La monogamia trae implícito un elemento perverso de propiedad sobre la otra persona.
De hecho, que todavía no se pueda contraer matrimonio con personas del otro sexo o con más de una persona a la vez pone de manifiesto el privilegio que la ley le da a las relaciones posesivas y “regulares” por encima de otras opciones, igualmente válidas y cuyas implicaciones son menos destructivas para con los involucrados:
Una de las razones por las que fallan las relaciones es porque tenemos expectativas poco realistas sobre ellas, alimentadas por mitos como el de “la media naranja” que va a ser nuestro “todo”. Las personas poliamor reconocen esta falacia y respetan las capacidades y límites de cada persona sobre lo que pueden dar. En lugar de intentar cambiar a una persona , exigiendo que sean algo que no son, o creando resentimiento porque no son nuestra Superpareja, las personas poli tienen varias relaciones de modo que cubren más de sus necesidades sexuales y emocionales.
Digamos que tienes una relación con alguien y desarrollas sentimientos por otra persona. Las personas que practican la monogamia creen que deben tomar una decisión: Aplastar las emociones que esa nueva persona ha despertado en ti y ser fiel a tu actual pareja, o romper para seguir la relación con la nueva persona. Las personas que practican poliamor no se ven forzadas a elegir una u otra opción.
Pero de nuevo, las personas que hacen la ley le temen a la soledad, a ser abandonados, a que se pierda el interés en ellos, a ser vistos socialmente como ineptos incapaces de atraer a alguien (del otro sexo, por supuesto).
Y es cuando establecen los privilegios para las ponzoñosas y contaminantes relaciones en las que dos personas prometen cómo se van a sentir por el resto de sus vidas (!).