Libertad, amo esa palabra. Sin embargo ella y su significado tiene varios enemigos.
Enemigos de izquierda que dicen que toooda la libertad es tiranía, y enemigos de derecha, que convierten (parte de) la libertad en tiranía.
Con respecto a estos últimos, George Monbiot tiene unas cuantas palabritas:
Libertad: ¿quién podría oponerse? Sin embargo, esta palabra se usa ahora para justificar mil formas de explotación. A lo largo de la prensa y la blogósfera de derecha, entre los think tanks y los gobiernos, la palabra excusa cada asalto a la vida de los pobres, toda forma de desigualdad e intrusión a la que el 1% nos sujeta. ¿Cómo fue que el libertarianismo, alguna vez un impulso noble, se convirtió en sinónimo de injusticia?
En nombre de la libertad -ser libres de regulación- a los bancos se les permitió arruinar la economía. En nombre de la libertad, los impuestos a los super-ricos se recortan. En nombre de la libertad, las empresas hacen lobby para reducir el salario mínimo y aumentar las horas de trabajo. En la misma causa, las aseguradoras de EEUU hacen lobby en el Congreso para impedir la sanidad pública eficaz; el gobierno rasga nuestras leyes de planificación; las grandes empresas destrozan la biosfera. Esta es la libertad de los poderosos para explotar a los débiles, de los ricos para explotar a los pobres.
El libertarianismo de derecha reconoce muy pocas limitaciones legítimas sobre el poder de actuar, sin importar el impacto en las vidas de otros. En el Reino Unido es promovido a la fuerza por grupos como la Alianza de los Contribuyentes, el Instituto Adam Smith, el Instituto de Asuntos Económicos y Política de Intercambio. Su concepción de la libertad me parece nada más que una justificación de la codicia.
Así que ¿por qué hemos sido tan lentos para desafiar el concepto de libertad? Creo que una de las razones es la siguiente. El gran conflicto político de nuestro tiempo -entre los neoconservadores, los millonarios y las empresas a las que apoyan a un lado y los defensores de la justicia social y los ambientalistas por el otro- ha sido erróneamente identificado como un choque entre libertades negativas y positivas.
Estas libertades fueron más claramente definidas por Isaiah Berlin en su ensayo de 1958, Dos conceptos de libertad. Se trata de una obra bella: la lectura es como escuchar una pieza de música gloriosamente elaborada. Voy a tratar de no destrozarla muy gravemente.
En pocas palabras y con crudeza, la libertad negativa es la libertad de ser o de actuar sin interferencias de otras personas. La libertad positiva es la libertad sin inhibición: es el poder adquirido para trascender las limitaciones sociales o psicológicas. Berlin explicó cómo la libertad positiva ha sido abusada por parte de las tiranías, en especial por la Unión Soviética. Retrataba su brutal sistema de gobierno como el empoderamiento de la gente, quienes podrían alcanzar una mayor libertad si se subordinaran a una sola voluntad colectiva.
Los libertarianos de derecha afirman que los verdes y los defensores de la justicia social son comunistas enclosetados tratando de resucitar las concepciones soviéticas de la libertad positiva. En realidad, la batalla se compone principalmente de un enfrentamiento entre libertades negativas.
Como Berlin señaló “ninguna actividad del hombre es tan completamente privada como para no obstruir la vida de los demás de ninguna manera. ‘La libertad de la pica es la muerte de los peces pequeños'”. Así que, según él, la libertad de algunas personas a veces tiene que ser reducida “para asegurar la libertad de los demás”. En otras palabras, la libertad de oscilar su puño termina donde empieza mi nariz. La libertad negativa de no tener la nariz golpeada es la libertad por la que las campañas verdes y de justicia social, ejemplificada por el movimiento Occupy, existen para defender.
Berlin también muestra que la libertad puede inmiscuirse en otros valores como la justicia, la igualdad o la felicidad humana. “Si la libertad mía o de mi clase o nación depende de la miseria de un número de otros seres humanos, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral”. De ello se desprende que el Estado debe imponer restricciones legales a las libertades que interfieren con las libertades de otras personas – o a las libertades que entran en conflicto con la justicia y la humanidad.
Estos conflictos de libertad negativa fueron resumidos en uno de los grandes poemas del siglo 19, que podría ser visto como el documento fundacional del ambientalismo británico. En El olmo caído, John Clare describe la tala del árbol que amaba, presumiblemente por su propietario, que creció al lado de su casa.
“El interés propio te vio de pie en el camino de la libertad
Así que tu sombra de edad debe ser un tirano.
Tú has oído al bribón, abusando de aquellos en el poder,
Gritar la libertad en voz alta y luego oprimir a los libres”.El dueño estaba ejerciendo su libertad de cortar el árbol. Al hacerlo, estaba entrometiéndose en la libertad de Clare para deleitarse en el árbol, cuya existencia mejoraba su vida. El propietario justifica esta destrucción mediante la caracterización del árbol como un impedimento a la libertad: su libertad, que él confunde con la libertad general de la humanidad. Sin la participación del Estado (que hoy podría tomar la forma de una orden de conservación de los árboles), el hombre poderoso podría pisotear los placeres del hombre impotente. Clare luego compara la tala de los árboles con las intrusiones adicionales en su libertad.
“Tal fue tu ruina, olmo creador de música;
El derecho a la libertad fue a herirte a ti:
Como tú fuiste servido, para que ellos abrumen
En nombre de la libertad lo poco que es mío”.Pero los libertarianos de derecha no reconocen este conflicto. Hablan, como el terrateniente de Clare, como si la misma libertad afectara a todos de la misma manera. Ellos afirman su libertad para contaminar, explotar, incluso -entre los chiflados de las armas- para matar, como si se tratara de derechos humanos fundamentales. Ellos caracterizan cualquier intento de impedir esto como tiranía. Se niegan a ver que hay un choque entre la libertad de la pica y la libertad de la mojarra.
La semana pasada, en un canal de radio por Internet llamado La Quinta Columna, debatí el cambio climático con Claire Fox, del Instituto de Ideas, uno de los grupos libertarianos de derecha que surgió de las cenizas del Partido Comunista Revolucionario. Claire Fox es una interrogadora temida del show El Laberinto Moral de la BBC. Sin embargo, cuando le hice una pregunta sencilla – “¿Acepta usted que las libertades de algunas personas se entrometen en las libertades de otras personas?” – vi romperse una ideología como un parabrisas. Usé el ejemplo de una planta de fundición de plomo rumano que había visitado en el 2000, cuya libertad para contaminar está reduciendo la vida de sus vecinos. Sin duda, ¿debería la planta ser regulada a fin de mejorar las libertades negativas -estar libre de contaminación, libre de envenenamiento- de sus vecinos? Intentó responder varias veces, pero nada coherente de lo que surgió no la enviaría a estrellarse contra el espejo de su filosofía.
El libertarianismo moderno es el disfraz adoptado por aquellos que desean explotar sin restricciones. Pretende que sólo el Estado se inmiscuye en nuestras libertades. Ignora el papel de los bancos, las corporaciones y los ricos en el proceso de hacernos menos libres. Niega la necesidad de que el Estado los frene con el fin de proteger las libertades de las personas más débiles. Esta filosofía bastardizada, de un solo ojo es un truco para estafar, cuyos promotores intentan poner en desventaja a la justicia al lanzarla contra la libertad. Por este medio han convertido la “libertad” en un instrumento de opresión.
Mejor no lo pude haber dicho yo.