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Las drogas y el sentido de la vida

No sé por qué no había leído el artículo de Sam Harris sobre las drogas y el sentido de la vida, pero ciertamente me estaba perdiendo de mucho.

Creo que sus palabras servirían como una parte esencial de la discusión sobre la prohibición de las drogas y su necesaria legalización.

Así que iba a traducir el artículo, pero alguien del foro Cannabiscafe se me adelantó. Reproduzco su traducción cambiándole algunas cosas:

Todo lo que hacemos, lo hacemos con el propósito de alterar la conciencia. Formamos amistades para poder sentir ciertas emociones, como el amor, y evadir otras, como la soledad. Comemos comidas específicas para disfrutar sus fugaces presencias en nuestras lenguas. Leemos por el placer de pensar las ideas de otra persona. Cada momento de vigilia –e incluso en nuestros sueños- luchamos para dirigir el flujo de sensación, emoción y cognición hacia estados de conciencia que valoramos.

Las drogas son también un medio para este fin. Algunas son ilegales, otras están estigmatizadas, algunas son peligrosas –aunque, perversamente, estos conjuntos apenas se cruzan. Hay drogas de extraordinario poder y utilidad, como la psilocibina (el componente activo de los “hongos mágicos”) y la dietilamida de ácido lisérgico (LSD), que no poseen riesgos aparentes de adicción y son bien toleradas psicológicamente, y aún así uno puede ser mandado a prisión por su uso –cuando drogas como el tabaco y el alcohol, que han arruinado incontables vidas, son disfrutadas ad limitum en casi todas las sociedades del planeta. Hay otros puntos en este sentido: la 3,4-metilendioximetanfetamina (MDMA o “éxtasis”) tiene un potencial terapéutico remarcable, pero también es susceptible a abusos, y aparentemente es neurotóxica. [1]

Una de las grandes responsabilidades que tenemos como sociedad, es educarnos, junto con las siguientes generaciones, acerca de qué sustancias vale la pela ingerir, y con qué propósito, y cuales no. El problema, sin embargo, es que nos referimos a todos los compuestos biológicamente activos con un solo término: “drogas” y esto hace casi imposible tener una discusión inteligente acerca de los asuntos psicológicos, médicos, éticos y legales alrededor de su uso. La pobreza de nuestro lenguaje ha sido sólo un poco aliviada por la introducción de términos como “psicodélicos” para diferenciar ciertos compuestos visionarios, que pueden producir extraordinarios estados de éxtasis e iluminación, de los “narcóticos” y otros agentes clásicos de estupefacción y abuso.

El abuso de drogas y la adicción son problemas reales, por supuesto –su remedio es la educación y el tratamiento médico, no la cárcel. De hecho, las peores drogas de abuso en los Estados Unidos parecen ser los analgésicos de prescripción, como la oxicodona. ¿Algunas de estas medicinas deberían de ser ilegales?, claro que no. La gente debe de estar informada acerca de ellas, y los adictos necesitan tratamiento. Y todas las drogas –incluyendo alcohol, cigarros y aspirinas- deben ser alejadas de las manos de los niños.

En mi primer libro, El fin de la fe, discuto un poco algunos asuntos de las políticas sobre las drogas, y mi opinión al respecto no ha cambiado. La “guerra contra las drogas” definitivamente ha sido perdida y nunca debió de haberse librado. Si bien no está expresamente protegido por la constitución de los EEUU, no puedo pensar en ningún derecho político más fundamental que el derecho a dirigir pacíficamente los contenidos de nuestra propia conciencia. El hecho de que arruinamos inútilmente las vidas de los usuarios de drogas no violentos encarcelándolos, con un gasto enorme, constituye una de las más grandes fallas morales de nuestro tiempo. (Y el hecho de que hacemos lugar para ellos en nuestras prisiones dejando en libertad bajo palabra a asesinos y violadores lo hace pensar a uno si la civilización no está simplemente condenada)

Tengo una hija que un día tomará drogas. Por supuesto, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme que ella escoja sus drogas sabiamente, pero una vida sin drogas no es ni posible ni deseable, creo yo. Algún día, espero, mi hija disfrutará la mañana con una copa de te o de café tanto como lo hago yo. Si ella bebe alcohol de adulta, como probablemente lo hará, la animaré a hacerlo de forma segura. Si ella elige fumar marihuana, le exhortaré moderación. [2] El tabaco debe ser evitado, por supuesto, y haré todo lo posible dentro de los límites de la buena paternidad para mantenerla alejada de él. Y no es necesario decir que si mi hija desarrolla, eventualmente, una afición por la metanfetamina o el crack, posiblemente yo ya no pueda volver a dormir. Pero si ella no prueba algún psicodélico, como la psilocibina o el LSD al menos una vez en su edad adulta, me preocuparía de que ella se esté perdiendo uno de los más importantes ritos de paso que un humano pueda experimentar.

