Esto definitivamente es una excelente muestra de que Colombia es merecedora con ganas del deshonroso título de Banana Republic.
Resulta que los terroristas consultaban a una espiritista y el Estado la apresó:
“Veo como tres o cuatro ramas gruesas entre Popayán y Nariño. Tengan cuidado porque eso no está despejado. Y tranquilo, que ya les tengo listos al Rodríguez y al señor Mandarina, ¿me entendió?”.
Así habló Clara María Fernández en una llamada que interceptó la Policía y que fue una de las pruebas empleadas para capturarla, hace tres semanas en Popayán, junto con 11 personas, acusada de colaborar con el frente 29 de las Farc. Pero las autoridades no la apresaron por pasar información ni por servir de correo humano o ser parte de una red logística. No, la acusan de haber puesto al servicio de las Farc su profesión: la brujería.
No sé ni por dónde empezar.
De los grupos terroristas cabe esperar cualquier cosa, especialmente si es una estupidez que pone vidas en peligro, razón por la que no me extraña que acudan a la llamada bujería.
Del Estado colombiano también cabe esperar cualquier imbecilidad, como el hecho de arrestar a la bruja y hacerle un proceso brujería.
A pedido de los guerrilleros, Fernández, una adivina profesional, echaba el tarot para ‘ver’ los movimientos de la fuerza pública entre Nariño y Cauca. Las “ramas” de las que habla son operativos de las fuerzas oficiales. “Rodríguez” es el coronel Carlos Rodríguez, comandante de la Policía del Cauca, y el “señor Mandarina” no es otro que el general Óscar Naranjo, director de la Policía Nacional, a quienes, al parecer, les hacía brujería.
Esto sonará muy básico, pero ¿qué es una adivina profesional? ¿En qué clase de antro pseudoacadémico enseñan la adivinación? ¿El diploma fue aprobado por el Ministerio de Educación?
Las investigaciones dicen que Fernández leía las cartas, preparaba pócimas y atendía a su clientela de Popayán desde un café internet donde al público general le cobraba 15.000 pesos por consulta. Pero desde hace un año y medio, los guerrilleros Sigifredo y Aldemar la contactaron para que les ayudara a hacer ‘trabajos’ por los que pagaban hasta 100.000 pesos. “Ella visitó varias veces los campamentos de las Farc en la costa pacífica y en zona rural de Barbacoas, en Nariño”, dijo uno de los investigadores del caso a SEMANA.
A medida que leo la noticia me da más vergüenza compartir ciudadanía con esta gente. Con todos. Siempre me ha generado sarpullido compartirla con terroristas, no me gusta tener eso en común con ningún estafador y ahora el Estado ha probado más allá de la duda razonable su completa ineptitud institucional.
Dejar a la espiritista suelta significaría una ventaja táctica y militar. Es preferible que los terroristas gasten 100.000 pesos comprando aire, a que los gasten en armas, minas anti persona o elementos para mantener cautivos a sus secuestrados. Eso por no mencionar que la Fiscalía está gastando recursos -al parecer en varios investigadores- en el caso. Y yo que pensaba que mis impuestos se iban en perseguir a los que le brindan ayuda real y efectiva a los terroristas como médicos, los que transportan la munición y los víveres, los que les venden las armas… y no, se van montándole perseguidera a una charlatana.
Creo que es la única estafadora a la que me gustaría ver libre y no tras las rejas. Y esto se explica fácilmente: todas las vidas que ella pueda poner en peligro son menos que aquellas que se ponen en peligro cuando las Farc compran armas, alimentan a sus hombres, siembran minas anti persona y hacen atentados.
La pitonisa de Popayán no es la única a la que las autoridades han descubierto gestionando la ayuda de la magia negra para los grupos ilegales.
Está bien, en pos de la igualdad, que dejen libres a todas las brujas, magos, pitonisas, oráculos y demás gentuza de la parafernalia anticientífica que le sonsacan dinero a las Farc en vez de que el grupo terrorista lo destine a amputar miembros de campesinos o a explotar iglesias con todos los pobladores adentro o a descuartizar civiles y jugar fútbol con sus cabezas.
Este tipo de prácticas son muy comunes en las guerrillas y los paramilitares que están en las selvas de los Llanos Orientales o en zonas apartadas, donde tradicionalmente se ha creído en brujas, hechizos y poderes sobrenaturales.
Supongo que este es el único caso en que me alegro de que la ignorancia se halle tan extendida. Es como preferir que uno de esos idiotas útiles de Al-Qaeda le rece a su inexistente y genocida Alá a que se ponga una bomba en el pecho y salga a suicidarse cargándose tantos congéneres como pueda.
