¿Recuerdan a Mason Crumpacker, la niña que en la Convención de Librepensamiento de Texas que le preguntó a Christopher Hitchens qué libros le recomendaba leer?
Pues ni ella ni su mamá, Anne, se iban a quedar sin decir algunas palabras honrando la memoria de Hitch:
¿Por qué decidiste que era importante hacerle una pregunta a Hitchens?
Porque yo acababa de descubrir que se estaba muriendo, y él es un hombre brillante. Y yo sentía que su conocimiento del mundo no debería ser desperdiciado, y que alguien debe continuar lo que él empezó.
¿A dónde irá él cuando muera?
A ninguna parte.
Los adultos en la redacción se miraron sorprendidos. No sé lo que motivó que el reportero le hiciera una pregunta tan delicada a una niña de nueve años, pero sí sé que soy responsable por su brutal respuesta. Como atea, le había enseñado a mi hija que ninguno de nosotros va a “ninguna parte” cuando morimos. Y ella comprendió que Christopher Hitchens no sería una excepción.
En octubre nuestra familia asistió a la Convención de Librepensamiento de Texas, donde Richard Dawkins otorgó el premio del mismo nombre a Hitchens, entonces bajo tratamiento para la cuarta etapa del cáncer de esófago. Hitchens no estaba programado para hablar esa noche, pero se sintió lo suficientemente fuerte como para hacer algunos comentarios breves y contestar preguntas de la audiencia. Mi hija Mason se abrió camino hasta el micrófono y le preguntó: “¿Qué libros debería leer?“
Fue entonces cuando Hitchens, conmovido, pidió reunirse con ella después de la presentación, a pesar de su evidente fatiga.
La historia de su intercambio improvisado comenzó en el blog del Dr. Jerry Coyne, Why Evolution Is True, y luego se volvió viral. Los lectores se deleitaron con el “lado suave” de Hitchens, pero no deberían haber estado tan sorprendidos. A pesar de que “Hitch” había cultivado una imagen pública de crítico social mordaz – en privado tenía tres hijos propios. No sé nada sobre la vida personal de Hitchens o sus pensamientos más íntimos, pero como padre espero que amara a sus hijos, que sus hijos lo amaran a él, y que él hubiera hablado con ellos acerca de su propia creencia de que no vamos a “ninguna parte” cuando morimos. Todos los padres responsables discuten la mortalidad con sus hijos. Es nuestra obligación cuando los traemos a este lío efímero llamado “vida”. De esa manera, desde la primera infancia, entendemos que la noche se acerca.
Cuando Mason nació le hice tres promesas en silencio: amarla, cuidar de ella, y siempre decirle la verdad. Sospecho que no soy la única en estas promesas. Como resultado, he sido brutalmente honesta con ella a lo largo de los años, incluso cuando era muy difícil. Empecé como una madre cristiana, pero a medida que Mason creció y comenzó a hacerme preguntas acerca de la vida, mi fe se derrumbó. Intenté las viejas historias con las que había crecido, pero me encontré admitiendo que ya no sonaban auténticas. Mis preguntas vencían las respuestas viejas y yo no estaba dispuesta a explicar los misterios de la vida con metáforas espirituales. Pero, ¿cómo podría yo hablar honestamente acerca de la certeza de la muerte con mi única hija?
Una de las formas más sencillas de enseñar a los niños pequeños acerca de la muerte es permitiéndoles cuidar de los seres vivos. A la edad de siete años, Mason ya había matado a varias plantas por descuido y criado hormigas, mariquitas, mariposas, peces y ranas. Esa Navidad, Papá Noel le trajo a Mason un ratón pequeño, blanco. Ella lo llamó “Blinker” por un personaje de una novela para niños. Blinker olía mal, pero nunca dejó de entretener. En febrero del año siguiente, subí a limpiar el cuarto de Mason y encontré a Blinker en posición fetal, debilitado, pero todavía respirando. Lo saqué de su jaula y lo sostuve en la palma de mi mano. Traté de darle calor y darle un poco de agua, pero él cerró los ojos. Su pata pequeña tembló y luego él se fue. Era como si hubiera resistido hasta que pudiera ser acariciado por última vez.
Al principio, lloré suavemente pero pronto estaba sollozando. Mi marido y Mason me oyeron y se apresuraron y me encontraron de pie con Blinker todavía en mi mano y yo al borde de un ataque de histeria. Naturalmente, Mason estaba molesta porque su ratón había muerto, pero mi exagerada reacción la alarmó aún más. En enero había perdido a una buena amiga, la madre de uno de los compañeros de clase de Mason, con cáncer. La muerte de esta pequeña criatura me obligó a enfrentar una multitud de verdades dolorosas que había estado evitando.
Puede sonar absurdo, pero yo sabía que no había cielo de los ratones. Blinker era un ratón muerto. Él no había ido “ninguna parte”. Y, puesto que yo acepto que somos una especie evolucionada de los mamíferos, se deducía que mi amiga tampoco había ido a “ninguna parte”.
Supongo que se puede ser ateo y creer en una vida después de la vida, pero todavía no conozco uno que lo haga. Por supuesto, yo no sé lo que pasa después de la muerte, pero para mí la vida eterna parece demasiado buena para ser cierta.
Yo no vivía como atea abiertamente hasta la reunión de Mason con Christopher Hitchens. Probablemente todavía estaría enclosetada si el Houston Chronicle no hubiera informado nuestros nombres completos, pero no importa. Estoy feliz de finalmente expresar abiertamente mis dudas. Es interesante, sin embargo, que la parte más molesta de mi visión del mundo para mis amigos y familia es mi falta de fe en cualquier tipo de continuación. Parece correcto negar la creación, el diluvio, la Natividad, y hasta la Resurrección, pero ¿cómo puedo creer en el abismo nietzscheano? ¿Cómo? Es irrelevante – el abismo cree en mí.
Quiero prometerle a Mason que siempre estaré ahí para ella, pero mi ateísmo no me permite esa comodidad. Todo lo que puedo aspirar a lograr es prepararla para nuestra separación definitiva. Hablamos de valor, y nos encanta nuestro breve tiempo juntas. Le enseño que la vida es acerca de la conexión y de dejar ir. Nuestra comunidad puede consolarse en el ejemplo de Christopher Hitchens de cómo enfrentar la muerte con dignidad y racionalismo.
Esta Navidad, Mason ha pedido un hámster. Papá Noel no la defraudará.
El mensaje de Mason fue -sustancialmente- más corto:
En mi corazón, cuando me enteré que el señor Hitchens había fallecido, estaba demasiado conmocionada para hablar. Me gustaría decir que a pesar de que Hitchens ha fallecido, él aún existe en nuestros corazones y mentes y, por supuesto, a través de su escritura.
Ojalá cada día haya más y más padres que se tomen en serio su obligación para con sus hijos, y los críen y eduquen libres, sin someterlos a ningún tipo de superstición. Seguro que ese es un muy buen primer paso para hacer de este un mundo mejor.