Hoy, al igual que todos los primero de mayo, se celebra el Día Internacional de los Trabajadores.
Creo que sería redundante escribir un artículo al respecto, cuando ya contesté lo que opino de este festivo en el contexto colombiano:
Creo que se ha descontextualizado bastante.
Que en esta fecha se conmemore la muerte de los obreros de Chicago y la reivindicación por las ocho horas laborales me parece que es algo justo, necesario e importante. Los trabajadores sí se encuentran en posición desventajosa frente a sus empleadores y en esa medida es necesario que el Estado entre a aliviar esas diferencias y garantizar unos justos derechos laborales, que permitan que los asalariados puedan perseguir sus metas y cumplir sus objetivos, en vez de que vivan para trabajar.
Sobra decir que eso no pasa aquí en Colombia. Aquí los trabajadores se explotan para poder malvivir. Y creo que esto es culpa un poco de muchos factores.
Por un lado, un capitalismo mal aplicado, un pésimo capitalismo, en Colombia ha reducido la velocidad y efectividad con la que se debería redistribuir la riqueza. Eso por un lado.
Por otro flanco tenemos la pésima disposición del Estado a hacer las cosas. Aquí las cosas se hacen de mala gana (véase la votación de la Ley Lleras 2.0 – hasta para jodernos les da pereza y afán…). Gracias a esto tenemos unas leyes laborales supremamente restrictivas e inútiles, ya que no garantizan de a mucho que los empleadores no abusen de su posición de ventaja sobre los trabajadores, pero además son un obstáculo para aquellos honrosos casos en los que alguien está dispuesto a ser empleador responsable y honesto, a “hacer empresa” (un trabajador le cuesta cerca de un millón de pesos al empleador). Así que las leyes desestimulan la honesta creación de empleo. Sin embargo, los casos en los que un trabajador vago, perezoso e indispuesto ha ganado una demanda que ha llevado al borde de la quiebra a sus hasta entonces empleadores, abundan y son una vergüenza.
Por si fuera poco, acá en Colombia no existe una ética del trabajo, de ganarse las cosas o siquiera, del camino fácil siempre y cuando sea legal. Nuestra catoliquísima tradición de esperar que hagan todo por nosotros, de la pereza, permeó la sociedad hasta el tuétano, de tal forma que mientras en otros países todo el aparato productivo está enfocado en que las personas puedan sostenerse y pagarse su propia vida, en Colombia todavía tenemos una concepción muy bananera del trabajo.
Esto se ve expresado en muchas facetas de la sociedad colombiana. Por ejemplo, mientras que en EEUU los hijos se van de la casa antes de los 20 años, a trabajar mientras están en el colegio (y para pagarse su Universidad), acá las personas se van de la casa de sus papás cuando han terminado la universidad y están trabajando (o peor aún, cuando se casan). Allá se independizan. El carro forma parte central de sus vidas, siendo una herramienta para transportarse a trabajar, a estudiar o a donde sea. Acá un R4 es visto como un lujo (?) y pretenden que todos nos vayamos en transporte público (y casi ningún negocio, ni siquiera los sitios turísticos, tienen un lugar decente para parquear).
Por otro lado, y en parte como consecuencia de lo anterior, tenemos una sociedad que no ha sido educada para agradecer ni saber valorar el Estado social de derecho. Dentro de todo, siempre se encuentra uno con posturas reaccionarias. Están los conservadores que creen que evitar que los pobres se mueran de hambre es atacarles sus derechos. Y está una mayoría completamente desagradecida, que no saben valorar las cosas que se les dan porque no les costaron. Por ejemplo, en la Universidad Nacional se les dotaba con apartamentos, que terminaron convertidos en garitos de crack y burdeles (y que no me malinterpreten, si se quieren drogar y quieren follar, que lo hagan, pero que no conviertan en negocio lo que se supone que es un techo que les han facilitado para que duerman). También, en la misma UN alguna vez botaron la comida (sí, la botaron) porque ese día les habían dado (¡regalado!) pollo en vez de carne o algo por el estilo.
Con esta sociedad free rider y desagradecida tampoco podemos esperar mucha responsabilidad. Por ejemplo, alguna vez conocí a una señora que trabaja como ayuda con el oficio de una casa que tenía Sisbén y por eso no cotizaba de su trabajo porque si trabaja entonces la sacan del sistema (una normativa que podría tener alguna lógica, pero que en últimas fomenta la pereza y que las personas se queden en sus casas y no salgan a ganarse la vida).
Y esta cultura es algo que se puede observar también en los sindicatos. Estos, se supone que existen para proteger a los trabajadores, pero en últimas se han vuelto una patente de corso para que ellos hagan y deshagan casi a su antojo. La concepción general de los trabajadores sindicados es que pueden llegar tarde y hacer más cosas que finalizarían cualquier tipo de contrato laboral simplemente porque están “protegidos”.
Y entonces llegamos al Primero de Mayo o Día Internacional de los Trabajadores. En teoría, salir a marchar y recordar las protestas en Chicago de hace 125 años y las reivindicaciones laborales debería ser lo que ocupara las actividades de los manifestantes.
En cambio tenemos disturbios (gracias, en parte, a infiltración de grupos guerrilleros) y ataques contra la institucionalidad que les ha dado algunas prerrogativas a los trabajadores; un odio contra el Estado que por lo menos yo, no consigo explicar. Se supone que hay cierta inspiración comunista en esta manifestación, y sin embargo, lo que he podido ver, es que lo que el Estado le da a los trabajadores, estos no lo valoran. Salen a pedir más derechos cuando no han sabido utilizar los que se les han dado.
En últimas, esa siempre ha sido una pregunta que no he conseguido responderme: en vista de que defiendo que siempre se amplíe el abanico de derechos y libertades de las personas, hacer algo así en la sociedad colombiana acarrearía que muchos se aprovechen de situaciones que al Estado no le queda fácil controlar (ni lo haría de manera pronta, justa, ni oportuna). Mientras encuentro la respuesta, debo recordarme a mí mismo que cada vez que defiendo más derechos, también debo defender que las personas se apropien de las correspondientes obligaciones.