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¿Qué pasa con los líderes de opinión?

De Colombia siempre se ha dicho que no tenemos memoria. Es cierto. Por ejemplo José Darío Salazar, alias Cielito Lindo, ilustre miembro del partido conservador le reclamaba a Petro su militancia y herencia en el M-19, alegando que él no tenía ‘autoridad moral’, desconociendo -o mejor, ignorando voluntariamente- por completo su propia herencia conservadora de asesinos y descuartizadores.

De un conservador no esperaría menos hipocresía, y de Cielito Lindo sí que no espero ni un ápice de moral ni ética, sin embargo, un rápido examen a los líderes de opinión del país muestra un panorama algo desolador. Para la muestra, es sorprendente la alta estima que ellos le tienen a Enrique Peñalosa y uno no puede más que preguntarse qué hacen para no ver más allá de la imagen del político.

Creo que la primera alarma fue cuando ese gran periodista que es Daniel Coronell escribió una columna sobre el hombre que perdía elecciones. La columna del periodista, que suele destacarse por sus denuncias de la peor calaña de la élite política, retrata a Peñalosa, en el mejor de los casos como un como un completo perdedor y en el peor, como un turista de partidos políticos e ideologías, aunque en todos los casos como un dizque buen alcalde:

Enrique Peñalosa hizo una buena alcaldía, pero después de eso no ha encontrado la forma de ganar una sola elección. El único triunfo electoral de su vida lo consiguió frente a Carlos Moreno de Caro, un candidato sencillamente inelegible como alcalde de Bogotá.
En esta seguidilla de derrotas, Peñalosa ha cambiado varias veces la historia de la política nacional. Por ejemplo, cuando el Partido Liberal era la primera fuerza electoral de Colombia -e invencible si estaba unido en Bogotá- Peñalosa logró guiarlo al fracaso.

Peñalosa no hizo una buena alcaldía. Hizo una pésima alcaldía. Si Moreno de Caro era inelegible, también lo debió haber sido Peñalosa. Coronell, lo único que alcanza a medio denunciar, entre ataque y alabanza es:

Redujo el tamaño de algunas vías aumentando la congestión de tráfico en Bogotá, a nombre del espacio público plantó bolardos y encareció parqueaderos, pero también puso en funcionamiento TransMilenio, el sistema que revolucionó el transporte público en la ciudad.

Un sistema de transporte público en manos de un oligopolio, que frena en los semáforos es una fórmula para el desastre, como se ha comprobado 11 años después de su implementación -que, raro, fue replicada en otras partes del país-.

Pero es que no sólo el periodista investigativo más importante del país decidió poner en stand-by sus facultades críticas cuando se trata de este nefasto personaje. También lo hicieron muchos otros.

Por ejemplo, Andrés Hoyos, una persona culta, letrada e intelectual, director de El Malpensante, tiene a Peñalosa por muy buena opción para la ciudad:

Pasando a Enrique Peñalosa, este gestor brillante y lleno de ideas claras, prestigioso consultor internacional, tiene en política una absurda tendencia a quedarse con el pecado y sin el género, cuando el arte de la misma consiste exactamente en lo contrario: en ganarse el género y evitar que le achaquen a uno el pecado.

Lo venía diciendo – se equivoca. Peñalosa no es un gestor brillante. Con él tuvimos el turbio contrato de los moños de Navidad; su TransMilenio que a día de hoy está a medio deshacer -y que el ahora alcalde Petro insiste en ampliar (!)-, con las losas rotas, el relleno fluido volviendo a ser siempre el ingrediente con el que preparan las nuevas losas y el tema de los bolardos – estos dos últimos le valieron al antiguo burgomaestre dar conferencias alrededor del mundo, pagadas por CEMEX y ganarse ese pomposo título de “prestigioso consultor internacional”, que le atribuye Hoyos por quién sabe qué característica más allá de la vanidad elevada a la décima potencia, única característica propia de Peñalosa, si dejamos de lado su asombrosa capacidad para cambiar bandos más rápido que la velocidad de la luz.

