En muchas ocasiones he criticado a Greenpeace, he defendido los transgénicos y la energía nuclear, así como he atacado el gaiacentrismo – la idea de que hay que poner la naturaleza en un pedestal.
A primera vista, no paso por muy ecologista que digamos. Lo que pasa es que mi ambientalismo no es ludita, ni tiene cargo de conciencia por ser humano. El mío es el ecologismo moderno, apoyado en la ciencia. Este concepto está explicado magistralmente Keith Kloor:
Hay una batalla en marcha por el alma del ambientalismo. Es una batalla entre los tradicionalistas y los modernistas. Es probable que quién prevalezca sea determinado por aquellos cuya visión para el futuro sea elegida por una nueva generación de ambientalistas.
El verde tradicionalista nunca ha tenido un punto de vista optimista. Hace cuarenta años, advirtió acerca de un planeta saqueado. Hace veinte años, advirtió de una sexta extinción. En los últimos años, ha advertido acerca de un planeta horneado. Ahora está advirtiendo de un planeta bajo grave presión ecológica. Que nadie se equivoque: todas estas son advertencias que merecen ser tomadas en serio. El verde tradicionalista, desde que se convirtió en un pesimista profesional, ha seguido el ejemplo de los científicos. Sólo porque la narrativa de colapso ecológico sigue siendo la misma, no significa que finalmente no se hará realidad.
El problema para el verde tradicionalista es que este mensaje redundante ha perdido su poder. Ha habido demasiadas alertas rojas, acompañadas de demasiadas llamadas vagas, chillonas a la acción. Hoy en día, el verde tradicionalista es como un padre que sin cesar le grita a su hijo que se comporte – o va a ver. El padre de familia se vuelve cada vez más enojado y frustrado cuando el niño inevitablemente lo ignora.
Si hay un camino a un futuro más realista y esperanzador, el verde tradicionalista no lo ha cruzado. Volver a la tierra fue una gran diversión hippie en los años 60 y 70. Despotricar contra la civilización moderna y retirarse a una selva artificial se fermentó en los años 80 y 90. Desde entonces, el verde elegante ha estado plagado de contradicciones y la privación ascética todavía parece provocativa.
A pesar de sus mensajes como discos rayados y el inexorable deslizamiento hacia la irrelevancia, el verde tradicionalista permanece obstinadamente resistente a nuevos enfoques. Al igual que el padre ineficaz, que no deja de gritar, pensando que sus hijos eventualmente lo escucharán. Como cualquier padre le dirá, eso nunca ha funcionado.
Conozcan al verde modernista, post-ambiental. Pro-tecnología, a favor de la ciudad, a favor del crecimiento, el verde modernista ha surgido en los últimos años para avanzar en una visión alternativa para el futuro. Su misión es la de rehacer el ecologismo: despojarlo de las mitologías anticuadas y los dogmas, hacerlo menos apocalíptico y más optimista, ampliar sus miembros. En esta visión, el Antropoceno no es algo a lo que oponerse, sino algo que abrazar. Se trata de dar la bienvenida a ese mundo, no temerlo. Se trata de crear un futuro al que los ambientalistas ayudarán a dar forma para lo mejor. Como escribió recientemente el geógrafo Erle Ellis:
Crear ese futuro significa ir más allá de los temores de transgredir los límites y las esperanzas nostálgicas de regresar a una era pastoral o prístina. Por encima de todo, no debemos ver el Antropoceno como una crisis, sino como el comienzo de una nueva época geológica llena de oportunidades enfocadas en los humanos.
El verde modernista reconoce que la tecnología, como lo ha hecho a lo largo de la historia humana, es un medio para mejorar la condición humana y reducir la preocupante presión ecológica sobre el planeta. Por lo menos, como Mark Lynas, escribe en su nuevo libro:
No podemos darnos el lujo de excluir las opciones tecnológicas de gran alcance como la nuclear, la biología sintética, y la IG [ingeniería genética] debido a los prejuicios luditas y la inercia ideológica.
El verde modernista reconoce que la filosofía de la conservación en el Antropoceno tendrá que cambiar. Pero primero hay frenar que detener la adoración en la catedral de lo salvaje, y ofrecer un mundo donde la naturaleza y la sociedad puedan coexistir armoniosamente y productivamente. Tal como Peter Kareiva, el científico en jefe de The Nature Conservancy, (y sus co-autores) escribieron en este ensayo, se debe prometer
una nueva visión de un planeta en el que la naturaleza -bosques, humedales, especies diversas, y otros ecosistemas antiguos- existan en medio de una gran variedad de paisajes modernos, humanos. Para que esto suceda, los conservacionistas tendrán que deshacerse de sus nociones idealizadas de la naturaleza, parques y desiertos -ideas que nunca han sido apoyadas por la buena ciencia conservacionista- y forjar una visión más optimista, amigable con la raza humana.
