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Un poco sobre la farándula nacional

La verdad, no me siento ni un poquito atraído o interesado por la farándula nacional. La única vez que le vi utilidad fue en un paseo en el que fui a Valledupar a hacer un intento de documental sobre uno de los hijos de Diomedes Díaz… en pleno festival vallenato.

De resto, he de admitir que no me ha interesado lo que pase en la farándula nacional desde que Catalina Aristizabal renunció a RCN. Sí, hace mucho. Ahora, un lector me pide que dé mi punto de vista sobre la polémica entre Jota Mario Valencia y Gregorio Pernía. Se supone que hoy estoy aquí para eso.

A ver explico en qué consiste la polémica: Jessica Cediel, una modelo colombiana se quiso operar la cola y para eso contrató a su amigo Martín Carrillo, quien llevó a cabo el procedimiento inyectándole biopolímeros, lo que le causó una afección física y, por supuesto, consiguió el efecto contrario al deseado – la cola de Cediel quedó como un mapa de la Luna, o algo así.

Resulta que el caso fue comidilla del país durante algunos días, entre los cuales no faltaron ofensas, insultos y burlas. Una de estas fue llevada a cabo por el presentador de televisión Jota Mario Valencia, que había trabajado con la modelo.

Su comentario fue que la cola de Jessica Cediel era “la mejor cola de plástico, digo, de Colombia“.

Fue entonces cuando el actor Gregorio Pernía, en un acto príncipeazulezco y cargado de buenrollismo posmoderno inició una cruzada contra Valencia por sus comentarios ofensivos.

Aquí quiero hacer una aclaración: creo que si hay dos personas que han sido totalmente nefastas para la televisión nacional, esos son Hernán Orjuela y Jota Mario Valencia. La calidad de los productos televisivos que presentan brilla por su ausencia. Son profesionales de hacer chistes flojos y ponerse en ridículo sin ningún asomo de autoestima. ¡Son bufones!

Pero una vez más: la calidad de la televisión siempre dependerá de la exigencia del público. Con un público inculto, ignorante, y más interesado en lo que pasa en una pasarela que en los problemas del país, tener buen rating no es muy difícil. Es la ley del mínimo esfuerzo y la audiencia colombiana apesta.

Tan fácil como eso. A ver, uno de los hechos que se aprenden en la producción audiovisual es que es más difícil hacer un programa para niños que para adultos. La razón es sencilla: los niños son un público muy exigente y cambiarán de canal a la primera que vean un descache. A los adultos les da igual. Son complacientes y no les importa consumir productos incoherentes. Muy pocos han educado sus gustos.

El punto es que Jota Mario Valencia ni siquiera es mediocre. Es simple y llanamente malo con ganas, perverso. Cualquier cosa que salga al aire con Jota Mario bien podría irse directo a la caneca. Pero el tipo trae rating, es un favorito de las masas, así que ahí está, cinco horas diarias de programa echando chistes fáciles que cualquier persona podría hacer para iniciar una aburrida conversación de cafetería en un infructuoso y patético intento por romper un silencio incómodo.

Y es ahí cuando llega Gregorio Pernía a promover el pacífico dogma del buenrollismo… por la fuerza.

Pernía le echa en cara a Jota Mario que el tipo pasa por encima del público que lo llevó a donde está y le dice que el poder es para el beneficio común. Pues no. Si no-sé-cuántos colombianos decidieron empoderar a un tipo que pasa por encima de ellos y los irrespeta, él puede usar ese poder como a bien tenga. No fue elegido democráticamente ni hay una ley que establezca cómo usar el poder. Mientras no infrinja la ley, Jota Mario puede usar el poder como le venga en gana.

Si pensaban que esa era la parte estúpida, ténganse de sus sillas que aquí viene: Pernía pasa a decir que la burla de Jota Mario fue machista. Que burlarse de la desgracia de los glúteos de Cediel es un ataque contra ella por ser mujer (!).

Pues como feminista no me puedo sentir más en desacuerdo. Sí, le faltó al respeto. Sí, fue un chiste malo. Sí, se burló de la tragedia de la modelo. Pero bien se pudo haber reído del tipo que se murió porque le inyectaron silicona en el pene y eso no habría sido un ataque contra “todos los hombres”.

Pernía saca al demagogo que lleva adentro y dice que 42 millones de colombianos se oponen al maltrato contra la mujer (?). Pues bien haría el actor en mirar las cifras en Medicina Legal, en la Fiscalía y en el ICBF para darse cuenta de los casos que abundan de violencia contra la mujer. Son muchos y esos son aquellos de los que han tenido conocimiento las autoridades. La mayoría de colombianos -sí, una cifra cerca de 42 millones- están de acuerdo con el machismo -directo o indirecto-, con la violencia contra la mujer, con que no pueda hacer uso de su cuerpo como a bien tenga, con su inferioridad o con que tiene menos derechos. (¿Cuántos padres de familia permiten que sus hijos se encierren con sus novias en los cuartos pero prohíben que las hijas hagan lo propio? Ahí tienen, machismo en más de la mitad de los hogares colombianos.)

Pero esto el señor Pernía lo debe tener más que claro. Él se lanzó al Congreso por el partido de Cambio Radical, un partido nacido de los regurgitamientos del cristianismo protestante en el país (que por eso no es de extrañar que Germán Vargas Lleras, líder de ese partido político, haya salido con uno de los comentarios homofóbicos más estúpidos de la Galaxia).

