Ya que estamos hablando de derechos de autor y de cómo nos los van a meter a la fuerza, y en parte porque siento un poco de remordimiento al no haberle dado el suficiente cubrimiento a este tema, creo que una de los objetivos a los que deberíamos apuntarle es a reducir al mínimo necesario a los intermediarios de la industria cultural.
Que es precisamente lo que acaba de hacer J.K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter:
Su movida maestra, ahora tan obvia en apariencia, consiste en vender sin intermediarios los libros de Harry Potter en un website de su propiedad llamado Pottermore (www.pottermore.com). Así, la astuta autora se va a quedar con la máxima tajada (¿70-80%?) y meterá en cintura al resto de los jugadores del mundo editorial. Pese a que el anuncio se hizo apenas a fines de marzo, han agachado la cabeza y se han convertido en sumisos comisionistas Amazon, Barnes & Noble, el resto de los fabricantes de tabletas, los editores y los agentes. Falta por firmar Apple, una compañía acostumbrada a sacarle como mínimo el 30% incluso al papel toilet que se vende utilizando las aplicaciones para los aparatos que fabrica. Ya veremos, sin embargo, quién parpadea primero, si una autora tan poco necesitada de dinero que lo ha regalado a manos llenas o una compañía que corre el riesgo de que su milagroso iPad sea visto bajo una luz muy perniciosa: la de la codicia.
Lo importante es lo que viene luego. En el mundo de los libros físicos (o de los discos o de las películas), lo que está haciendo la señora Rowling es sencillamente impensable, mientras que en el mundo digital todo lo que un autor famoso necesitará de ahora en adelante será comprar una interfaz más que inventada, adaptarla a sus requerimientos y contratar cinco o seis proveedores expertos, todos los cuales trabajan por sumas fijas. Big Brother, acostumbrado a una dieta de grandes porcentajes, ha de estar sufriendo de una agriera colosal con la noticia.
Ojalá podamos multiplicar esas agrieras colosales a todos los que pagan lobbies para hacer leyes que amputan nuestras libertades civiles, todo en nombre de las migajas que dejan de percibir.