Hasta León Valencia fue incapaz de ver lo pésimo administrador que habría sido Peñalosa:

Peñalosa es, sin duda, el mejor administrador entre los candidatos y pensó que ese perfil, asociado al arrastre de Uribe en algunos sectores de la población y al aparato de La U, le daría la victoria. Al parecer se equivocó

Creo que a esto Eduardo Escobar responde fácilmente con la denuncia dela arrogancia de Peñalosa, cuya inteligencia es desmentida por la hipertrofia de la autoestima pero ha sido incapaz de explicar su responsabilidad en el enorme fraude rojo de Transmilenio“. Y es que la cosa no se queda en “el fraude rojo de TransMilenio”, que muchos han optado por ignorar (y que sí, puede que directamente no le haya dado ni un peso al bolsillo del señor Peñalosa, sin embargo sí le genero amistades con la industria del cemento que lo lanzó al estrellato de los consultores internacionales, lo que María Isabel Rueda llamaun urbanista visionario y honesto“).

Las cosas van más allá, como lo ponía de manifiesto Felipe Zuleta Lleras en su columna sobre las elecciones:

No en vano uno oye a mucha gente diciendo que le gusta Peñalosa pero que no votarán por él debido al apoyo del expresidente.

Esto es algo que también olvidará el votante promedio. ¿Por qué? Precisamente porque ese mismo apoyo del entonces presidente Uribe fue lo que hace cuatro años le costó la alcaldía al hombre que perdía elecciones. Y los peñalosistas anti uribistas habían decidido olvidarlo voluntariamente, hasta que el episodio se repitió. Así lo expresó Daniel Samper Ospina en Twitter:

No me disgusta en absoluto Peñalosa como alcalde, sino como candidato aliado con Uribe: pero como alcalde probó que era muy bueno.

No, no fue buen alcalde. Ni siquiera eso. En ejercicio del cargo cometió delitos (o si no, algo que se asemeja bastante).

Lo del contubernio con Uribe también fue la crítica que formuló Antonio Caballero, con alguna mención al caos del transporte:

Lo de Enrique Peñalosa es más grave todavía. Detrás de él está Álvaro Uribe, que hasta ha dejado el caballo y aprendido a montar en bicicleta para acompañarlo en sus giras de campaña por las ciclovías. Y no es el Uribe que hace ocho años podía engañar a una incauta jovencita, sino el Uribe archiconocido de sus dos corruptos gobiernos. Y lo escogió a sabiendas Peñalosa, con todo y Partido de la U incorporado, creyendo, también oportunista pero equivocadamente, que de la bendición del expresidente sacaría los votos que este no pudo darles ni a él ni a Juan Lozano cuando estaba en toda su fuerza presidencial.

Ni siquiera Alejandro Gaviria ve a Peñalosa tan peligroso como realmente es. A pesar de ser un acérrimo defensor de la libertad de expresión -lo que me hacía pensar que también sería un defensor de las demás libertades civiles, y que veo que me equivoqué-, Gaviria, aunque reparó en la violación del laicismo, parece traerle sin cuidado las otras propuestas del político:

Peñalosa fue un desastre en los debates. Su carreta religiosa me puso a dudar. La verdad creo que la suerte está echada. Tristemente lo que escribí hace cuatro años sobre la derrota de Peñalosa sigue vigente:

Los reformadores usualmente enfrentan gran resistencia cuando reinciden en sus aspiraciones electorales. Los intereses particulares que se vieron perjudicados por las reformas son usualmente más organizados (y ruidosos) que los intereses generales que se vieron beneficiados. Pero los reformadores tienen otro problema. Se enamoran de su obra. Son incapaces de reinventarse a sí mismos, de hablar de un futuro distinto a su pasado. Peñalosa es un reformador anquilosado. Nunca fue capaz de ir más allá de la autocelebración de sus logros.

Tal vez deba aquí hacer un reconocimiento a quien supo ver a través de la cortina de humo propagandística que todos los demás se tragaron enterita. La mejor crítica que se le hizo a Peñalosa fue la de Enrique Santos Molano:

Los alicaídos fans de Peñalosa, como Lucy y Poncho, no encuentran otro argumento para defender a su candidato que el de asegurar que es el único “con experiencia gerencial”. Intentan sugerir que los otros candidatos carecen de esa “experiencia”. Por consiguiente, Peñalosa sería el alcalde ideal para Bogotá en el cuatrienio que comenzará el 1o. de enero del 2012. (El mismo Peñalosa dijo en su autoalabanza que él sí tenía experiencia gerencial, en tanto que Petro no era capaz “de administrar ni un garaje”).