Con esto no digo que todos deban probar un psicodélico. Como mencionaré después, estas drogas tienen ciertos peligros. Sin lugar a dudas, hay gente que no puede permitirse el lujo de levantar el ancla de la cordura, o incluso darle el más leve tirón. Han pasado ya varios años desde que he dejado de usar psicodélicos, de hecho, mi abstinencia nace de un sano respeto hacia los riesgos que involucran. Sin embargo hubo un periodo de mis tempranos veintes en el que encontré en drogas como la psilocibina y el LSD herramientas indispensables de iluminación, y algunas de las horas más importantes de mi vida las tuve bajo su influencia. Creo que es muy posible que yo nunca descubriera que hay todo un paisaje interior de la mente que vale la pena explorar si nunca hubiera tenido esta ventaja farmacológica.

Mientras los seres humanos han ingerido plantas psicodélicas por milenios, la investigación científica de sus componentes no comenzó hasta la década de 1950. Para 1965, cientos de estudios fueron publicados, principalmente sobre psilocibina y LSD, muchos de ellos atestiguaron la utilidad de los psicodélicos en los tratamientos para la depresión clínica, el trastorno obsesivo compulsivo (T.O.C.) la adicción al alcohol, y para el miedo y la ansiedad asociados al cáncer terminal. Pocos años después, sin embargo, este campo de investigación fue abolido en un esfuerzo por detener la propagación de estas drogas en el público en general. Después de una pausa que duró toda una generación, la investigación científica de los valores farmacológicos y terapéuticos de los psicodélicos se ha venido reanudando lentamente.

Los psicodélicos incluyen químicos como psilocibina, LSD, DMT y mescalina, los cuales alteran poderosamente la conciencia, la percepción y el humor. La mayoría parece ejercer su influencia a través del sistema serotoninérgico en el cerebro, principalmente uniéndose a los receptores 5-HT2A (aunque algunos tienen afinidad por otros receptores también), provocando el incremento de la actividad neuronal en la corteza prefrontal. Mientras la corteza prefrontal, a su vez, modula la producción de dopamina subcortial, el efecto de los psicodélicos parece tener lugar principalmente fuera de las vías de la dopamina (lo que puede explicar el por qué estas drogas no formen hábito).

La mera existencia de los psicodélicos parece establecer las bases materiales de la vida mental y espiritual más allá de cualquier duda (para la introducción de estas sustancias en el cerebro es la causa obvia de cualquier apocalipsis sagrado que le sigue). Es posible, sin embargo, si no plausible, ver este dato desde la otra perspectiva y argumentarlo como Aldous Huxley lo hizo en su ensayo Las Puertas de la Percepción al decir que la función primaria del cerebro podría ser eliminativa: su propósito sería evitar una dimensión de la mente vasta y transpersonal que podría inundar a la conciencia, permitiendo así a primates como nosotros tener su camino en el mundo sin ser apabullados a cada momento por fenómenos visionarios irrelevantes para su supervivencia. Huxley pensaba que si el cerebro era una especie de “válvula reductora” de una “Mente Libre” esto explicaría la eficacia de los psicodélicos: ellos podrían ser medios materiales para abrir el grifo.

