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El pequeño precio de McDonald’s

No suelo ir a McDonald’s y cuando lo hago me siento mal: la comida sabe a ceniza y siento que le estoy dando mi dinero a una maquinaria del mal. Ya sé que McDonald’s no es una religión, pero así me siento.

En todo caso, creo que voy a tener que revisar eso, pues en una genial defensa de la modernidad, desde el ejemplo de McDonald’s (que George Ritzer utiliza para atacar a la Razón), Gabriel Andrade hace que tenga que repensar a McDonald’s como un efecto secundario y molesto del progreso:

Ritzer destaca cinco grandes características de la macdonalización, cada una de las cuales son a su juicio perjudiciales. Las expondré brevemente, pero a la vez, señalaré que, si bien Ritzer tiene razón en muchas de sus quejas, precisamente esas características han servido como progreso en nuestras condiciones de vida. Así como Ritzer utiliza ejemplos gastronómicos, yo emplearé ejemplos procedentes de la medicina (una actividad nada trivial) para demostrar cuán vital ha resultado la racionalización del mundo en nuestras vidas.

La primera es la eficiencia. McDonald’s está obsesionada con prestar eficientemente su servicio: la mayor producción en el menor tiempo posible. A la larga, la eficiencia se convierte en un fin en sí mismo, y no en un medio para lograr la felicidad. Y, como resultado, obtenemos resultados monstruosos, pero realizados muy eficientemente (como, por ejemplo, los campos de exterminio nazi). La comida de McDonald’s se sirve muy eficientemente en tiempo récord, pero los clientes no reciben un servicio agradable o satisfactorio.

A esto, respondo que ciertamente la eficiencia puede terminar por obsesionar a los empleados, al punto de que pierdan de vista el propósito original de su empresa. Pero, ¿cómo sería un mundo sin eficiencia? Es el mundo de los ineptos, de aquellos que obligan a los demás a perder horas y horas de su tiempo, cuando su labor la pueden hacer en escasos minutos. Ser eficiente o no ha sido decisivo en la medicina: una operación hecha en el tiempo planificado puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de un paciente. Un cirujano que, por conversar con sus colegas, tarde siete horas en remover un apéndice, puede convertir su ineficiencia en un arma letal. Gracias a la eficiencia, se han salvado millones de vida.

La segunda es la predictibilidad. Ritzer se queja de que las hamburguesas de McDonald’s tengan siempre el mismo sabor. Da lo mismo que sea en New York o en Beijing. El cliente ya sabe de antemano qué va a recibir exactamente cuando haga su pedido. No hay el elemento de misterio o sorpresa que hace encantadora la experiencia gastronómica. Como corolario, Ritzer se lamenta de que McDonald’s acaba con la diversidad gastronómica del mundo. Cada vez es más difícil encontrar comidas auténticamente regionales, pues el fast food se lo ha tragado todo.

A esto respondo que, en la medicina, la predictibilidad es vital. Un médico sabe muy bien cuáles serán los efectos de un medicamento que recete a un paciente. El médico prefiere tener seguridad en vez de misterio encantador a la hora de administrar las drogas. Si no fuera así, el médico estaría jugando a la ruleta rusa con la salud de sus pacientes. Y, es sumamente beneficioso que haya uniformidad en la medicina empleada en New York y aquella empleada en Beijing. De ese modo, si un turista chino se enferma repentinamente en New York, el médico tendrá una buena idea respecto a cuál fue el tratamiento recibido por los médicos chinos, a fin de darle continuidad, y tomar las previsiones con lo contraindicado. Además, la homogenización de la medicina ha permitido suprimir las ‘medicinas alternativas’ de culturas locales, cuyos procedimientos irracionales han matado a muchísimos pacientes. De nuevo, la predictibilidad ha salvado millones de vidas.

La tercera es la cuantificación. Ritzer se lamenta de que en McDonald’s, todo se reduzca a números. La publicidad de McDonald’s hace alarde de cuántos clientes han servido, no de cuán bueno es el servicio. La cantidad ha desplazado a la calidad. McDonald’s ofrece el Big Mac (el ‘Gran Mac’), no el Good Mac (el ‘Buen Mac’). En la experiencia gastronómica hay una dimensión subjetiva que sencillamente no es cuantificable.

La medicina depende urgentemente de datos cuantificables para salvar vidas. Un hematólogo necesita saber cuántos glóbulos blancos hay en el organismo, para diagnosticar dengue hemorrágico. No basta con una observación subjetiva de la cara del paciente. Hay que cuantificar cuántas camas hay en un hospital, a fin de asegurarse de que no haya un colapso de pacientes hospitalizados. Meras palmaditas en la espalda y ‘trato humano’ no es suficiente. Es necesario racionalizar la práctica médica para salvar vidas.

La cuarta es la sustitución del contacto humano por la tecnología. Ritzer se lamenta de que la comida de McDonald’s sea hecha por máquinas, de forma tal que casi no hay contacto con un cocinero humano. Los empleados terminan comportándose como robots, e incluso los clientes sienten que su experiencia gastronómica es análoga a un proceso de ensamblaje en una gran fábrica.

Quizás más que ninguna otra dimensión de la racionalización de la medicina, la proliferación de tecnologías médicas ha salvado dramáticamente millones de vidas. Quizás los pacientes se sientan como máquinas cuando, en vez de ser operados por cirujanos humanos, se empleen robots quirúrgicos, y pasen como ganado a los quirófanos. Pero, la exactitud de estos robots es precisamente lo que previene el error humano, y hace que hoy las cirugías sean muchísimo más exitosas que en el pasado. Una medicina que no utilice tecnología como reemplazo de la labor humana está condenada a curar un número limitadísimo de enfermedades.

La quinta es el control. Ritzer se queja de que McDonald’s se rija por un rígido protocolo, tanto en la producción como en el consumo de sus productos. Los empleados siguen mecánicamente y sin innovación los procedimientos, y los clientes tampoco escapan a ello. Se hace una cola, se hace el pedido, se lleva a la mesa la comida, se termina de comer y se lleva la bandeja a la basura. Todo funciona como una gran máquina. No hay espacio a la creatividad, a la sorpresa.

El control es imprescindible en la medicina. El médico debe ser controlado por un método, el método científico. La innovación muchas veces resulta fatal; es precisamente por ello que, ante cualquier innovación, es necesario primero experimentar con animales. Sea para una fractura, o para una gripe, hay un protocolo médico que seguir. Este protocolo ha sido controlado por el sistema. El rebelde que pretenda escapar de ese control, coloca en riesgo la salud y la vida de sus pacientes. Y, el control que el médico impone sobre la vida del paciente es igualmente necesario: gracias a ese control, se pueden suprimir muchos hábitos nocivos para la salud. Gracias a los controles, una vez más, se han salvado millones de vidas.

Al final, nuestra valoración de la racionalización de la sociedad dependerá en buena medida de cuál actividad seleccionemos como metáfora. Si, como Ritzer, escogemos la gastronomía, entonces la macdonalización puede ser fácilmente deplorada. Pero, si escogemos la medicina, entonces la macdonalización aparece como salvadora de vidas. ¿Qué es más trivial, la gastronomía o la medicina? ¿Es más importante sentir plena satisfacción en un restaurante, o salvar vidas?

Ritzer admite que la macdonalización tiene méritos. Yo admito que tiene desventajas y que debemos hacer todo lo posible por sobreponerlas.

Supongo que después de todo, McDonald’s es un precio muy pequeño que tenemos que pagar por todos los beneficios que trae consigo la civilización y el no vivir en sociedades feudales inundadas en el pensamiento mágico e ilusorio.

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