Una situación desafortunada es cuando uno se encuentra con que hay personas que están haciendo algo correcto por razones equivocadas y peor aún, con los medios equivocados.
Y eso es precisamente lo que está pasando con los indígenas que defienden las drogas apelando a un desagradable relativismo cultural y a jugar la carta de víctimas, a decir que sus creencias deben ser respetadas porque sí, porque representan algo profundamente emocional para ellos:
“El empleo de plantas psicotrópicas para fines ceremoniales en América Latina está documentado desde hace miles de años”, recordó Rodolfo Stavenhagen, investigador del Centro de Estudios Sociológicos de México durante el Foro sobre regulación del consumo de drogas que se celebra estos días en la capital mexicana.
Ohh, ¿está documentado desde hace miles de años? ¿Desde antes de que se desarrollara plenamente el método científico? ¿Y dónde están esos documentos?
“En Bolivia, para las comunidades indígenas, el acto de consumir hoja de coca es una manera de reivindicar su identidad, a la vez que se utiliza como medicina, alimento e incluso como sistema de interrelación”, explicó Stavenhagen durante el congreso, organizado por la Universidad Autónoma de México (UNAM).
Sí, y para algunas culturas africanas rebanar clítoris es una forma de reivindicar su identidad, pero eso no lo hace más justificable. La justificación está en que cada quién es libre de decidir qué hacer con su cuerpo y ningún gobierno debería entrometerse a decirle a las personas cómo vivir sus vidas.
Pero no, eso no es lo que los indígenas buscan. Ellos quieren un tratamiento especial:
“No podemos poner todas las sustancias intoxicantes en el mismo saco, pues un punto importante es distinguir entre drogas naturales y sintéticas”, advirtió el biólogo Carlo Jesús Gómez, investigador, asesor y capacitador en medicina tradicional mexicana.
El profundo respeto que estas plantas infunden entre la población indígena ha conseguido que se preserve su uso a pesar de las numerosas prohibiciones que sobre ellas han recaído a lo largo de la historia, desde la colonización europea hasta la fecha. “Para mí, decirle drogas a las plantas sagradas es una ofensa. Ninguna provoca adicción, nadie es adicto al peyote o los hongos, somos adictos a la espiritualidad sagrada de la humanidad. Tenemos que preservar una sabiduría ancestral”, dijo Gómez al recordar las palabras que le dijo un chamán amigo.
No, se jode: o todos en la cama o todos en el suelo. Drogas son drogas y no vamos a sacar nada provechoso por el simple hecho de ponerles otro nombre para no ofender a un grupo de junkies. ¿Querían que los dejaran de discriminar? Me parece muy bien, nadie debe ser discriminado ni positiva ni negativamente. ¡Y así es como se siente!
Advirtió que el uso ceremonial debe ser protegido no solo por el legado cultural, sino también porque fuera de ese contexto puede constituir un peligro, y recordó el caso del toloache, conocido como ‘las campanas de la locura’, que tras aparecer en una telenovela como remedio a la infidelidad registró un peligroso aumento de su consumo.
“El conocimiento de las plantas sagradas debería ser considerado tesoro de la nación. Es un saber indiscutible para entender la prevalencia del espíritu, pero tiene que estar regulado por quienes conocen y saben cómo suministrarlo y en qué contexto”, indicó. El consumo de estas plantas procede de culturas heredadas que se remontan a tradiciones chamanistas de pueblos mesolíticos, según Carlos Zolla, coordinador de investigación del programa universitario México Nación Multicultural de la UNAM.
Sí, el conocimiento se adquiere mediante el estudio riguroso de los efectos y las cantidades de las plantas, en sujetos de prueba (no humanos, preferiblemente) y con revisión por pares. He ahí los expertos, con sus batas blancas y sus probetas. Nada de jefes Pluma Blanca ni nada por el estilo.
“Los pueblos indígenas son depositarios de un conocimiento y de una herencia milenaria que podemos perder por la injuria oficial de los gobiernos en medio de un debate sobre la legalización”, señaló Zolla.
La selección que las culturas originarias hacen de las plantas en función de sus cualidades alimenticias, ceremoniales, combustibles, cosméticas o psicotrópicas constituyen, a juicio de Zolla, un ejemplo de este conocimiento que se debe preservar. “Tenemos mucho que aprender del uso controlado, respetuoso, no prohibitivo, no dogmático, ni romantizado que hacen los pueblos indígenas de estas plantas sagradas”, sentenció.
Y yo estaría de acuerdo, de no ser porque el uso que hacen los pueblos indígenas y sus secuaces multiculturalistas sí es romantizado y lo seguirá siendo mientras pretandan defender como culturales sus supersticiones drogadictas en vez de promover e impulsar el estudio y el verdadero conocimiento sobre los efectos de las plantas.