¿De dónde salio ese cuento gracioso de la “experiencia gerencial” de Peñalosa, que Poncho y Lucy se pasaron sin masticar? La alcaldía de Peñalosa fue el peor ejemplo de administración, desde el punto de vista gerencial. Se desperdiciaron cuantiosos recursos de la ciudad en unos bolardos horribles, en iluminaciones navideñas de pésimo gusto, en la inútil remodelación de la carrera 15, en un poco de andenes mal construidos, que en menos de dos años estaban deteriorados y presentaban pésimo aspecto, y en ciclorrutas inadecuadas, que no han llegado a tener un cinco por ciento de uso. No las recorre ni el doctor Peñalosa, que es un experto ciclista.

De todo lo que le debemos a la “experiencia gerencial” de Enrique Peñalosa, lo peor son el conector vial de la Circunvalar (diseñado en su administración), que costó 34.000 millones de pesos y del cual no se sabe todavía a dónde conecta; y la pavimentación del TransMilenio por la Caracas, tan mal realizada que, once años después, se han gastado 50.000 millones en tratar de arreglar las indomables peñalosas de relleno fluido. Según el IDU, darle al problema (creado por una falta total de “experiencia gerencial”) una solución definitiva no costará menos de doscientos mil millones. Si a semejante desastre (que no habría cometido ni el más chambón de los administradores de garaje) se le llama “tener experiencia gerencial”, me permito con todo respeto aconsejarles a Lucy y a Poncho que tomen un curso al respecto. Aunque sea por correspondencia.

Aún así, Santos también falló al no ver el panorama completo y realidad que se esconde detrás de la figura de Enrique Peñalosa. Es un completo disparate. La propaganda política de Peñalosa para estas elecciones lo decía todo: un grupo de reprochables y nefastos personajes (Gilma Jiménez, Álvaro Uribe, Lucho Garzón) yendo en bicicleta por las calles.

Porque ese ha sido siempre el proyecto Peñalosa: extinguir la clase media, cuya expresión más visible es el carro particular, su herramienta -y no un lujo como se nos ha querido vender-. No fue sólo que se hiciera TransMilenio, se angostaran las vías, se cerraran los parqueaderos, se inutilizaran las bahías de parqueo, se llevaran a cabo pésimas obras en materia de movilidad o se dejaran de hacer una vez prometidas. Esos no eran hechos aislados. Como tampoco lo fueron las subsiguientes medidas, que rayan en el toque de queda: el Pico-y-Placa y el día sin carro. Todo hacía parte de un plan, plan que tenía por objeto hacer patente y llevar al extremo la inviabilidad de tener carro particular en la ciudad -que mediante delito, Peñalosa intentó prohibir por completo-.

Obligarnos a todos a usar bicicletas, o el TransMilenio que rompe las losas y que sus amigos de las cementeras dichosos vuelven a reconstruir, para variar, con relleno fluido. Que los que llevan gas a las casas, que los que recogen las basuras, que los que tienen cargas anchas y largas, que los que llevan expedientes a los tribunales y de las cortes a sus casas, que los que llevan maletas a las universidades, que los que llegan o van hacia el aeropuerto, que absolutamente todos utilizáramos las opciones que él nos habría dejado: la bicicleta y el TransMilenio, lleno como una lata de sardinas (y que muchos se verían obligados a utilizar por las grandes distancias que supone Bogotá -¡el sistema del que se copió funciona en un pueblito de no más de un millón de habitantes!- y por las constantes lluvias en la capital, que la hacen parecer, más bien, Ciudad Gótica).

Y lo más triste de todo es que probablemente todo el mundo siga viendo a Peñalosa con la alta estima que a pesar de su impotable ego -¿o en virtud de él?- se ha granjeado entre los líderes de opinión. ¡Qué lástima!

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