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Del cielo, Cali la sucursal

Categorías: Cali | Laicismo

Hace 10 años, en la ciudad de Cali, fue asesinado por unos sicarios el sacerdote Isaías Duarte Cancino, que tenía fama de ser una persona que tuvo un impacto positivo en la vida de muchos caleños. Hoy se conmemoran los 10 años de que fuera segada su vida.

Y eso estaría muy bien salvo por un pequeño detalle: el alcalde de la ciudad, Rodrigo Guerrero Velasco, está llevando este acto conmemorativo más allá de lo que tiene permitido y de esta forma está violando la Constitución. No me opongo a que se unan a las voces que repudian el asesinato ni a que promuevan actos conmemorativos. Pero el Alcalde no puede ni asistir a misas, ni promover el catolicismo, ni rezar mientras se encuentre en ejercicio de su cargo. Y precisamente, eso fue lo que hizo:

Hoy, viernes 16 de marzo, la Alcaldía y esos seguidores de los preceptos del ‘Apóstol de la paz’ le rinden un homenaje en el transcurso del día. En la mañana, la comunidad y la Arquidiócesis, con el apoyo de la Alcaldía recordarán en la iglesia Ricardo Balcázar toda esta obra de quien fue uno de los principales movilizadores de las más gigantescas marchas contra los secuestros en Cali.

¡Eso está prohibido por la Constitución!

Pero eso trae sin cuidado a Guerrero Velasco:

Finalmente, el mandatario caleño dijo que “el mejor homenaje a la memoria del fallecido prelado es que todos contribuyamos activamente a los procesos de pacificación, en los cuales se apliquen los 10 mandamientos que monseñor Duarte Cancino defendió con su vida; de esta forma, se viviría mejor en esta capital”.

De nuevo: un servidor público no puede decirle a las personas que deben adorar a dios sobre todas las cosas, ni prohibir que utilicen su nombre en vano, ni decirle a los ciudadanos qué deben hacer durante sus sábados ni mostrarse favorable a que santifiquen sus fiestas. Mucho menos le corresponde decirles que no cometan “actos impuros” (¿y quién decide qué es un acto impuro?) o que no tendrán pensamientos ni deseos “impuros”.

Cada quién es dueño de su mente, de lo que piensa y el Estado no tiene por qué decirle qué pensar, ni cómo actuar. Esa es la semilla de un gobierno autoritario, y que sea la piedra angular del catolicismo no es de extrañar en vista de que todos ellos aceptan como su amo mental a un tiránico y dictatorial amigo imaginario.

Pero eso son ellos, y aunque la naturaleza de toda superstición sea la de imponerse por las buenas o por las malas, la función del gobierno es precisamente la de evitar excesos en ese sentido – ¡no la de auspiciarlos!

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