Seguramente los posmodernos no aceptarán esto (al fin y al cabo es evidencia, ¿por qué habrían de aceptarla?), sin embargo las tiendas naturistas, esos templos de humanidad y desprendimiento material, de rechazo a la avaricia de la industria farmacéutica y el monopolio de la medicina occidental, ejemplos morales de preocupación y altruismo están vendiendo Fruta Planta, el producto natural que se cobró la vida de una estudiante.
El hecho de que vendan productos que no han superado los más básicos controles de calidad y sanidad siempre puso de manifiesto algo que ahora se revela como obvio – que a las tiendas naturistas poco o nada les importa la salud de sus clientes:
Pese a la muerte de una joven de 20 años en Medellín, posiblemente después de haberse sometido a un tratamiento para adelgazar con Fruta Planta, EL TIEMPO pudo comprobar que, para conseguir este producto, basta con pedirlo por Internet o ir a las tiendas naturistas de esta ciudad.
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En una tienda naturista consultada vale 30.000 pesos y en una página web se encuentra un aviso que lo ofrece a domicilio por 45.000 pesos.
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Este año, la Secretaría de Salud de Medellín ha decomisado 16.000 unidades de productos no autorizados, cerrado 3 tiendas naturistas y dejado otras 55 con permiso condicional.
Sin embargo, se trata de un control poco efectivo, pues en la ciudad está el 60 por ciento de las 400 tiendas naturistas que hay en el departamento y las inspecciones son aleatorias. Según las autoridades, se hacen cuatro visitas anuales y los negocios vuelven a ofrecer elementos prohibidos.
Seguramente no lo hacen por el lucro, no…
Lo que es más grave es que estos centros de descomunal deshonestidad no tienen el monopolio de este tipo de productos -que además, son varios-:
Como si eso fuera poco, en centros de estética y gimnasios recomiendan la Fruta Planta como un poderoso ‘elíxir’ contra los kilos de más.
El Hospital Pablo Tobón Uribe registra también un caso este año, en el cual una paciente fue sometida a trasplante de hígado por una falla hepática aguda. El único antecedente fue que había consumido centella asiática, otra pócima con fama de milagrosa, igualmente fácil de adquirir.
El hecho de que vendan productos más baratos no los hace almas caritativas, los convierte en desgraciados a quienes les trae sin cuidado la salud de sus clientes, hasta el punto de que venden cualquier cantidad de porquerías que no han sido debidamente estudiadas y analizadas en los laboratorios. Hay que ser muy cabrón para hacer algo así. Llamarlos ‘humanitarios’ o con cualquier otra etiqueta para señalar algún tipo de altruismo o filantropía es una mentira de proporciones homeopáticas.