¡Miren, el Papa cumple 85 años! ¿Quién lo diría? Uno pensaría que el vejete se había cansado de acumular años, que vivir en la máxima opulencia y ordenar promover la discriminación y la desigualdad en el mundo son trabajos extenuantes que no dejan tiempo para esas cosas. Pues va uno a ver y no. Ser el máximo capo de una multinacional del crímen deja tiempo para celebrar el paso del tiempo.
Benedicto cumple años y Colombia tenía que ofrecerle un detalle de fina coquetería:
Dulces de café y una pequeña bandera de Colombia recibió el papá Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, este miércoles, al conmemorar sus 85 años de vida, y siete como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. El detalle lo hizo llegar el embajador de Colombia en la Santa Sede, César Mauricio Velásquez. El regalo incluía una tarjeta en la que invitaba a orar más por el país.
¡El tal César Mauricio Velásquez me cae tan pero tan mal!
Aunque creo que el tipo es el único embajador que está donde debe: si vamos a tener relaciones diplomáticas con un país surgido de las entrañas del fascismo, que se empeña en traer más desgracias al mundo y la manera de mostrar su amor cristiano a los pecadores es negándoles derechos, que además se rehúsa a pagar impuestos en esos desgraciados países donde tiene presencia pero en donde insiste en influir en la política pública, por supuesto que el Curita es la persona más acertada para el cargo.
Pero que su nombramiento haya sido apropiado con esa caverna de prejuicios y discriminación a donde lo envió el presidente Santos no lo autoriza a que invite a orar en mi nombre, ni en el de ningún otro colombiano no católico. La Constitución de este país establece que es uno laico y eso significa que el Estado no puede mostrar favorecimiento hacia ninguna superstición, porque es discriminar a los no creyentes y a los que creen en un cuento de hadas diferente.
Con esa petición, César Mauricio Velásquez violó la Constitución. Tal vez, después de todo, no es el tipo indicado para el cargo. Pues a pesar de compartir los estúpidos balbuceos católicos, un embajador debería anteponer la Constitución de su país a cualquier ridiculez religiosa, por muy tradicional y cultural que sea en el país donde se encuentre.