El Papa Ratzinger está en estos días en su natal Alemania, en donde perteneció a las Juventudes Hitlerianas como complemento de su preparación en el seminario.
Como es su costumbre cuando hace turismo de adoctrinamiento, ha dicho mentiras:
Acogido con cantos y aplausos, ondear de banderas y los clásicos “Benedicto, Benedicto”, el Pontífice les exhortó a ser ejemplos los unos a los otros y ayudarse mutuamente, pero precisó que “según parece, el mundo en el que vivimos, a pesar del progreso técnico, no parece más bueno”.
A lo mejor lo que necesita el Papa Nazi es empezar a mirar la estadística en vez de andarse sacando estupideces de la manga. No sólo todo tiempo pasado fue peor, sino que han aumentado la expectativa de vida, el crecimiento económico y los avances científicos.
Pero no. Parece ser que nada de eso es suficiente para Nazinger:
El Papa dijo que existen guerras, terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad y denunció a aquellos “iluminados” que ofrecen el paraíso terrestre “y lo que han instaurados son dictaduras y sistemas totalitarios, en los que la más pequeña llama de humanismo ha sido ahogada”.
El paraíso terrestre está hoy más al alcance de nuestras manos que en cualquier otro momento. Pero entiendo muy bien la preocupación del viejo. De alcanzar cotas de calidad de vida increíblemente altas, aquello del “valle de lágrimas” pierde cualquier atisbo de realidad y esa será otra necesidad de dios que será completamente respondida por los avances humanitarios y científicos.
Y me parece a mí que no permitir que las mujeres ejerzan sus derechos reproductivos y sexuales ni que los homosexuales tengan los mismos derechos que los heterosexuales, por mencionar sólo dos temas, tiene más de dictadura que permitirles la libertad a la que tienen derecho por ser personas. Digo yo, que el Cielo se parece más a la Alemania Nazi que a la Suecia de hoy en día.
Alguien que fue nazi, que nunca fue juzgado y que anda promoviendo una especie de Disneylandia celestial sin sexo ni libertades, no es la persona indicada para hablar de totalitarismo y pretender que se opone o siquiera sabe qué significa.