En la euforia colectiva por la mentirosa promesa de las Farc de renunciar al secuestro extorsivo, empiezan a pulular columnas de opinión enfocadas en promover las negociaciones con terroristas y el fin del conflicto armado colombiano por medio del diálogo.
Dentro de todo ese pensamiento ilusorio de corte hippie, me ha llamado la atención el artículo de un excabecilla de las Farc que aboga por la salida negociada. Él se pregunta por qué Colombia debe ser la excepción. Yo le diré por qué:
La solución es de manual: cuando no se puede acabar a balas un conflicto no queda más que el dialogo para conseguirlo.
Uno de los problemas es que nunca se ha intentado acabarlo a balas. Todos los gobiernos (el de Uribe y el de Santos incluidos) han estado abiertos a la solución negociada y han hecho guiños para el diálogo.
Sigue el antiguo terrorista:
“Guerra degradada” es la expresión usualmente empleada por la mayoría de analistas para definir el conflicto colombiano. Si no fuera cierto que en Colombia se asesina a cada rato por meras diferencias, este enunciado parecería una broma pues desde el siglo pasado no hay una sola confrontación bélica que se haya ceñido a los protocolos de guerra.
De nuevo, y como no resulta raro comprobar, se están dejando de lado cuesiones importantísimas a la hora de analizar el conflicto. Por ejemplo, ha habido casos en los que las Fuerzas Armadas se han ceñido a los protocolos de guerra pero nunca ha habido un caso contrario: los criminales nunca se ciñen a los protocolos de guerra.
Lo lógico es que si alguien degrada la guerra, sea responsabilizado por eso. Y en el caso colombiano siempre han sido los terroristas.
El soldado y el rebelde reciben la orden de aniquilar al enemigo y por tanto su capacidad de discernimiento en el combate se materializa en los cuatro kilogramos que pesa su fusil de asalto. En Colombia el problema no es la degradación, factor intrínseco a la guerra, sino la guerra en sí misma.
Una vez más, se equivoca. Y mucho.
En primera instancia, la Constitución establece la obligación del militar de defender a los civiles. ¡Es una orden de rango constitucional! Los terroristas no tienen nada similar, sino su afán de lucro del negocio del narcotráfico, cargándose a todo el que se atraviese.
Y hay otra cuestión: un soldado puede oponerse a seguir una orden, rebelarse (ese sí) y no cumplirla. A él no lo matarán. Se le hará una Corte Marcial y se le dará la baja de las filas. A ver cuándo un guerrillero ha desobedecido una orden y vivido para contarlo.
Una importante masa de hombres y mujeres que hacen parte de las fuerzas gubernamentales y las filas rebeldes está siendo destrozada por cuenta de unos cuantos discursos que sólo alimentan la intransigencia en país que necesita de cordura y reconciliación para encarar el reto del desarrollo y el bienestar social.
¡Patrañas! Las fuerzas gubernamentales están cumpliendo una orden constitucional. Los que carecen de cordura son los que ruegan por que el Ejército baje la guardia y se reconcilie con quienes no quieren reconciliarse. ¿Y porqué debería presentar disculpas el Ejército por cumplir con su deber?
No hay un solo conflicto en el mundo en que se haya conseguido la paz en las primeras de cambio. Se falla una, dos y varias veces hasta que finalmente se logra encontrar la vía para firmar un acuerdo de paz. ¿Porqué Colombia debe ser la excepción?
Porque nuestro caso es la excepción. Junto con el de Sendero Luminoso en Perú y los Tigres Tamiles en Sri Lanka. El resto de casos del mundo difieren de estos tres. Y los otros dos se resolvieron sin necesidad de cubrir con un manto de impunidad las atrocidades terroristas.
El gobierno, que ha reclamado gestos por parte de la guerrilla, no puede mantenerse petrificado frente al deseo de las FARC de “entablar conversaciones” y seguir despilfarrando esta magnifica oportunidad.
¿Cuál oportunidad? ¿La de permitir que los crímenes guerrilleros queden impunes? ¡Magnífica oportunidad! ¿Cómo podría pasarse por alto?
El presidente Santos no debe asustarse por las diatribas de los recalcitrantes que apuestan por un país caótico e ingobernable y debe convencer a la opinión pública nacional e internacional que es capaz de hacer la paz con los rebeldes colombianos.
Es al revés – Santos debería convencer a la opinión pública nacional e internacional que es capaz de hacer la paz sin los terroristas, que los criminales van a pagar por sus crímenes, que en Colombia las leyes no son hechas por los miembros de gigantescas pandillas de matones, sino por ciudadanos (que sí, cada día se ponen más en ridículo, pero esa no es razón para perpetuar esa situación, ni legitima la no persecución de los delincuentes).
Un país no se transforma de la noche a la mañana y sería pretencioso y utópico creer que una mesa de negociación puede hacerlo. Dicho esto, las partes deben concentrarse y actuar sobre un puñado de temas que, en el caso colombiano, están ligados al conflicto: tenencia de la tierra; cultivos ilícitos y medio ambiente; el papel de las fuerzas armadas y la policía al final del conflicto; perdón para los combatientes de todas las partes involucradas en el conflicto y rehabilitación política con garantías.
Y esta es la peor parte. ¿Cómo que perdón de todos los combatientes? Los soldados están cumpliendo con su deber. Los únicos que deberían pedir perdón -sin que esto no afecte para nada que pasen el máximo posible tras las rejas-, son los guerrilleros (y los paramilitares, ya puestos a pedir).