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La extinción de la clase media

Qué pena que empiece por la conclusión, pero… Colombia está destinada al fracaso. Para la muestra, una rápida reflexión de lo que pasa en las campañas a la alcaldía de la capital.

El viernes asistí a un debate entre candidatos a la alcaldía que se llevó a cabo en mi universidad. Al principio llegaron sólo Gustavo Petro y Aurelio Suárez, respectivamente de los partidos Progresistas y PDA. Y empezó el colmo del aburrimiento, tal como me imagino alguno de los círculos del infierno en la peor pesadilla de Dante.

Mientras Aurelio hacía una demostración de que no entiende cómo empezó la crisis económica del 2008 y lo bien que maneja el discurso trasnochado de la ultraizquierda, propio de los días de la guerra fría, contaba con una panda de descerebrados que aplaudían -y chiflaban- ante el menor movimiento de sus labios. El candidato del Polo Demagógico Alternativo bien podría haber eructado “Neoliberal” y estos profesionales de oponerse porque sí, sin argumentos ni razón -el mejor ejemplo, en viva persona, de lo que es un rebelde sin causa-, habrían aplaudido y vitoreado sin pensarlo -algo que parece que se les da con mucha facilidad-.

El hechizo del bodrio de los argumentos de Suárez siendo destrozados por las propuestas sociales coherentes y necesarias de Petro sólo vino a romperse cuando por fin llegaron Carlos Fernando Galán y David Luna que habían quedado atrapados en un trancón durante cerca de una hora y media. Confieso que no es fácil sobrevivir a la muerte por coma de aburrimiento inducido por un tipo repitiendo por hora y media que incluso la extinción de los dinosaurios fue culpa del neoliberalismo.

Una vez llegaron Luna y Galán, se pasó a discutir sobre la política de movilidad de la ciudad. Para los no bogotanos, permítanme que les resuma el problema de movilidad de la ciudad: desde hace más de una década las vías están sin pavimentar, los servicios de transporte público son mafias que hacen parecer a Microsoft como la más social de las empresas y todas las administraciones de las que tengo memoria se han negado a hacer su trabajo de arreglar las vías y tapar los huecos y en vez de eso han promovido un odio contra el carro particular y casi que han obligado a usar el sistema de transporte público (cerrar bahías de parqueo, angostar avenidas, cerrar pases entre autopistas y paralelas y prohibir el uso del carro según el número de placa so pena de una cuantiosa multa han sido algunas de las campañas para que se deje de utilizar el carro).

Fue entonces cuando se puso sobre la mesa el tema de la movilidad -que le había costado a dos de los candidatos su puntualidad-. Aurelio y Petro -quien parece ignorar la existencia de carros eléctricos e híbridos- repitieron que se seguiría buscando completar el Sistema Integrado de Transporte (¡vaya enemigos del neoliberalismo, estos prohombres que agrupan bajo un solo sistema todo el transporte público de Bogotá!) en detrimento del carro particular. Esto también fue defendido por David Luna, cuya propuesta merece ser puesta aparte, pues él asegura que va reducir las restricciones y construir autopistas, algo que me parece completamente deseable.

Impulsar una política de Pico y Placa es estar a un paso de no permitirle a los ciudadanos salir de sus casas en determinados días, a determinadas horas, según el último número de su documento de identidad. Sí, es un toque de queda. El tipo de recortes de libertades individuales con los que Peñalosa, Mockus y Clara López tienen cierto fetiche (y yo los entiendo: es mejor amputar libertades civiles antes que hacer el trabajo para el que fueron elegidos. La ley del mínimo esfuerzo).

