De los llamados “Cuatro Jinetes del Apocalipsis”, creo que el que menos me ha llamado la atención ha sido Daniel Dennett.
Tal vez lo he menospreciado. Sin embargo, su elogio al fallecido Christopher Hitchens ha hecho que reconsidere mi postura y Dennett entre en mi radar. A ver a ustedes qué les parece:
He estado revisando mis experiencias con Christopher Hitchens.
Él me informaba, me entretenía, me provocaba como nadie, y extrañaré su espíritu curioso más de lo que puedo decir. No lo conocí por mucho tiempo, aunque estuve leyendo sus obras, con reacciones diversas, durante años. Nos conocimos a principios del 2007, y cenamos en Las Vegas, donde ambos íbamos a aparecer en una reunión del Asombroso Randi. Él encendió una hoguera feliz de discusión que se prolongó de manera intermitente en reuniones y correos electrónicos.
Un momento se destaca, y fue, de hecho, la última vez que lo vi cara a cara, en noviembre del 2009, hace más de dos años. Estábamos los dos apareciendo en un debate como parte del programa de Ciudad de las Ideas, un encuentro excelente que se celebra anualmente en Puebla, México. (Está inspirado en TED – Yo lo llamo TED Mex. Vale la pena ir.) Uno de los oradores del otro lado, el lado de Dios, era el rabino Shmuley Boteach, y después de nuestras cortas presentaciones, las réplicas iniciaron con el rabino. A cada uno de nosotros se nos asignaron cuatro minutos sólo para la réplica, y el rabino lanzó una serie de afirmaciones escandalosas tratando de mancillar a Darwin y la biología evolutiva, afirmando que Hitler se inspiró en Darwin para organizar matanzas para asegurar la supervivencia de su raza. Yo estaba sentado allí, estupefacto y horrorizado, y tratando de descifrar la mejor manera de refutar esta obscena tergiversación cuando llegara mi turno.
Christopher no esperó su turno. “¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!” gritó interrumpiendo a Boteach en medio de una frase. Funcionó. Boteach dio marcha atrás, insistiendo en que sólo estaba citando a alguien que se había pronunciado así en el momento. Christopher había roto el hechizo, y ese era un hechizo particularmente nocivo.
¿Por qué yo no interrumpí? ¿Por qué había permitido que esta desagradable diatriba continuara, cortésmente esperando mi turno? Porque yo estaba en modo diplomático, cortés y respetuoso, en un país extranjero, siguiendo las instrucciones de mi anfitrión sobre cómo llevar a cabo el debate. Pero lo que Christopher me mostró -y lo tengo en cuenta ahora siempre que hablo- es que hay un momento para la cortesía y hay un momento en el que uno está obligado a ser grosero, tan grosero como uno tiene que ser para detener la contaminación de mentes jóvenes en su camino, con un shock rápido, que no se pueda ignorar. Por supuesto que sabía eso, como principio general, pero necesitaba que me lo recordaran, ser despertado de mi sueño diplomático con el ejemplo.
Todos hemos oído hablar, sin parar, sobre lo enojados y groseros que son los nuevos ateos. Echen una buena mirada a su trabajo, en los libros y las charlas de Hitchens, Dawkins y Harris, y encontrarán que son más civilizados, menos burlones, menos dados a los insultos que estos apologistas religiosos como Terry Eagleton o Alvin Plantinga o Leon Wieseltier. Es sólo que muchas personas se sorprenden al ver a las instituciones religiosas, las ideas, y los portavoces ser desafiados con la misma intensidad que esperamos que los bancos, las grandes farmacéuticas y la industria del petróleo sean cuestionados.
De los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis”, Hitchens era claramente el menos suave, más enojado, el más propenso a insultar a su interlocutor. Pero en mi experiencia, sólo lo hizo cuando la rudeza era bien merecida – que es bastante a menudo, cuando el tema es la religión. La mayoría de los portavoces de la religión esperan ser tratados no sólo con respeto, sino con una deferencia especial que se supone que les corresponde, porque la causa que defienden es muy justa. Luego, a menudo abusan de ese privilegio mediante el uso de su tiempo en el escenario para tergiversar tanto sus propias instituciones como las críticas que de ellas se ofrece.
¿Cómo se debe responder a tales imposturas? En realidad, hay dos métodos eficaces, y los recomiendo ambos, dependiendo de las circunstancias: se puede seguir a Hitch e interrumpir (“¡Mentiroso, mentiroso!” o su equivalente). O pueden intentar algo un poco más diplomático: Un mentiroso de fe, mi término diplomático de burla para aquellos que son mentirosos por Dios. Si estás seguro de que tu interlocutor es otro matón religioso, ve por el camino de Hitch: Llámalo mentiroso, y no te detengas hasta que él se detenga. Si crees que tu interlocutor puede haber sido engañado más bien por el de otra manera encomiable celo de la verdad, puedes preguntar si no están cayendo en una mentira por la fe. Que también funciona de vez en cuando.
El punto principal es este: No permitas que nadie juegue la carta de Dios en estas discusiones, como si se tratara de una carta para “salir de la cárcel gratis” que sirve de pretexto para la tergiversación. Hitch no dudaría en llamarle la atención al papa, o a la Madre Teresa, o a cualquier otra persona. Honren su memoria siguiendo su ejemplo.
Yo sin duda, lo pienso hacer.