Desafortunadamente, Huxley operaba bajo la suposición errónea de que los psicodélicos decrecían la actividad mental. Sin embargo las técnicas modernas de neuroimagen han mostrado que estas drogas tienden a incrementar la actividad en varias regiones de la corteza (así como en las estructuras subcorticales) [Nota 24/01/12: un estudio reciente sobre la psilocibina en realidad le da cierto apoyo a la visión de Huxley. – SH]. Aún así, la acción de las drogas no descarta el dualismo o la existencia de reinos de la mente más allá del cerebro, pero nada lo hace. Este es uno de los problemas con puntos de vista de este tipo: parecen ser infalsables. [3]

Por supuesto, el cerebro sí filtra una extraordinaria cantidad de información de la conciencia. Y como muchos que han probado estas drogas, yo puedo atestiguar que los psicodélicos ciertamente abren las puertas. No es necesario decir que plantear la existencia de una “Mente Libre” es más tentador en algunos estados de conciencia que en otros. Y la cuestión de cuáles visiones de la realidad debemos privilegiar es una cuestión que a veces vale la pena considerar. Pero estas drogas pueden producir estados mentales que son vistas en términos clínicos como formas de psicosis. De hecho, creo que debemos ser cautelosos de realizar alguna conclusión sobre la naturaleza del cosmos basándonos en una experiencia interior, no importa qué tan profunda sea esta.

Sin embargo, no hay duda de que la mente es más vasta y fluida que lo que sugiere nuestra ordinaria conciencia en vigilia. Consecuentemente, es imposible comunicar la profundidad (o la aparente profundidad) de un estado psicodélico a aquellos que nunca han tenido esas experiencias por sí mismas. Es, de hecho, difícil recordarse a sí mismo todo el poder de esos estados una vez que ya han pasado.

Muchas personas se preguntan sobre la diferencia entre la meditación (y otras prácticas contemplativas) y los psicodélicos. ¿Son estas drogas una forma de hacer trampa, o son ellas realmente el vehículo indispensable para un auténtico despertar? No son ninguno. Mucha gente no se da cuenta de que toda droga psicoactiva modula la neuroquímica ya existente en el cerebro –ya sea imitando específicos neurotransmisores o causando que los mismo neurotransmisores sean más activos. No hay nada que uno no pueda experimentar por medio de una droga que no sea, hasta cierto punto, una expresión del potencial del cerebro. Por lo tanto, lo que sea que uno haya experimentado tras ingerir una droga como el LSD, es muy parecido a lo que alguien experimentó, en algún lugar, sin él.

Sin embargo, no se puede negar que los psicodélicos son un medio particularmente potente para alterar la conciencia. Si una persona aprende a meditar, rezar, cantar, hacer yoga, etc., no hay garantía de que algo vaya a pasar. Dependiendo de su aptitud, interés, etc, el aburrimiento podría ser la única recompensa para sus esfuerzos. En cambio, si una persona ingiere 100 microgramos de LSD, lo que ocurra a continuación dependerá de una variedad de factores, pero no hay duda alguna de que algo va a pasar. Y el aburrimiento no está entre las opciones. En cierto tiempo, la significancia de su existencia se derrumbará sobre nuestro héroe como una avalancha. Como Terence Mckenna [4] nunca se cansó en señalar, esta garantía de un efecto profundo, para bien o para mal, es lo que separa a los psicodélicos de cualquier otro método de indagación espiritual. Es, sin embargo, una diferencia que trae consigo ciertas responsabilidades.

Ingerir una dosis poderosa de una droga psicodélica es como encerrarse a sí mismo en un cohete sin un sistema de guía. Uno puede ir a un lugar que vale la pena ir, y, dependiendo del compuesto y de dónde y cómo lo ingerimos, ciertas trayectorias son más probables que otras. Pero sea como sea que uno se prepare para el viaje, aun así uno puede ser lanzado hacia estados de la mente tan dolorosos y confusos, a veces indistinguibles de la psicosis. Por lo tanto, los términos “psicotomimético” y “psicógeno” se aplican en ocasiones a estas drogas.

Yo he visitado los dos extremos del continuo psicodélico. Las experiencias positivas fueron más sublimes de lo que yo hubiera podido imaginar o de lo que ahora puedo fielmente recordar. Esos químicos revelan capas de belleza que el arte es incapaz de capturar y para el que la belleza de la Naturaleza misma es mero simulacro. Una cosa el ser apabullado al ver a una secuoya gigante y maravillarse por los detalles de su historia y su biología subyacente y otra el pasar una aparente eternidad en una comunión sin ego con ella. Positivamente, las experiencias psicodélicas a menudo revelan cómo puede un ser humano estar tan maravillosamente a gusto con el universo, y para la mayoría de nosotros, la conciencia normal de vigilia no ofrece ni siquiera un atisbo de esas profundas posibilidades.