Que se cercenen las libertades individuales (algo que Aurelio defendió con el pseudoargumento de que “está mal” ir de fiesta 24 horas, 7 días a la semana [?], como si fuera su llamado decidir qué hace uno con su tiempo libre) es algo que parece traerle sin cuidado a Galán, pero su propuesta de transporte público también merece ser puesta aparte pues su modelo de sistema de transporte público es multimodal. En principio, esto parece sugerir que pondrá a disputar bajo las leyes del mercado, según sus calidades y precios, los distintos sistemas de transporte público que lleguemos a tener. Ya me dirán ustedes qué es más “neoliberal”, si un monopólico sistema integrado de transporte o un sistema en el que la competencia impide que el dinero llegue a los mismos bolsillos, de las familias amigas de Peñalosa.

Sin embargo, detrás de todas estas propuestas -que tienen algo de Peñalosa en sí mismas: ya sea prohibir sacar el carro particular o seguir construyendo ese anacrónico, obtuso y corrupto sistema que es Transmilenio- se esconde algo aún más perverso: la extinción de la clase media.

Desde los días de Peñalosa, se ha vuelto moneda corriente en el discurso político condenar la riqueza -mientras se toman todas las medidas que los lobbies impulsan- y se promueve la guerra de clases. Así, he sido testigo de que los estratos 3 y 4 tienden a ser convertidos en 2 y 5 respectivamente, en que tener un carro y poderlo usar, como fruto del trabajo de uno, deja de ser un derecho para convertirse en un “lujo” -que curiosamente es un “lujo” que abunda en las marcas Ford, Hyundai, Daewoo, Kia, Mazda y Renault y parece ser que están condenados a un intrigante ostracismo del “lujo” los BMW, Mercedes Benz, Audi, Maserati, Rolls Royce y Porshe-. Esto, ni más ni menos es el inicio del acabose.

El carro particular, a diferencia de como lo ha entendido el político medio -y por medio, quiero decir mediocre- colombiano, desde el gobierno de Santos hasta el PDA, no es un lujo. Es una herramienta y una expresión de la clase media. Es con lo que las personas sueñan, para poder dejar de ir en un abultado Transmilenio, lleno de ladrones y asfixiantes espacios de menos de diez centímetros cúbicos para cada uno. Es una liberación de tener que someterse a la ruleta rusa de si ir de pie o -lo que casi nunca pasa- ir sentado, durante una hora, cuidando de los objetos personales para poder terminar la jornada, por lo menos, con el celular para comunicarse con los demás.

Ahora, hay una cosa muy curiosa. Así como los neoliberales son las personas más avariciosas que conozco y viven en la paradoja de tener las hipótesis económicas más egoístas y a la vez más estúpidas y refutadas -o sea, que no tienen la menor idea de cómo hacer más dinero-, los políticos colombianos tienen un problema similar: quieren -o mejor, dicen que quieren- buscar el crecimiento económico, mejorar las condiciones de vida, que las personas puedan construir su plan de vida y llevarlo a cabo y proporcionar las oportunidades de que esto pase, todo eso, mediante la extinción de la clase media -lo que es un oxímoron-. Quieren poner más trabas para mejorar la calidad de vida, reducir a su mínima expresión a la clase media (así no lo digan, es el modelo que se desprende de sus propuestas, discursos y políticas) y que este país se divida exclusivamente entre pobres y ricos.

Todos están en la batalla por acabar con la clase media. Están los candidatos de los pobres (populistas), que condenan los “lujos” -como tener un Renault 4- y están los de los ricos (populistas, nuestra versión -económica- del Tea Party) que garantizan que como todos van a ser ricos, estos deben tener todo tipo de favelas legales, que realmente sólo aplicarán a los verdaderos ricos, a los que puedan darse verdaderos lujos -esos sí-.

Mientras tanto, el país y la ciudad perderán, están condenados al fracaso, pues la clase media es la que saca adelante a un país, de la que depende toda la economía y hacerle la guerra es una estupidez del tamaño del Sistema Solar. Y votar por un candidato con este tipo de ideas -que, en resumen, son todos-, es pegarse un tiro en el pie por parte de la clase media.

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