Las religiones tienen una falsa vocación de salvación. No se puede ser algo así como un buen cristiano. Si un cristiano hace algo bueno, lo hace para ir al cielo y no convencido de hacer el bien. Sin embargo, decirlo así no es tan buen gancho publicitario.
En Colombia pasa que existen muchos lugares que ofrecen lugar para dormir, comida y trabajos no muy degradantes en nombre de la recuperación de los drogadictos. Sin embargo vienen con un precio – aceptar a Jesús y salvarse de arder en el infierno. Catalina Ruiz-Navarro comenta tangencialmente este problema mientras discute un proyecto de acto legislativo sobre el tratamiento de los adictos:
Esto presenta dos problemas. El primero es que los supuestos centros de tratamiento en su mayoría no están certificados y con frecuencia imparten una especie de teoterapia, que deja a los consumidores abocados al miserable futuro de contar en un bus, por unas cuantas monedas, la historia de cómo conocieron a Dios. En muchos centros de rehabilitación simplemente les cambian a los pacientes una adicción por otra, opio por religión, y quedamos en las mismas, pues el problema de la dependencia en sí no se trata.
De ahí suscribo todas y cada una de sus palabras. Es una lástima que Ruiz-Navarro luego justifique ese proceder que acaba de criticar tan acertadamente:
El escenario de la cristología intensa, sin embargo, es mejor al de otros centros de rehabilitación donde llegan a maltratar e insultar a los pacientes, aprovechando que los diferentes métodos para el tratamiento no están controlados ni unificados.
No. No es mejor. Ni siquiera es menos peor. Es malo, muy malo. ¿Qué hay del maltrato psicológico a los pacientes? ¿Dónde queda la libertad de cultos de ellos? ¿Acaso no es un insulto a la inteligencia, integridad y autonomía de los pacientes adoptar un tratamiento que los obliga a creer en amigos imaginarios?