La gente generalmente regresa de dichas experiencias con un sentimiento de que nuestros estados convencionales de conciencia obscurecen y truncan pensamientos y emociones que son sagrados. Si los patriarcas y matriarcas de las religiones mundiales experimentaron con dichos estados, muchas de sus afirmaciones sobre la naturaleza de la realidad pueden tener un sentido subjetivo. Las hermosas visiones no nos dicen nada sobre el nacimiento del cosmos, pero nos revelan cómo una mente puede ser profundamente transfigurada por una colisión con el momento presente.

Pero así como los picos son altos, los valles son profundos. Mis malos viajes fueron, sin duda, las más desgarradoras horas que he sufrido, y hace que la noción del infierno, como metáfora y no como destino, aplique perfectamente. No hay duda de que estas agudas experiencias pueden convertirse en fuentes de compasión. Yo creo que sería imposible tener alguna idea de lo que es sufrir de una enfermedad mental sin haber tocado brevemente sus costas.

En ambos extremos del continuo se dilata el tiempo de manera que no se puede describir, aparte de decir que estas experiencias pueden parecer eternas. He tenido sesiones, tanto positivas como negativas, en las que todo conocimiento de que yo haya ingerido una droga se extinguió por completo, junto con todas las memorias de mi pasado. La inmersión total en el momento presente, en este punto, es sinónimo de la sensación de que uno siempre ha estado y siempre estará precisamente en esa condición. Dependiendo del carácter de la propia experiencia, en este punto, las nociones de salvación y condenación no parecen hipérboles. En mi experiencia, la línea de Blake sobre la contemplación de “la eternidad en una hora”, ni promete ni amenaza demasiado.

En el principio, mis experiencias con psilocibina y LSD fueron tan positivas que ni siquiera creía que un mal viaje fuera posible. La noción del “set y setting” (lugar y preparación para el viaje), admitida vagamente, me parecía suficiente para salvarme de uno. Mi set mental estaba exactamente como necesitaba estar -yo era un investigador serio de mi propia mente-, y mi setting era generalmente o en bellezas naturales o en seguras soledades.

No podía dar cuenta de por qué mis aventuras con psicodélicos eran tan uniformemente placenteras hasta que dejaron de serlo, entonces, las puertas del infierno finalmente se abrieron, y parecía que fuera para siempre. En lo sucesivo, ya sea que el viaje fuera bueno o no en su conjunto, por lo general había un desvío en el camino a lo sublime. ¿Alguna vez has viajado más allá de todas las simples metáforas, a la montaña de la vergüenza y te quedaste durante mil años? No te lo recomiendo.

En mi primer viaje a Nepal, tomé un bote de remos en el Lago Phewa, en Pokhara, que ofrece una apabullante vista de las montañas Annapurna. Era temprano en la mañana y estaba solo. Al salir el sol sobre el agua, ingerí 400 microgramos de LSD. Tenía 20 años y había tomado esta droga al menos diez veces con anterioridad. ¿Qué podría ir mal?

Pero todo salió mal. Bueno, no todo: no me ahogué. Y tengo un vago recuerdo de haber llegado a tierra y de ser rodeado por un grupo de soldados nepalíes. Luego de mirarme por un rato mientras yo los veía fijamente por la borda como un lunático, se veían como decidiendo qué hacer conmigo. Unas palabras educadas en Esperanto, y algunos movimientos locos del remo y ya estaba alejándome de la costa. Así que supongo que eso pudo haber acabado de manera diferente.

Pero al poco tiempo ya no había lago, ni montañas, ni bote, y si hubiera caído en el agua estoy bastante seguro de que no habría habido nadie para sacarme de allí. Por las siguientes horas, mi mente se convirtió en un perfecto instrumento de autotortura. Lo que quedó fue un continuo y aplastante terror para el cual no tengo palabras.

Estos encuentros sacan algo de ti. Incluso si drogas como el LSD son completamente seguras, el potencial de tener una extremadamente desagradable y desestabilizadora experiencia representa un riesgo. Yo creo que mis buenos viajes me afectaron positivamente por semanas y meses, y que mis malos viajes me afectaron de forma negativa. Debido a estas posibilidades en cierta forma azarosas, uno puede sólo recomendar precaución.

