¿Quién diría? La felicidad no sólo se puede medir, sino que además podemos saber quién es el ser humano más feliz de toda la Tierra.
Al parecer, no se trata de que cada quien realice sus metas y consiga sus objetivos, sino que con una receta única e inamovible se puede hacer feliz a todos y cada uno de nosotros. Resulta poco sorprendente el camino que propone el dizque hombre más feliz del mundo:
Doctor en genética celular por el Instituto Pasteur de París, Ricard lo dejó todo para hacerse monje budista y, tras casi 30 años en el Himalaya, es actualmente asesor y traductor del Dalai Lama.
Durante varios años, fue sometido a un extenso estudio neurológico por parte del laboratorio de Neurociencia Afectiva de la Universidad de Wisconsin, que lo declaró el “hombre más feliz de la tierra”.
Claro, es que uno puede “abandonarlo todo” cuando es hijo del genial Jean-François Revel y ha explotado el nombre de su padre para vender un bestseller.
Una vez resuelto el problema financiero, ¿por qué dedicarle años de duro trabajo y dedicación a la Ciencia, habiendo estudiado en uno de los planteles educativos más prestigiosos del planeta, cuando es más fácil promover la itinerante dictadura tibetana, con las feudales ideas no comprobadas del karma y la reencarnación, y vender el cuento de que el lama dictador es una pobre víctima de los perversos chinos que decidieron tratar a los tibetanos de a pie como si fueran personas, y en todo ese proceso engañar al mundo entero haciéndolo creer que los fascistoides cuentos de hadas que suscriben están emparentados de alguna manera con la verdadera Ciencia?
Pues sí señores: he ahí la clave de la felicidad. A mí me gusta llamarla pereza intelectual.