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Cómo no defender la adopción homoparental

Ya en una ocasión comenté la columna de Aura Lucía Mera, cuando quiso confundir idiotamente la Ciencia con la democracia y pretendía ridículamente que ambas procedieran de la misma forma, sin ningún reparo por un incidente que pudo arruinar miles de vidas y mandar al garete otro tanto de casos de Medicina Legal.

Ahora la columnista se empeña en defender la crianza homoparental del ataque de la Iglesia y aunque simpatizo con su postura, no lo hago con sus argumentos:

Conozco parejas de hombres y parejas de mujeres, casados y con hijos. Los mejores padres y madres. Sus hijos jamás serán maltratados, ni sufrirán agresiones físicas ni psicológicas. Si existen niños que siempre se verán rodeados de amor son precisamente los hijos, adoptados o inseminados, de estas parejas de hombres o de mujeres, que decidieron unir para siempre sus vidas.

Desconocer que el maltrato imperante en ‘hogares’ heterosexuales crece a ritmo monstruoso, es negar que el agua moja. Toda la violencia, el abuso de drogas, la insanidad de miles y miles de jóvenes, tienen su raíz más profunda en el desamor, la agresión y el maltrato de su ‘familia nuclear’. Por qué, y con qué derecho, la Iglesia, que cada día se aparta más de los postulados de Jesús, impide que estas parejas se unan y adopten hijos.

Estamos pasados, repito, de respetar a estas parejas. De aprender de ellas. Sus valores éticos, morales y espirituales la mayoría de las veces están muy pero muy por encima de los de los ‘hétero’ que en nombre de la ‘normalidad’ cometen toda clase de atropellos contra sus hijos carnales, y que están lejos, muy lejos, no importa el estrato socioeconómico, de ser los padres ‘modelos’ que pretenden ser.

Así como el hecho de que haya padres heterosexuales no es una garantía en contra del maltrato infantil, tampoco lo es que haya padres homosexuales.

Ser mal padre es una cuestión sencillísima. Basta con dejar de poner atención durante el suficiente tiempo (o poner excesiva atención) para que algo salga mal. La orientación sexual no garantiza nada, sino sólamente un gusto de los padres, como si prefieren el rojo o el negro.

En cuanto a lo de “los postulados de Jesús”, no podría estar más en desacuerdo: el tal zombie judío habló de la maldad de los delitos de opinión, y el pecado del divorcio; del valor del abandono del pensamiento racional, y la nobleza de abandonar a la familia y la responsabilidad de llevar a cabo una práctica religiosa. Habló con aprobación de la serena aceptación de la maldad y la opresión en el mundo. Y habló -una y otra vez, como un disco rayado- sobre toda la importancia de creer que él era Dios, y obedecer sus mandamientos. Habló una y otra vez sobre cómo había sólo una manera correcta de practicar la religión, y cómo hacer esto era una prioridad mucho mayor que ser una buena persona.

Eso es precisamente lo que predica la Iglesia: delitos del pensamiento, el pecado del divorcio, la renuncia a las facultades críticas, el abrazo del statu quo y la importancia de suscribir su absurdo mito de que son mensajeros de un megalomaníaco dictador celestial. ¡Esas son las enseñanzas de Jesús!

Ya en cuanto a valores “espirituales”, debo confesar que carezco de ellos. No me avergüenza tener un cuerpo, ni que este esté compuesto de carne, ni tener impulsos biológicos, ni gozar de mi sexualidad y ciertamente no me trago la fantástica afirmación de que hay un mundo más allá del material. Y así soy mejor persona – hago el bien a mis congéneres, no por una recompensa post mórtem o el temor a un castigo eterno, ¡sino porque me nace y quiero dejar sus vidas mejor de lo que las encontré!

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