Mientras la meditación puede abrir la mente a un rango similar de estados concientes, éstos son menos azarosos. Si el LSD es como ser metido en un cohete, aprender a meditar es como levantar suavemente la vela de un barco. Si, es posible, incluso con guías, llegar a algún lugar terrorífico, y hay personas que probablemente no deban pasar grandes periodos de práctica intensiva. Pero el efecto general de la medicación entrenada es como meterse cuidadosamente dentro de la propia piel, sufriendo menos, en vez de más.

Como planteaba en El fin de la fe, encuentro la mayoría de las experiencias psicodélicas como potencialmente malinterpretables. Los psicodélicos no garantizan la sabiduría. Únicamente garantizan más contenido. Y las experiencias visionarias, consideradas en su totalidad, me parecen éticamente neutrales. Por lo cual, me parece que el éxtasis psicodélico debe de ser dirigido hacia nuestro bienestar personal y común según otro principio. Como Daniel Pinchbeck señaló en su muy entretenido libro Breaking Open the Head el hecho de que tanto los mayas como los aztecas usaran psicodélicos mientras al mismo tiempo practicaran con entusiasmo el sacrificio humano hacen que cualquier liga idealizada entre el uso de plantas chamánicas e iluminación colectiva suenen terriblemente ingenuas.

Como discutiré en ensayos futuros, la forma de trascendencia que parece enlazar directamente con el comportamiento ético y el bienestar humano es la trascendencia de la “egoidad” en medio de la conciencia ordinaria de vigilia. Es por medio de dejar de aferrarse a los contenidos de la conciencia, a nuestros pensamientos, humores, deseos, etc., que progresamos. Dicho proyecto no implica, en principio, que experimentemos más contenidos. [5] La libertad del yo que es a la vez el objetivo y fundamento de la vida “espiritual” es coincidente con la percepción normal y la cognición, sin embargo, admitámoslo, esto puede ser difícil de realizar.

El poder de los psicodélicos, sin embargo, es que en ocasiones revelan, en el lapso de unas pocas horas, profundos sentimientos de respeto y entendimiento que nos podría llevar toda una vida aprender. Como suele ser el caso, William James lo dijo tan bien como las palabras lo pueden permitir [6] :

“Una conclusión llegó a mi mente en ese momento, y mi impresión sobre su verdad ha permanecido inamovible desde entonces. Es que nuestra conciencia despierta normal, nuestra conciencia racional como la llaman, no es más que un tipo especial de conciencia, mientras que al lado de ella, separadas por delgadas y transparentes capas, yacen formas potenciales de conciencia totalmente distintas. Podemos ir por la vida sin sospechar de su existencia; pero apliquemos el estímulo adecuado y en un momento ellas aparecerán en toda su plenitud, tipos definidos de mentalidad que probablemente en algún lugar tienen su campo de aplicación y adaptación. Ninguna explicación del universo en su totalidad puede ser final, lo que deja a estas otras formas de conciencia bastante inexploradas. La cuestión es cómo abordarlas –pues son tan discontinuas de la conciencia normal-. Sin embargo, ellas pueden determinar actitudes aunque no proporcionar fórmulas, pueden abrir regiones pero no dar mapas. En cualquier caso, prohíben un cierre prematuro de nuestras cuentas con la realidad.(The Varieties of Religious Experience, p. 388)

NOTAS:

1. Vasta literatura ahora sugiere que el MDMA daña las neuronas productoras de serotonina y reduce los niveles de serotonina en el cerebro. Aquí está la punta del iceberg: 1, 2, 3, 4, 5 y 6.

2. ¿Qué es moderación? Digamos que nunca he conocido a una persona que fuma marihuana todos los días de quien yo pensara que no se beneficiaría de fumar menos (y nunca he conocido a alguien que nunca la ha probado quien yo pensara que no se beneficiaría de hacerlo).

3. El fisicalismo, en contraste, puede ser fácilmente falsable. Si la ciencia alguna vez estableciera la existencia de fantasmas, o de la reencarnación, u otro fenómeno que pueda ubicar a la mente humana (o alguna parte de ella) fuera del cerebro, el fisicalismo moriría. El hecho de que los dualistas sean incapaces de decir qué contaría como evidencia contra sus puntos de vista hacen a esta vieja posición filosófica muy difícil de distinguir de la fe religiosa.

