfrutar lo que hago, y aún me puedo sentir optimista de que la vida continúa para mejorar a medida que las personas aprenden más.
Como mi hijo piensa de Papá Noel, así pienso yo de Dios. Respeto a las personas que han pasado por la experiencia de aprender por primera vez que (probablemente) Dios no existe. Valoro la lucha por la que tienen que pasar al reforjar su identidad. Pero no siento como si me perdiera de algo.