Parte de mi cosmovisión proviene de la poca herencia hedonista que ha tenido nuestra cultura.
Lamentablemente, en la lucha por el poder, la filosofía ganadora fue la de ese precursor del fascismo llamado Platón, discípulo del también tristemente célebre Pitágoras. El platonismo mezclado con las supersticiones judías dio como resultado la peor pesadilla que el mundo jamás haya imaginado: el cristianismo y su aberración exponencial, el islam. El odio a la carne, la discriminación, el racismo, el totalitarismo, todos ellos pueden ser rastreados hasta el deformador de la filosofía de Sócrates.
Cada vez me parece más evidente que el progreso y la civilización son el proceso de volver la sociedad, con cuentagotas, más epicúrea:
Hay dos libros luchando por el predominio en “[The] Swerve: How the World Became Modern” (El Desvío: Cómo el mundo se volvió moderno) de Stephen Greenblatt. Lo más interesante es la historia de cómo una escuela de pensamiento -el epicureísmo- sobrevivió a la caída del mundo clásico y se ha tejido a través de la cultura occidental a pesar de ser la antítesis de las creencias dominantes de la cultura de gran parte de su historia. La manifestación más espléndida de las ideas de Epicuro, un largo poema latino por el filósofo Lucrecio romano del siglo I, titulado “De rerum natura” (Sobre la naturaleza de las cosas), casi se perdió, como tantos otros textos griegos y romanos. Afortunadamente, como Greenblatt cuenta, un cazador de libros florentino llamado Poggio Bracciolini descubrió un manuscrito en un monasterio alemán remoto en 1417, lo copió y puso de nuevo en circulación entre los coleccionistas, escritores, artistas y pensadores que se hicieron responsables del Renacimiento.
Si creen que el epicureísmo significa auto-indulgencia extravagante, se equivocan. Lucrecio era un seguidor del filósofo griego Epicuro, que, efectivamente, argumentó que el placer es un signo del bien. Pero Epicuro también escribió, “no buscamos los placeres del pródigo o los placeres de la sensualidad”. Otro de sus seguidores, Filodemo, explicó que es imposible vivir en verdadero placer, “sin tener que vivir con prudencia y con honor y justicia, y también sin vivir valientemente y con moderación y magnanimidad, y sin amigos y sin ser filantrópico”.
Por otra parte, los epicúreos eran materialistas que creían que el alma humana no sobrevive a la muerte del cuerpo y que ningún dios preside nuestra existencia, repartiendo premios y castigos. Ellos entendieron que el universo es infinito y que se compone de pequeñas partículas llamadas átomos. En “Sobre la naturaleza de las cosas“, Lucrecio argumenta que todo a nuestro alrededor es el resultado de (en palabras de Greenblatt) “un movimiento inesperado, imprevisible de la materia”, haciendo que los átomos se agrupen o se rompan, formando todos los objetos reconocibles del mundo. Los seres vivos se surgieron de esta manera, y se encuentran en un proceso de cambio continuo, como resultado de un sinnúmero de “desvíos” posibles.
Estos puntos de vista son muy parecidos a los de los humanistas seculares contemporáneos, hasta llegar a una aproximación de la teoría de la evolución de Darwin a través de la mutación genética aleatoria (aunque, por supuesto, los antiguos no sabían nada de genes o mutaciones). “[El] Desvío” pone de manifiesto que esta manera de ver el universo precedió a la revolución científica que finalmente lo confirmó, lo cual puede o no puede darle a los laicos de hoy un impulso. (El sesgo de confirmación, ¿alguien?) Por encima de todo, Epicuro y sus seguidores concibieron un ethos que no requería un matón sobrenatural que amenazara con condenar a los impíos al tormento eterno. La buena vida epicúrea es una vida buena en ambos aspectos – agradable, porque es moral, prudente y honorable. También es una vida dedicada a la celebración de este mundo, no del siguiente.
Es fascinante ver a Greenblatt rastrear la difusión de estas ideas a través del siglo 15 y fuera de Europa, gracias en buena parte a la recuperación de Bracciolini del poema de Lucrecio. Porque fue escrito en el más exquisito latín (y porque el autor era un pagano que no sabía más), “Sobre la naturaleza de las cosas” encuentró un lugar en muchas bibliotecas respetables a pesar de que contiene ideas de la talla de las que consiguieron que Giordano Bruno fuera quemado en la hoguera. Lucrecio probablemente tuvo la influencia más marcada en Montaigne, pero Greenblatt afirma ver las huellas de “Sobre la naturaleza de las cosas” en todo, desde las pinturas de Botticelli a las obras de Shakespeare.
Siempre resulta nostálgico imaginar qué tan mejor sería este mundo si en vez de que venciera la sinrazón, se hubiera permitido que la obra de Epicuro de Samos -inspirada por Demócrito de Abdera- pusiera el listón moral de la sociedad.
Afortunadamente contamos con autores que han reivindicado esas tendencias filosóficas y nos han permitido soñar con un, aún lejano, mundo así, como es el caso de Michel Onfray con su libro Sabidurías de la Antigüedad.