Los eco-talibanes de Greenpeace, siempre toman posiciones fáciles, buenrollistas, sin importar si son científicas o anticientíficas. Lo que sea para quedar bien.
Así como tienen campañas contra el cambio climático, también se han metido en cruzadas anticientíficas como la que libran contra la energía nuclear o contra los transgénicos. Ignoran la ciencia, y siguen cómodos con su pereza intelectual.
Por eso no es de extrañar que prontamente se opongan a la investigación y desarrollo sobre el gen que podría acabar con el hambre en el mundo:
El gen se denomina Meg1 y regula la cantidad adecuada de nutrientes que debe fluir desde la progenitora de la planta del maíz hacia las semillas. A diferencia de la mayoría de los genes, que se expresan tanto en los cromosomas maternos como paternos, este solo se expresa en los primeros. Este tipo poco común de expresión uniparental, denominado impronta, no es exclusivo de los vegetales, ya que también se produce en algunos genes humanos que regulan el desarrollo placentario con el fin de controlar el aporte de nutrientes durante el crecimiento del feto.
Los resultados del estudio permitirán estudiar la forma de controlar este gen y el mecanismo que rige su expresión con vistas a aumentar el tamaño de las semillas y la productividad de las principales especies agrícolas. Uno de los autores del estudio, el José Gutiérrez Marcos, de la Universidad de Warwick, ha explicado que el estudio “otorga a la comunidad científica los conocimientos necesarios para manipular este gen mediante prácticas fitogenéticas convencionales o mediante otros métodos destinados a mejorar rasgos seminales como la cantidad de biomasa producida”. El conocimiento sobre el desarrollo de las semillas de maíz y de otros cereales, como por ejemplo el arroz y el trigo, es vital pues la población global depende de estos alimentos básicos para su subsistencia. “Para suplir la demanda que generará la creciente población mundial durante los próximos años, científicos y genetistas deberán colaborar para proteger y mejorar la producción agrícola”, concluye Gutiérrez.
No me extrañará leer en unos meses que estos pseudoambientalistas se oponen al Meg1 y sus potenciales beneficios.