Un partido político que nace en las iglesias es un partido político que velará por la discriminación y el maltrato.

Por cierto, hay unas declaraciones de Pernía que me gustaría rescatar del olvido:

¿Qué no repetiría de la gestión de su padre?

No ser tan radical en un movimiento político, no ser de izquierda o de derecha.

Por eso está en Cambio Radical…

En ese partido no existe la izquierda ni la derecha, sino el batallón del bien.

Pues si algo queda claro es que Pernía, por muy buenas intenciones que tuviera, no habría conseguido nada, ya que su radical oposición a la corrupción padece un grave defecto: es incapaz de detectar la corrupción. Puede haber corrupción en su nariz y él no se daría cuenta. ¡Es como un Samper! Rememoremos qué ha sido del pabellón de la fama de ese “batallón del bien”:

Uno a uno sus otrora dirigentes son condenados por parapolítica: Pinedo Vidal, ocho años; Rubén Darío Quintero, siete años y medio; Óscar Wílchez, siete años y cinco meses; Humberto Builes, siete años y medio; Karelly Lara, seis años; Reginaldo Montes, a seis años.

¿Qué tal que fueran un batallón del mal?

Y no es que yo esté poniendo en duda las intenciones de Pernía. Puede que sean las mejores. Pero ciertamente sólo con buenas intenciones no se consigue nada. Hace falta saber identificar los problemas, y atacarlos. Pero Pernía no sabe identificar los problemas, tampoco.

No pudo darse cuenta lo que los líderes de su “batallón del bien” estaban haciendo y tampoco es capaz de comprender en qué consiste el machismo. Eso ya es suficiente para no seguir su consejo ni siquiera a la hora de elegir el color de un vestido.

Y en ese continuo proceso de hacer malas elecciones, hay una que es altamente cuestionable, porque ya no se trata de la capacidad de Pernía de detectar mentirosos cerca o de saber de qué trata una de las mayores y más viejas formas de discriminación (esa que ha sido alimentada por la religión fundadora del Partido por el cuál se lanzó).

Esta vez se trata de algo mucho peor – el odio, el desprecio de las garantías constitucionales de cualquier Estado moderno y la aprobación de leyes sideralmente estúpidas y retrógradas, que no resuelven el problema, como han demostrado todos los estudios. Se trata de sus alianzas:

¿A quién ve como aliado en el Congreso?

A Gilma Jiménez.

Jiménez, la demagoga y populista por excelencia, que recurre a los más oscuros sentimientos de las personas y juega con sus miedos para que aprueben el regreso de la cadena perpetua al país, como medida para tomar contra los que abusen sexualmente de niños… mientras ella sigue perteneciendo cómodamente a la Iglesia Católica.

Por todo esto no me extraña el tono del comunicado final de Pernía. En medio de un mensaje muy sentimental, en donde el intérprete destapa secretos de su pasado, hace un llamado a la paz y a que evitemos el maltrato verbal. Le presenta disculpas a todos a quienes ha ofendido y espera poder convencer a Jota Mario de que vaya con él al lado luminoso.

Y como con todas las cosas de Pernía, su comprensión de la paz, del maltrato y del respeto son demasiado infantiles y mediocres. ¡Es que ni siquiera llegan a utópicos!

La paz que él propone es que nadie haga nada que ofenda al otro, porque eso es faltarle al respeto y todos merecemos respeto. Pues no – ¡el respeto se gana! ¿Cómo va a reclamarle a Jota Mario cuando este le diga que no le falte al respeto?

Estoy muy orgulloso de no respetar a ciertas personas y no me arrepiento en lo más mínimo de ello. Es más, lo he hecho en nombre de la convivencia pacífica y el entendimiento. El día que el Papa deje de decir que es infalible, ese día le presento disculpas. El día que Ahmadineyad diga que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, ese día lo respetaré. El día que los líderes religiosos dejen de entrometerse en las leyes, ese día los respetaré. El día que los homeópatas demuestren que el agua tiene memoria y además la disposición para olvidar exclusivamente la materia fecal, ese día les presentaré disculpas. Antes no.

Lo mismo con la paz. Si alguien quiere la paz, tiene que luchar por ella. Esa mentira gandhiana de quedarse quieto y que llegará la paz es el concepto más mediocre que a alguien se le pueda ocurrir.

No. Existe el derecho a ofender y el derecho a sentirse ofendido. No existe el derecho a no ser ofendidos. Además, no puedo sino preguntarme, ¿por qué Pernía no está atacando también a personajes como Daniel Samper Ospina, quien se burla de cualquier defecto físico, grave o no, de las personas de la vida nacional?

Y, sé que estoy a punto de cometer sacrilegio por la imposible comparación, pero me gustaría saber, ¿habría usado Pernía su fama para callar a Eduardo Caballero Calderón?

Sí, Jota Mario será vulgar, idiota y una ofensa para el televidente promedio, pero para eso son los bufones, para hacer reír y en ocasiones -como esta- para que se rían de ellos. Y nunca el Príncipe Azul se pone a pelear con el bufón. Sólo el ignorante poblador con buenas intenciones.

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