Un lector me pide que escriba un artículo sobre el argumento desde la ignorancia. Pues bien, aquí está.
El argumento desde la ignorancia, o ad ignorantiam es una falacia que…
[…] se comete al inferir la verdad de una proposición a partir de que no se haya podido probar su falsedad; o bien inferir la falsedad de una proposición a partir de que no se haya podido probar su verdad. Es decir, se comete cuando se infiere la verdad o falsedad de una proposición basándose en la ignorancia existente sobre ella.
Muchos agnósticos aseguran que lo son para evitar caer en esta falacia: si no se ha probado la inexistencia de dios, entonces no se puede decir que no exista.
Por supuesto, con esto están olvidando el principio de carga de la prueba y de paso incurren en otra falacia: el traslado de la prueba.
Con esto suelen solaparse y acudir a una confusión lingüística. Expresan la existencia de dios como si fuera lo mismo que su veracidad. Por supuesto, dios existe tanto como Harry Potter o Supermán: en los libros que hablan de ellos y en el imaginario colectivo. En ese sentido, existen. Pero no son veraces, reales.
De hecho toda la evidencia apunta a que las escobas no vuelan ni tampoco los hombres vestidos con capa. Ahí ya hay evidencias sobre lo irreales que son Harry Potter y Supermán. Aplica igual con dios: la existencia de las leyes naturales, de las que no se conoce excepción alguna, impide la existencia de dios.
Un ser sintiente y consciente requiere (como lo ha demostrado la biología) un órgano de existencia físico, material, -como el cerebro- para sentir y con el cuál estar consciente.
Y los seres así no somos ajenos a las leyes de la física. Trátese de Supermán o de dios.
O en palabras de Victor Stenger, que perfeccionó la máxima: “La ausencia de evidencia no es evidencia de la ausencia, salvo cuando lógicamente la evidencia debería estar ahí y no está“.
Siempre que alguien trate de argumentar que no se ha probado la inexistencia de dios (!), valdría tener presentes tres conceptos: el traslado de la prueba (falacia), la Tetera de Bertrand Russell y el Dragón en el Garaje de Carl Sagan.