Esto significa reconocer que las ciudades, por mucho tiempo la pesadilla de los verdes tradicionalistas, son lugares donde la humanidad y la naturaleza pueden prosperar juntos. De hecho, la evidencia de esto se está acumulando. Por supuesto, esto no quiere decir que las reservas ecológicas protegidas sean innecesarias. Como ya he dicho aquí, la existencia de la naturaleza urbana no elimina la necesidad de grandes extensiones de hábitat intacto para que los animales deambulen. “Pero”, escribí: “la idea de que los ecosistemas y la vida silvestre aún puedan florecer en las grandes ciudades cuestiona algunas de nuestras preciadas nociones sobre la naturaleza”.
Como observa Emma Marris en su nuevo libro, Rambunctious Garden (algo así como ‘Jardín Bravucón’):
Nuestro error ha sido pensar que la naturaleza es algo “allá afuera”, a lo lejos. La vemos en la televisión, leemos acerca de ella en las revistas de moda. Nos imaginamos un lugar, en algún lugar lejano, salvaje y libre, un lugar sin gente ni caminos ni cercas ni cables eléctricos, que no ha sido tocado por las grandes manos sucias de la humanidad, sin cambios, excepto para la vuelta de la temporada. Este sueño de la naturaleza virgen nos persigue. Nos ciega.
Por cierto, si tienen curiosidad de qué quiere decir Marris con “jardín bravucón”, aquí está su explicación en una sesión de preguntas y respuestas en el New York Times:
Cuando se me ocurrió el título, estaba destinado a trabajar en dos niveles. Un nivel es que tenemos que aceptar en este punto que la tierra es tal vez más como un jardín que como una selva porque le hemos hecho mucho y hacemos muchos cambios y gestión todo el tiempo que estamos a cargo y es mejor simplemente aceptarlo. Pero si sólo lo llamamos un jardín, eso implica que es limpio y ordenado, como un jardín inglés de nudos. No tiene que ser así, no tiene que ser desalmado o demasiado ordenado. Puede ser salvaje y loco y tener mucha vitalidad y un espíritu por su cuenta.
En su libro, Marris relata ejemplos de naturaleza administrada y afirma que es indicativo de un “cambio de paradigma” en marcha en el mundo ambiental. Tal vez, pero como ya he señalado aquí, los verdes tradicionalistas no parecen ser muy receptivos a los argumentos expuestos por Kareiva, Lynas y sus compañeros modernistas dentro del movimiento ambientalista.
Eso me lleva a un panel de discusión en la Academia de las Ciencias de Nueva York al que asistí esta semana: “La naturaleza y la ciudad: ¿De qué sirve la conservación urbana?” En primer lugar, el moderador Bill Ulfelder señaló el libro Marris, el manifiesto de Stewart Brand, así como esta reciente colección de ensayos, y preguntó: “¿Está la conservación enfrentando un cambio de paradigma, o se trata de rumores?” Los otros oradores en el panel parecían dubitativos acerca de cualquier cambio importante, pero a una persona le sugirieron que la relación entre el hombre y la naturaleza podría ser redefinida positivamente por un nuevo aprecio por la ecología urbana. Voy a volver a algunos de los aspectos más destacados del panel en un próximo post más adelante esta semana. Por ahora, me quedo con la idea principal de este post, y es que los verdes tradicionalistas se encuentran cada vez más cuestionados por los verdes modernistas.
En un ensayo reciente, Michael Shellenberger y Ted Nordhaus del Breakthrough Institute argumentaron que los ambientalistas deben aprender de la historia del progreso humano. Pero también reconocen
la realidad y los riesgos de las crisis ecológicas que los humanos hemos creado. El calentamiento global, la deforestación, la pesca indiscriminada, y otras actividades humanas -si es que no amenazan nuestra propia existencia- sin duda ofrecen la posibilidad de miseria para muchos cientos de millones, incluso miles de millones de seres humanos y están transformando rápidamente la naturaleza no humana a un ritmo que no se ha visto durante muchos cientos de millones de años.
Pero la respuesta, afirman, no es alejarse de lo que hacemos mejor:
La solución a las consecuencias imprevistas de la modernidad es, y siempre ha sido, más modernidad – al igual que la solución a las consecuencias imprevistas de nuestras tecnologías siempre ha sido más tecnología. El problema informático Y2K fue arreglado por una mejor programación de computadoras, no fue volviendo a las máquinas de escribir. La crisis del agujero de ozono fue evitado no acabando con el aire acondicionado, sino más bien con tecnologías más avanzadas, menos nocivas para el medio ambiente.
Ellos concluyen que el verde modernista debe ser un campeón de la tecnología y la prosperidad:
¿Nos gustaría un planeta con primates silvestres, bosques de viejo crecimiento, un océano vivo, y modestos aumentos de la temperatura en vez de cambios extremos? Por supuesto que sí – virtualmente a todos nos gustaría. Sólo la continúa modernización y la innovación tecnológica pueden hacer posible un mundo así.
En el panel de conservación urbana de la Academia de Ciencias de Nueva York, un orador, teniendo en cuenta el crecimiento explosivo de las ciudades en este siglo, dijo que “el mundo está en una desesperada carrera por la sostenibilidad urbana”. El resultado de esa carrera ciertamente estará determinado por las fuerzas de la modernización e innovación tecnológica. Entre más pronto más verdes consigan comprender esto, más pronto se puede ganar esa carrera.
¡Ni qué decir que yo ya lo comprendí!
(visto en GMO Pundit)