4. Terence McKenna es una persona que me arrepiento de no haber conocido. Desafortunadamente, él murió de cancer cerebral en el 2000, a los 53 años. Vale la pena leer sus libros, pero él era, sobre todo, un gran orador. Es cierto que su elocuencia a veces lo conducía a adoptar posturas que solo pueden ser descritas (caritativamente) como “locuras”, pero el hombre era indudablemente brillante y siempre vale la pena escucharlo.

5. Tengo que decir, sin embargo, que hay experiencias psicodélicas que no he tenido que parecen llevar a un mensaje diferente. Hay algunos que en vez de ser estados en los cuales las fronteras del “yo” se disuelvan, algunas personas han tenido experiencias en las que el “yo”, de alguna forma, parece ser transportado hacia otro lado. Este fenómeno es muy común en drogas como el DMT y puede llevar a sus iniciados a algunas conclusiones muy sorprendentes sobre la naturaleza de la realidad. Más que ningún otro, Terence McKenna fue influyente en destacar la fenomenología del DMT.

El DMT es único en todos los psicodélicos por varias razones. Todos los que lo han probado parecen estar de acuerdo en que es el alucinógeno más potente disponible (no en términos de la cantidad requerida para una dosis útil, sino en términos de sus efectos). Es también, paradójicamente, corto en duración. Mientras los efectos del LSD pueden durar diez horas, el trance de DMT tarda en aparecer en menos de un minuto y dura unos diez. Una de las razones para dicha empinada farmacocinética parece ser porque este componente ya existe en el cerebro humano y es rápidamente metabolizado por Monoamino-oxidasa. DMT está en la misma clase química que la psilocibina y los transmisores de serotonina (pero, además de tener afinidad por los receptores 5-HT2A, ha sido mostrado que se enlaza en el receptor sigma-1 y modula los canales de sodio) Su función en el cuerpo humano continúa siendo un misterio. Entre los muchos misterios e insultos presentados por el DMT, ofrece una burla final a nuestras leyes contra las drogas: No sólo hemos criminalizado sustancias naturales como el cannabis, hemos criminalizado también uno de nuestros propios neurotransmisores.

Muchos usuarios de DMT han reportado haber sido empujados, bajo su influencia, a una realidad adyacente donde se encuentran con seres alienígenas que parecen empeñados en compartir información y demostrar el uso de tecnologías inescrutables intentar. La convergencia de cientos de reportes similares, algunos de usuarios primerizos de la droga que no sabían qué efectos esperar, es ciertamente interesante. Es tambien importante notar que estas tomas son casi siempre libres de cualquier imaginario religioso. Parece más probable encontrarse con extraterrestres o elfos en DMT que con los tradicionales santos o ángeles. Como yo nunca he probado el DMT y no he tenido nunca una experiencia del tipo que sus usuarios describen, no sé qué hacer con esta información.

6. Por supuesto, James reportó su experiencia con óxido nitroso, el cual es un anestésico. Otros anestésicos, como el clorhidrato de ketamina y el clorhidrato de fenciclidina (PCP), tienen efectos similares en el humor y la cognición a dosis menores, sin embargo, hay muchas diferencias entre estas drogas y los psicodélicos clásicos, -por ejemplo, altas dosis de éstos últimos no generan anestesia general.

Lecturas recomendadas:

Huxley, A. The Doors of Perception and Heaven and Hell.

McKenna, T. Food of the Gods: The Search for the Original Tree of Knowledge A Radical History of Plants, Drugs, and Human Evolution.

McKenna, T. The Archaic Revival: Speculations on Psychedelic Mushrooms, the Amazon, Virtual Reality, UFOs, Evolution, Shamanism, the Rebirth of the Goddess, and the End of History.

McKenna, T. True Hallucinations: Being an Account of the Author’s Extraordinary Adventures in the Devil’s Paradise.

Pinchbeck, D. Breaking Open the Head: A Psychedelic Journey into the Heart of Contemporary Shamanism.

Stevens, J. Storming Heaven: LSD and the American Dream.

Ratsch, C. The Encyclopedia of Psychoactive Plants: Ethnopharmacology and Its Applications.

Ott, J. Pharmacotheon: Entheogenic Drugs, Their Plant Sources and History.

Strassman, R. DMT: The Spirit Molecule: A Doctor’s Revolutionary Research into the Biology of Near-Death and Mystical Experiences.

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