Néstor Alejandro Pardo, lingüista de la Universidad de Texas y profesor de la Universidad Nacional que se ha dedicado a estudiar el tema de la brujería, asegura que la guerra es la típica circunstancia donde el hombre se siente débil y tiene la necesidad de llevar amuletos, rezar las balas, el armamento, tomar bebedizos o agua bendita para no morir. “Hay eclecticismo en las creencias y por eso uno encuentra casos de guerrilleros que llevan cruces, hacen ritos indígenas, van a donde el brujo, le prenden velas a la Virgen y hacen lo que sea por sobrevivir”, dice.
No, no hacen lo que puedan por sobrevivir. Hacen todo lo que pueden por sobrevivir, excepto, lo único que realmente les garantiza sobrevivir: dejar las armas y dejar de arrebatarle la vida y los sueños a colombianos y extranjeros inocentes cuyo único error fue estar en el momento equivocado en el lugar equivocado.
Aun cuando el Ejército suele encomendarse al arcángel San Miguel antes de pelear, sus hombres también buscan a veces otro tipo de ayudas. Un oficial recuerda lo que le sucedió años atrás cuando era comandante de una compañía en el Caquetá: “Se nos perdió un fusil y levantamos esa base patas arriba buscándolo, pero no lo encontramos. Me recomendaron un brujo y le pedí ayuda. Me hizo formar a los muchachos y después de mirarlos, se paró frente a uno. Lo miró fijamente y el soldado se puso a llorar: confesó que se había robado el fusil porque se iba a casar y no tenía plata”.
La estupidez institucionalizada en el ejército. Y el laicismo que brilla por su ausencia en la tropa. Con toda razón “inteligencia militar” es una contradicción.
Muchos familiares de secuestrados también recurren a las brujas para saber de sus seres queridos. “Es tal la impotencia, tal la angustia, el deseo de saber como sea sobre el secuestrado que los familiares buscan una respuesta material o inmaterial para saber de su ser querido. Todos, absolutamente todos han buscado este tipo de ayudas”, dice Olga Lucía Gómez, directora de la Fundación País Libre.
Esto es ser muy cretino: aprovecharse de la angustia y el sufrimiento de las víctimas (porque ser familiar de un secuestrado también es ser víctima) para estafarlos vilmente.
De hecho, la familia de Íngrid Betancourt, durante los seis años de su secuestro, buscó muchas veces ayuda de la superstición para encontrarla.
¿Martí? ¿El chalado que también pronosticó que se haría el intercambio humanitario y que Fidel Castro moriría (y no dijo nada de Gadaffi, por cierto) entre otras predicciones falsas? Es muy fácil decir todos los días “hoy la liberan” y luego, el día que rescatan a la tartufa infeliz y desagradecida de Íngrid Betancourt decir “Yo lo predije”.
Se dice que el famoso mentalista Uri Geller, quien estuvo a comienzos de los años ochenta en Colombia doblando cucharas con el poder de su mente, habría ayudado a la Policía a encontrar un secuestrado en el sur del país.
Si Uri Geller ayudó a encontrar a un secuestrado, yo soy Obi Wan Kenobi.
En esto de la fe en los poderes ocultos en la guerra, Colombia, por supuesto, no es una excepción. Desde la célebre escena de las tres brujas que con sus profecías convencieron a Macbeth de que asesinara y fuera a la guerra para convertirse en rey, hasta ocultistas como Aleister Crowley, empleado por la inteligencia británica contra los alemanes en las dos guerras mundiales, la brujería ha tenido un lugar tan pintoresco como destacado en la guerra.
Por este tipo de cosas es que siempre presento disculpas por la redundancia de decir “guerra estúpida”.
Aunque su efectividad está por verse, aquí, en Colombia, además de guerrilleros, militares o familiares de secuestrados, no son pocos los que creen que brujas, adivinaciones y potajes pueden ayudarles a combatir el enemigo.
La efectividad seguirá estando por verse en todo el mundo, por todos los siglos, porque no funciona.
Una fe que puede llegar a la ingenuidad: en el suroccidente del país, cuentan la historia de un indígena que dio a cinco guerrilleros del ELN un bebedizo que los haría invisibles. “¿Pero seguro que el Ejército no nos ve?”, preguntaron los elenos. “Seguro”, respondió el supuesto chamán. Cuando los guerrilleros intentaron entrar en silencio al campamento del Ejército, murieron en el intento.
Lo que decía: dejar que la superstición del enemigo haga parte de su derrota.
Y por cierto: no es que la fe llegue a la ingenuidad. Es que la fe es la ingenuidad en su máxima expresión, mejor conocida como estupidez.
Por eso: liberen a la espiritista estafadora Clara María Fernández y todas las personas que hayan sido condenadas por los mismos hechos (¡y dejen de gastar recursos en estupideces!).