Quería escribir sobre ese nuevo movimiento político llamado Marcha Patriótica pero no sabía por dónde empezar.
Y entonces me preguntaron cómo veo ese movimiento y me parece que supe expresar con claridad y contundencia lo que hasta ahora he podido observar de Marcha Patriótica.
No sale muy bien:
La llamada “Marcha Patriótica” no me genera ninguna confianza. A simple vista, parece ser una orgía del ideario de esa tendencia obtusa, monocromática, rencorosa y llanamente estúpida de una parte de la izquierda que tanta carrera ha hecho en América Latina.
Y eso empieza por el nombre. Apelar al patriotismo es un ejercicio útil, electoralmente hablando, pero en esencia demagógico y populista que me pone los pelos de punta. Nada que tenga que ver con el nazi-onalismo ni el “orgullo patrio” (?) me puede generar ningún tipo de simpatía. Por definición es un grupo excluyente, hermético, cerrado. Agrupa a un montón de gentes que han sido discriminadas y… ellos no pueden esperar a hacer lo mismo con otros de sus congéneres.
Mirando su discurso, volvemos a encontrar que apesta a demagogia. No faltó mucho para que se activara mi antivirus. El dichoso movimiento apela a las más bajas pasiones (y por esto quiero decir venganza, odio, envidia) de su público para promover su agenda. Es deshonroso y jamás quisiera tener que ver nada con un grupo así.
Eso por no señalar sus obvias incoherencias, que son producto de su discurso partidista, pendenciero, buscapleitos, que apela a los sentimientos. Por ejemplo, eso de volver a la independencia y quitarnos de encima la influencia extranjera es de lo más ridículo: supongo entonces que volverá a haber un príncipe muisca que se sumergirá vestido en oro en la laguna de Guatavita, cambiaremos el peso colombiano por el trueque con maíz, tumbaremos los edificios y volveremos a las chozas construidas en bahareque.
Ahh, no, no esa influencia extranjera. La gringa, por supuesto. Y es acá donde más paradójica se vuelve la tal Marcha. En su odio, xenófobo y racista, estos revolucionarios no se diferencian mucho del Tea Party, la extrema derecha gringa que tanto dicen despreciar, o de los euroescépticos de la ultraderecha europea, que hacen llamados igual de patrioteros y burdos a encerrarse en sus fronteras y señalar al enemigo detrás de ellas.
Mucho menos me causa tranquilidad conocer qué es lo que los diferentes grupos tienen todos en común: quieren negociar con las Farc (o como le dicen ellos: terminar el conflicto de manera dialogada). Adiós al Estado de derecho (de esa influencia extranjera también pretenden prescindir) y que los atroces delitos y actos de terrorismo queden en la completa impunidad (que fue lo que dijeron las Farc en su último comunicado: se sentarían a dialogar para que sus cabecillas y reclutas no sean condenados ni les caiga todo el peso de la ley, y de paso, siguen disparando, secuestrando, sembrando minas antipersona y desplazando cuando no extorsionando a los campesinos). ¡Todo sea por la paz! ¡El fin justifica los medios!
Por otra parte, cualquier organismo que tenga entre sus miembros más “ilustres” a Piedad Córdoba hará que yo prefiera fundar una religión y empezar a creer en dios antes de querer tener que ver algo con ese movimiento. (Aunque no tendría por qué, voy a hacer la aclaración de que prácticamente lo mismo me pasa con cualquier grupo que tenga en buena estima a Álvaro Uribe Vélez. ¡Simplemente no me soporto a los facilitadores del terrorismo!)
No puedo obviar el hecho de que ayer durante la marcha hubo manifestantes que pronunciaron arengas de admiración y respeto por Hugo Chávez, un tipo que ha violado cuantos derechos le han incomodado para aferrarse al poder (¡y los tipos que lo alaban critican a Uribe precisamente por este punto, entre otros!). Así que la hipocresía de la dichosa Marcha Patriótica es del tamaño de un asteroide.
Por último, como si el solo movimiento no resultara suficientemente absurdo, hay algo profundamente oximorónico en todo esto: uno de los puntos más transversalmente incuestionables de la Marcha Patriótica es el rechazo al neoliberalismo. Está muy bien: el neoliberalismo es a la economía lo que la alquimia es a la química y lo que la astrología es a la astronomía – hipótesis que carecen de evidencia que las respalde y por tanto resultan irracionales, y que por ende tienen repercusiones gravísimas si alguien se las llegara a tomar en serio (para la muestra, la crisis económica del 2008). Sin embargo, los marchantes patrioteros quieren darle un decidido impulso a las creencias nativas, a sus religiones, a su dizque sabiduría y su pseudociencia. Es la misma receta neoliberal para el desastre, que cobrará vidas y causará sufrimiento y miseria: no se basan en la evidencia y por ende promoverlas como ciertas (por muy políticamente correcto que esto sea –¡y vea pues, tenemos “revolucionarios” que son políticamente correctos!-) es poner en peligro vidas, desperdiciar recursos y causar zozobra innecesariamente.
Así que la veo mal, la mire por donde la mire.