El jerarca más rico del mundo, en vez de ir a hacer algo útil en África, consideró que era mejor agravar el estado de los niños de ese continente.
Por esa razón, en vez de llevar verdadera ayuda, como alimentos, remedios, ropa o elementos para construir hospitales y refugios, prefirió adoctrinar a los menores africanos:
Benedicto XVI se reunió en Cotonú con unos 200 niños, algunos enfermos y otros amparados en un centro de religiosas, los cuales le recordaron a los niños soldados que hay en África, a los explotados con fines económicos, a los maltratados y los eliminados por estar enfermos.
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“Queridos niños, no dudéis en hablar de Jesús a los demás. Es un tesoro que hay que compartir con generosidad”, afirmó el papa, que recordó la figura de san Kizito, un niño ugandés de 13 años que fue asesinado porque quería vivir según el bautismo que acababa de recibir.
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Benedicto XVI regaló un rosario a cada uno de los niños y les dijo que es muy fácil rezarlo y que si no sabían, se lo pregunten a sus padres.
“Cuando los tengáis en vuestras manos podréis rezar por el papa, la Iglesia y todas las intenciones importantes”, subrayó.
Todo esto sucedió en ese templo de adoración a la pobreza y el sufrimiento que es “la parroquia de Santa Rita, que alberga un centro de acogida de las Misioneras de la Caridad, de la Madre Teresa de Calcuta“, que como sabemos tenía una fascinación morbosa por el padecimiento ajeno (aunque ella fuera a tratarse las enfermedades en los más privados y lujosos hospitales de California).
De hecho, el día terminó bastante bien… para el Papa, por supuesto:
Tras el encuentro con los pequeños, el papa se reúne y cena con los obispos de Benin.
Y nos quedamos sin saber cuántos de los niños a los que infectó con su putrefacta doctrina murieron de hambre y leishmaniasis antes de que cayera la noche.
